“Estos cabrones son capaces de estar entrenándonos aquí para intervenir en el golpe de Estado”. Fue uno de los comentarios que se escucharon el 23 de febrero de 1981 entre los soldados del Regimiento de Infantería Mecanizada (REIMZ) Asturias Nº 31, tras conocerse el asalto al Congreso de los Diputados. Uno de ellos era José Manuel Quinteiro Pereiro, conocido por todos sus vecinos de Silleda como Manolo do Avenida, por el negocio de hostelería familiar que regenta en la capital de Trasdeza.

Su compañía, la segunda, llevaba unos días de maniobras en Zaragoza. Durante un descanso estaban escuchando una radio de bolsillo colgada en el exterior de una de las tiendas de campaña: “Estaba soando Supertramp, pero, de repente, cortaron a música e deron a noticia de que había unha intentona de golpe de Estado en Madrid”, relata Manolo. A partir de ahí, la intranquilidad se apoderó de la tropa y empezaron a surgir comentarios. La tensión todavía aumentó más cuando los mandos ordenaron el levantamiento del campamento y el traslado inmediato a la capital. Allí aún vivirían unas horas de intranquilidad, mientras veían como compañeros de otras unidades eran movilizados.

Nacido el 11 de noviembre de 1959, Manolo había iniciado el servicio militar durante el verano de 1980. Tras realizar el campamento en Colmenar Viejo y jurar bandera, había sido destinado al REIMZ Asturias 31, con guarnición en El Goloso, también en las afueras de Madrid. El cuartel está integrado en la famosa División Acorazada Brunete, en la que mantenían gran influencia sus ex jefes y generales golpistas Jaime Milans del Bosch y Luis Torres Rojas y que tuvo una “crucial intervención” en la asonada, según las crónicas de la época. En los cuarteles de la división la mañana del 23-F se había vivido “con especial intensidad”, con los carros de combate carburados, listos y, lo que era menos habitual, municionados, según los testimonios. Esto provocaba extrañeza en los soldados del cuartel, como también les resultaba extraño a los que se encontraban de maniobras en Zaragoza la utilización de munición real, al menos en uno de sus ejercicios. “Normalmente facíanse as prácticas con balas de fogueo, por iso nos estranou; ademais, ao usar munición real, estabas en tensión constante para non darlle a un compañeiro ou para non apañar ti un tiro”, señala Manolo, que recuerda el intenso “frío” del desierto aragonés, que les obligaba a “durmir uns pegados aos outros e tapados coas mantas de todos”.

El día 23, a las diez de la mañana, el jefe de la división, general Juste, había partido hacia Zaragoza para realizar una inspección al campo de maniobras de San Gregorio, en donde había tres batallones de carros de combate de la Brunete y un grupo de baterías de artillería autopropulsada. Desde primeras horas del día “se había advertido algo inusual” y en algunos regimientos “se había dado orden de que las tropas estuvieran preparadas, con meriendas incluso, y los coches carburados”, recoge el libro Veinte años no es nada. Investigaciones como la del periodista José Luis Gutiérrez, que vivió el golpe en el interior del Congreso y participó en dicha publicación, atribuyen aquellas maniobras en Zaragoza a las intenciones de algunos miembros del Estado Mayor de la Brunete de “embarcar los batallones de acorazados hacia el País Vasco y Cataluña aprovechando que el paso del Ebro más fácil y asequible se encuentra en Zaragoza”. “Incluso fue dada la orden de embarque de los blindados, aunque sería revocada pocos minutos después”, consta en las crónicas.

El soldado Quinteiro Pereiro no guarda memoria de aquellas órdenes, pero sí de las de suspender las maniobras y volver a Madrid. Lo hicieron en tren. “Levaba horas chegar, ben delas…”, rememora. Un tiempo que se hizo eterno por la incertidumbre: “Non sabiamos se iamos para participar no golpe ou para frealo”. Al llegar a El Goloso recibieron órdenes de permanecer acuartelados y otro “susto” considerable. Supieron que otras dos compañías se estaban preparando para salir hacia Madrid con sus TOA -siglas de Transporte Oruga Acorazados, vehículos anfibios para el transporte de tropas-, municionados “con balas de verdade” y dotados con ametralladoras. “Vimos como cargaban as ametralladoras e os cascos de ferro, que nunca os utilizabamos -relata Manolo-. Ver saír a dúas compañías municionadas… Nós estabamos acojonados, contábamos ser os seguintes en saír”. Fueron los momentos de más tensión, aunque no duraron mucho.

Luego de un tiempo de nerviosa espera, “vimos como regresaban as outras dúas compañías e xa nos tranquilizamos, nese momento empezamos a respirar”. Conocían las noticias que les llegaban por radio, porque las comunicaciones “en ningún momento foron interrumpidas”, pero sus superiores no les dieron información ni ese día ni los posteriores. “Só daban ordes”, declara Manolo, que durante el verano siguiente se licenció y regresó a Silleda. Ahora cuenta a sus clientes lo que al final se quedó en una batallita más de la mili desde detrás de la barra del Avenida o del Bodegón O Recanto, establecimientos que regenta junto a su mujer, Marisa.