Opinión | Crónica Política

La oferta

Las declaraciones del señor alcalde de Vigo ofreciendo al presidente de la Xunta lo que algunos podrían considerar una tregua y otros un tratado de paz, suponen una buena noticia. Y además, oportuna, porque llega en un momento de especial delicadeza para las necesidades de la ciudad más importante de Galicia y también para la comunidad misma. Sobre todo en lo que se refiere a la cuestión ferroviaria y a las posibilidades reales de que las inversiones en infraestructuras se retrasen hasta un plazo difícil de aceptar. En cuanto a la bondad, resulta indudable su necesidad: poner fin a una “guerra” que dura ya demasiados años parece inexcusable en quienes, como los señores Rueda y Caballero, están obligados a entenderse si quieren prosperidad.

Lo primero, lo ferroviario, se entiende sin dificultades. Los rumores sobre un posible adelanto electoral en España, por más que no superen esa categoría, podrían confirmarse y eso variaría los planes que ahora mismo presenta, pero no concreta en plazos, el hoy ministro de Trasportes. Y Vigo, y Galicia, requieren a estas alturas más seriedad que la habida en todos los gobiernos que han sido a la hora de cumplir lo que se promete. No es posible aceptar sin más que la conexión con Portugal por alta velocidad vaya más allá de esta década, ni que un auténtico AVE entre Vigo y Madrid –lo que hay ahora no merece ese concepto– se quede ad calendas graecas. Como tampoco satisface la posibilidad de que lo que remediaría la situación, al menos en parte –con la variante de Cerdedo– acabe como el resto del proyecto acumulando polvo en el calendario.

Hay una duda en buena parte de la opinión pública –y quizá de la publicada– acerca de la veracidad de la oferta y de su recepción, que se espera afirmativa, a causa precisamente del ambiente creado durante decenios. Desde una opinión personal de quien escribe, cuando don Abel le dice a don Alfonso que “le tiende la mano”, el alcalde es sincero. Y visto el talante del presidente Rueda tampoco parece que cualquier respuesta obedezca más que a la idea que tiene su señoría de lo que conviene al conjunto de Galicia. Y no hay quien, en serio, pueda imaginar que la oferta resulte en el fondo una trampa para dar ventaja de todo tipo al que la planee.

Parece más cierto que la posibilidad supone una buena vía para reforzar la influencia –ahora casi nula– de Galicia ante el conglomerado que forma el gobierno central. El propio presidente del Ejecutivo autonómico, en sus últimas declaraciones, ha reiterado su intención, no ya de dialogar con don Pedro Sánchez, tarea tan delicada ya en sí misma, sino su disposición a la confianza en que ese diálogo esta vez resulte fructífero. En la otra orilla, el posible respaldo de quien, como el alcalde de Vigo, pesa en el PSOE sería fundamental para la obtención de objetivos comunes. No se trata tanto de ratificar que la unión hace la fuerza cuanto de valorar la fuerza que tendría solo un acuerdo.

Es más que posible que cuanto precede se tenga por ingenuidad en sectores distintos y distantes de la política gallega. Como quedó dicho lo importante no es quien ofrece o quien niega o acepta, sino la oferta misma. Y no ya por los argumentos anteriores sino porque Galicia necesita ahora, y más aún en el futuro, un entendimiento entre los referentes de sus gobernanzas local y comunitaria. Y respetando a todos los demás Rueda y Caballero tienen, o deberían disponer, de apoyos en los diputados de los respectivos partidos. Cierto es que soñar resulta fácil y barato, pero no lo es menos que intentar que las legítimas ambiciones resulten al final algo más que sueños. Y mejorar este Antiguo Reino entre todos, es una obligación. Y además patriótica.