Opinión
Pájaros
De unas semanas acá hemos entablado amistad un mirlo y yo. En el sur que habito y que me habita llamamos “mirlo” al mismo pájaro que un poco más al norte llaman “tordo” y en otras partes “zorzal”, y aunque exactamente, creo, no son lo mismo, sí es seguro que son familia muy cercana, variedades de la misma sombra. Y, además, para el caso es igual. He hecho, digo, decía, amistad con un mirlo y hemos llegado a un acuerdo beneficioso para ambos. Él, el mirlo, con una diligencia inquebrantable, me avisa cantando, en la alta madrugada, de que va a comenzar el día, y yo, en justa correspondencia, le dejo alguna miga de pan, alguna semilla, para que se desayune.
Mi mirlo (no sé si el me llamará “mi humano”, acaso solo nosotros, tan antropocéntricos, nos apoderamos de todo sin pensar en las consecuencias), se sube a la barandilla y me mira sin miedo, con curiosidad. Son las primeras luces y seguramente yo estoy leyendo los periódicos y restaurando mis entrañas con el primer café. Nos miramos los dos un instante, él trina un poco y se va volando, acaso intrigado por las cosas que hago y que no entiende. Y así empieza el día.
Hoy he oído en la radio que la falta de pájaros está propiciando el incremento de plagas de insectos y, con ello, la llegada de enfermedades terribles. De seguir la tendencia, dentro de no mucho se hará profeta Ítalo Calvino, quien en uno de sus relatos, “El origen de los pájaros”, cuenta que una mañana alguien escuchó un canto que venía de lejos, un canto que nunca había escuchado. “Un animal desconocido cantaba en una rama”, dice el personaje. “Era un animal con patas, alas, cola, pico, cresta, y una estrella en la frente”. Tanto llamó la atención el suceso, que acudieron a verlo todos los del pueblo, y el sabio anciano gritó a los curiosos: ¡No lo miréis! ¡Es un error!”.
Alguna vez me he quejado, en algún poema que anda por ahí extraviado, porque uno todo lo escribe con vocación de naufragio, del “gran error de no haber sido pájaro”. Eso hubiera querido, “ser pájaro o brújula para soñar el norte,/ ser brújula o pájaro para idear el sur”. Un pajarillo negro y cantarín, pongamos por caso, como el mirlo con el que he entablado amistad y buenos negocios.
En un mundo que se desangra en guerras y desastres, acaso nadie esté dispuesto a mirar al cielo y ver que faltan pájaros, pero qué triste sería que desaparecieran los pájaros. Qué triste que mañana no viniese el mirlo a anunciarme, cantando, el alba, a cambio de unas doradas, amistosas migas de pan.
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