Antes de que haya cumplido 65 años, el Carabela seguramente habrá cambiado de aires. Su traspaso está servido. O sea que se encuentra a estudio, sobre la mesa de más de uno y de dos empresarios interesados en esta atractiva operación.

La decisión de dejar la nave en buenas manos ya está tomada por la familia Alvariño, que ha regentado este mítico café desde 1954. Una vida entera. De modo que todo el respeto para sus miembros en este trance tan complicado. Así es, si así os parece.

Todo este asunto ha sido llevado con la máxima discreción durante estos últimos meses. El Carabela no tiene colgado ningún cartel que diga: "Se traspasa; teléfono xxx". Esto sí ocurre, por ejemplo, con Casa Alcalde, que con su agradable terraza a la sombra de la Peregrina, no deja de resultar otra interesante oportunidad de negocio hostelero, que también esta abierta.

Pero volviendo a nuestro querido café, además de garantizar la supervivencia del negocio otros 65 años más, que lo primero es lo primero, este hipotético traspaso encierra en sí mismo otra responsabilidad añadida de carácter emocional. Porque nadie puede dudar que el Carabela ha sido y continúa siendo para Pontevedra algo más que un café.

Historia viva, muy próxima y sentimental, el Carabela es el último reducto de una ciudad de cafés, que fueron auténticos liceos de aprendizaje, conocimiento y sabiduría para generaciones de pontevedreses. Si los cafés son reflejo de las ciudades en donde desarrollan su actividad y también espejo de los clientes que frecuentan sus rincones, Pontevedra está de suerte con el Carabela. Difícil encontrar otro igual.

El café-bar-restaurante Carabela abrió sus puertas el día 28 de diciembre del año 1.946. Obviamente, el negocio distaba mucho de considerarse una inocentada por parte de su promotor, Aurelio Fontán Abilleira. Se eligió esa fecha del calendario porque era sábado, el mejor día de la semana para la apertura de un negocio de hostelería. El acto empezó a las once y media de la mañana y el Carabela sirvió un lunch a todos los invitados, que nadie quiso perderse.

Hipólito de Sá, una enciclopedia viviente, dejó escrito que el Carabela se ubicó en un local reformado, que antes había sido comercio de juguetería y quincalla de Nicanor Sánchez. Y que su anexo, el bar Lugo -cerrado desde épocas más recientes- era antes la taberna del Peilán, siempre con bocoyes y barriles junto a su puerta, mientras que su peculiar soportal amparaba la actividad de un paragüero afilador, que también vendía la fórmula para librarse del mal de ojo.

Fontán Abilleira mostró una vez más su espíritu rompedor con aquella oferta novedosa de restaurante en la primera planta, café en la planta baja y bar o taberna en el sótano. Entonces no había nada parecido en la ciudad.

Solo Paquito, el camarero del Savoy, no confió en el éxito de tal aventura. Al menos, no quiso embarcarse en el Carabela cuando recibió una oferta en firme para irse. A Paquito no le gustaba mucho Aurelio Fontán. Se mantuvo siempre fiel a Luís Bahamonde, que era la bonhomía en persona. "Me decía que le pusiera chocolate con bizcocho a doña Sagrario y que no le cobrara nada", recordaba con ternura la escena protagonizada por aquella extravagante mujer que conocía toda Pontevedra.

Sin desmerecer en nada a Paquito y su Savoy, el Carabela tuvo la suerte de contar con una saga interminable de grandes camareros. De Elías e Eloy, pasando por Ignacio, quien todavía hoy mantiene el listón profesional muy alto. Si los camareros que fueron y que son del Carabela hubieran escrito todo lo que allí vivieron y oyeron a lo largo de estos 65 años, tendríamos un libro inigualable sobre la otra historia de Pontevedra. Pero ya se sabe que la discreción -ver, oír y callar- siempre ha sido una de las grandes virtudes de estos profesionales tan cercanos.

Si el Moderno tuvo a Laxeiro, y el Savoy a Paisa como pintores de cámara, el Carabela presume sobre su largo mostrador de una estupenda recreación del entorno de La Herrería que hizo el recordado Pepe Conde Corbal. Aunque venía mucho por mi redacción en un tiempo, e incluso cuando lo entrevisté, nunca llegué a preguntarle en que momento hizo estos dibujos.¡Y mira que contaba cosas! Pero un amigo común acaba de confirmarme que estaba muy orgulloso de este mural y que se complacía sin jactancia viéndolo una y otra vez en las incontables visitas a su café de cabecera, siempre que estaba en Pontevedra.

Si vale el símil de que hay tantas Pontevedra como pontevedreses, igualmente podría decirse que hay tantos Carabelas como clientes han sido, son y serán. Que este Carabela no cambie nunca su rumbo.