Al igual que otros muchos ourensanos, he visto nacer a mi hija muy lejos de las calles por las que discurre la San Martiño. La verdadera patria es la infancia, afirmaba Rilke, aquellos recuerdos que el tiempo ha transformado en emociones a la vez que se difuminaban las imágenes. Así que, para mí, esos 10 kilómetros empujando un carro de bebé, más que una carrera popular, eran un viaje de la mano de mi hija por algunos de los lugares de mi infancia. Al pasar la Casa da Xuventude aún podía escuchar a Antonio y Xocas pidiendo más sacrificio y esfuerzo, gritando aquello de “¡defensa, equipo!”. Instrucciones para un niño que aprende a jugar al balonmano, ladrillos para construir tu edificio de valores cuando eres adulto.

Yo pensaba que la paternidad era un punto de inflexión en la vida, pero convertirse en madre o padre no es algo que ocurra en lo que dura un parto. Uno abandona el hospital con una total seguridad sobre el qué –padre para el resto de tus días, en mi caso–, pero sin tener ni idea del cómo. En aquella habitación del materno en la que hasta la madre de mi hija gritaba en sueco con cada contracción, yo pensaba en Rilke. Decidimos entonces, madre y padre, que pasaríamos gran parte de la generosa baja de la que disponíamos en los lugares de mi infancia.

Desafiar las bases de la carrera a sabiendas y ser descalificado podría quedarse en la extravagancia de quien no acepta las reglas del juego. Pero vivimos tiempos en los que los mensajes calan desde lo cotidiano, y hasta las realidades más complejas se empiezan a explicar por la anécdota. En un mundo que por fin asume abiertamente que es urgente un cambio global, pero que necesita la acción local para descubrir y hacer realidad el cómo.

Yo quería (quiero) que un día mi hija entienda que la patria de su padre no está en un lugar, está en la gente que lo ha perfilado. Que los cambios traen siempre una oportunidad, y que mirar atrás a veces es la mejor manera de avanzar y descubrir hacia dónde quieres ir.

En aquella Ourense en la que me enfundaba las zapatillas de balonmano, se estaban cociendo ya algunos de los problemas que arrastra hoy la ciudad, pero era una ciudad de la gente, popular, en la que costaba tanto imaginar a alguien batiendo un récord mundial como a una San Martiño sin niños. La Ourense de hoy tiene una ocasión única para decidir qué quiere ser y descubrir cómo serlo. Una oportunidad para ser más sostenible, inclusiva, accesible y joven. Una ciudad coherente en su mensaje, hasta en la anécdota, porque tiene sus prioridades claras.

* Ourensano en Suecia. Padre descalificado en la carrera popular del San Martiño por correr con su hija Gabriela Saga Antía en un carro de bebé.