En medio de la desolación y la tristeza, la actitud intachable de profesionales y vecinos, rostros anónimos hasta el miércoles, sobresale para dar un mínimo desahogo. Ninguno de los que desde el trágico siniestro reciben alabanzas acepta protagonismos. "No somos héroes, nos sentimos como cualquiera que hace su trabajo; por desgracia el nuestro depende de circunstancias así". Sus vidas, marcadas por un dolor ajeno pero tan próximo- "fue un auténtico infierno que esperamos no volver a vivir"- siguen adelante. La tragedia con mayúsculas lo cubre todo. "Ojalá nunca nadie tenga que padecer un accidente de esta magnitud, con estas pérdidas".

José Ramón Sánchez Feijóo, ourensano de la parroquia de Velle, es desde el pasado octubre el jefe del Parque de Bomberos de Santiago, la capital del dolor desde las 20,42 del miércoles. Todo empezó como un ciclón a las 20,42 horas. "Salí el jueves a las 10,30 horas de la noche". Las imágenes de los profesionales a su mando rescatando a los heridos dieron la vuelta al mundo, conmovieron corazones afligidos por una tragedia sin apenas resquicios de luz. Ayer al mediodía, antes de la visita de los Príncipes de Asturias, su equipo de efectivos tomaba un segundo de aliento en el parque, expectante porque las emergencias nunca duermen, tras largas horas sin resuello. "A partir del lunes te diré cómo estoy. Ni yo ni la mayoría de nosotros hemos dormido. No solo por atender el operativo, sino porque llegas a casa, das vueltas y más vueltas en la cama, y eres incapaz de pegar ojo".

José Ramón y una unidad de 18 bomberos -entre ellos un tocayo, José Ramón Baliñas, a su lado, cuya imagen con una niña herida en brazos se ha grabado a fuego- planeaban el operativo de seguridad para las fiestas del Apóstol truncadas por el accidente ferroviario. "Estábamos preparados para atender la celebración del Obradoiro, sonó la alarma y salimos disparados para allí". Angrois, la curva de A Grandeira, el principio del fin.

Como los médicos, los hosteleros, los vecinos, que subordinaron todo lo demás a la ayuda masiva a las víctimas, el parque de bomberos se movilizó al completo. "Tuvimos una respuesta inmediata de las 57 personas de la plantilla, todo el equipo acudió aquí para ayudar, incluido las personas que estaban de vacaciones. Fuimos de inmediato las seis unidades que estábamos en el Obradoiro y luego se sumaron otras dos. Distribuimos el trabajo en seguida y empezamos a atacar el fuego y la emergencia", recuerda Feijóo. Además, se sumaron bomberos de Santa Comba, Muxía, Brión, otros servicios de emergencia, unas 60 ambulancias. "Hubo una solidaridad impresionante, para no olvidar. Nunca habíamos visto nada así. Los parques de Vigo y Pontevedra se pusieron a nuestra disposición, incluso desde Barcelona", destaca. También cuatro de su excompañeros durante cinco años en As Burgas.

El ourensano al frente de toda una legión de rescatadores guarda memorias que no quiere contar. "Hay muchas imágenes en mi cabeza de las que no quiero hablar". "No percibes la magnitud en el primer momento, pero al aproximarse ves la explanada y ya se aprecia gente herida. Llega y encuentras los primeros fallecidos". José Ramón recuerda dirigirse a un vagón en llamas y oír gritos, sin margen de maniobra, aunando fuerzas, "no quedaba más remedio que aislarse de la tensión, manejar el tiempo. Lo urgente es rescatar al mayor número de personas en el menor tiempo posible". La premura no dejar ver más allá que personas y personas en estado dantesco, que vivos y muertos. "Nada más llegar, los gritos nos llevaron a un primer vagón, entramos y pudimos sacar a una señora viva de un vagón ardiendo".

Los bomberos de Santiago, mitos desde el anonimato como los de Madrid en el 11-M, como los de Nueva York en 2001. Les han ofrecido ayuda y tras tanta crudeza siguen de pie. "Esto continúa". Ayer mismo tenían que ayudar a retirar la locomotora que encabeza el Alvia. Las vacaciones perdidas ya se suplirán. Tras la tragedia no desconectan. "Las emergencias pueden surgir mañana aquí, allí, o ahora mismo. Los turnos deben continuar". En alerta, siempre a expensas de otra llamada impredecible, José Ramón, como otros compañeros, familiares y testigos, no se olvidan: "Es impresionante lo que hicieron los vecinos de Angrois, su comportamiento fue extraordinario, aportando mantas, atendiendo a gente, llevando a heridos a sus propias casas, entendiendo luego que el trabajo era nuestro" . "Lo suyo sí fue excepcional".