La Cofradia Nuestra Señora del Refugio La Divina Peregrina ha puesto el grito en el cielo a causa del pegote adosado al atrio del bello santuario, como recreación poco afortunada de la célebre botica de don Perfecto Feijóo, que el Ayuntamiento ha tenido a mal permitir para mayor gloria del Carnaval-2018. El presidente de la hermandad, Ignacio Landín, ha entonado con más razón que un santo el resignado lamento, tras expresar su pesar por un agravio innecesario.

El andamiaje de las obras de limpieza que están realizándose en el edificio del Banco Santander, a cuya vera se ubicaba siempre la caseta de la discordia, ha impedido este año el montaje de la réplica burlona. Pero su traslado junto al santuario ha resultado cuando menos discutible y quién sabe si hasta malintencionado. Eso sospecha más de un cofrade bien pensante.

El hecho cierto de que ningún responsable municipal se pusiera en contacto con la cofradía perjudicada demuestra, una vez más, que el equipo de gobierno del Ayuntamiento solo busca el acuerdo que le interesa; o sea cuando está bastante convencido de que van a dejarle hacer lo que tiene ya decidido. En cambio se olvida del diálogo para buscar un consenso, cada vez que la cosa pinta mal y toca fruncir el ceño.

En caso de realizarse una consulta previa, la responsable de las fiestas del Carnaval, Carmen da Silva, intuía bien que nunca tendría la aquiescencia de la hermandad para montar la caseta en aquel lugar, tanto por estética de cara a los peregrinos y visitantes, como también por molesta para los devotos en sus cultos y oraciones.

Ante la imposibilidad material de instalarse en el lugar donde la histórica farmacia estuvo en realidad, haciendo esquina irregular entre la calle y la plaza de la Peregrina, pudo y debió buscarse otra ubicación menos controvertida e hiriente, quizá en la trasera del santuario.

El meollo de la cuestión está en discernir bien si solo hubo culpa o si también hubo dolo a la hora de elegir el emplazamiento de la parodia de la botica de don Perfecto y su loro Ravachol, ahora totalmente domesticado e irreconocible, con el perjuicio consiguiente para la actividad religiosa del visitado santuario.