Negociar de tapadillo
Francisco Hernández Vallejo
Escuchaba durante estos días pasados alguna entrevista al presidente del Gobierno, Sr. Sánchez.
Algunas de las preguntas, que eludió con largas cambiadas, versaban sobre las negociaciones mantenidas con Puigdemont, sus contenidos y el escenario elegido. Lo más clarificador fue una de las respuestas, que remitía a los españoles a internet.
La palabra “tapadillo”, con mayor o menor fortuna, se usaba para describir algunas “casas de lenocinio”, donde de forma oculta y discreta se practicaba la prostitución. Al final, y ciñéndonos a Vigo, todos sabíamos dónde estaban y cómo se llamaban, pero solían acoger a personas pudientes que, por su perfil, demandaban discreción. Esto, por supuesto, era extrapolable a otras ciudades.
Ni por un momento haré la más leve insinuación que haga pensar a los lectores que el escenario elegido para la negociación de la ley de amnistía, su contenido y las peculiaridades se hayan producido en ese tipo de dependencias, a pesar de que no es la primera vez que algunas señorías tiran del erario público para solazarse en fiestas donde corre la buena bebida y la compañía de meretrices, pero a la opacidad (que el presidente y adláteres llaman discreción), puede sumarse al adjetivo “tapadillo” que encabeza el artículo.
Entiendo que una vez conseguida por Sánchez la ansiada investidura, la luz y taquígrafos debieran presidir las negociaciones, salvo que las tragaderas ante Puigdemont y acólitos hayan sido tantas que hayan convertido de facto las dependencias en algo peor que las “casas de tapadillo”.
Volviendo al principio del artículo, el argumento del Sr. Sánchez de que con la amnistía se favorece a los funcionarios que abrieron los colegios por orden de sus superiores para el referéndum ilegal es el colmo de la cara dura. Esa amnistía está hecha a medida del prófugo, que ha de volver a España bajo palio, en olor de multitud, tras una huida también de “tapadillo” en el maletero de un coche; aquí casi todo lo que rodea a esta vergonzosa claudicación del Estado de Derecho, va de tapadillo.
Faltan las meretrices, el cava, el “lupanar” y los proxenetas, pero al paso que vamos, con la patente de corso y la modificación de la malversación, todo se andará.
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