Opinión | Crónica Política

La Xunta ¿mixta?

Frente a otras opiniones, sin duda respetables, el punto de vista personal de quien escribe calificaría el nuevo Gobierno gallego como “una Xunta mixta”. Y se define así porque, en el fondo, los cambios que ha introducido el presidente Rueda son, casi exactamente, lo que él afirmó hace tres o cuatro semanas: “no habrá terremoto político”. Y efectivamente, aunque no lo aparente, resulta indiscutible, o sea, que los cambios no son un vuelco ni a la dirección de Feijóo ni a la que otros desearan como más propia y personal del titular del Ejecutivo autonómico. Es obvio que la mayoría del Consello es la misma, aunque con cambios de carteras que había, con la excepción de dos de los ceses, que fueron nombrados en su momento también por don Alfonso. Es decir, ni terremotos ni tampoco tsunamis, solamente retoques. Incluso considerando como tales los traslados de una Consellería a otra.

Lo más relevante en la nueva estructura es, seguramente, la desaparición de las Vicepresidencias. Se podría interpretar que, como los titulares de ambas siguen como conselleiros, solo tienen una trascendencia estructural, pero también es un mensaje político. El señor Rueda no es un hombre tímido, pero si cauto, y por consiguiente procura evitar posibles riesgos mediante un análisis muy meditado de conveniencias y desafíos. El mantenimiento de los titulares de esas Vicepresidencias en la Xunta misma es una señal de prudencia y también de ciencia en el arte de equilibrar las precauciones. Y, como queda dicho, también un mensaje hacia su equipo y sus colaboradores, que, en resumen, podría ser tan solo “aquí el que manda soy yo”, pero sin la dureza de la frase y con el buen paño de la diplomacia. Recado que también convendría que lo tuviese en cuenta la oposición, porque el rollo de que este presidente es un poco más que ayudante del anterior no resiste ni el más pequeño de los análisis. Siempre desde una opinión personal, claro.

(Lo de la Xunta mixta viene a cuento de que si se analizase de otra manera y sólo por lo numérico tendría que llamarse “la Xunta de Feijóo”. Resulta obvio que no lo es y que a pesar de los desacuerdos con esta hipótesis ha habido también factor personal en alguno de los nombramientos. E incluso en el mantenimiento de varios de los que siguen en el Ejecutivo gallego. En lo que sí podía existir un toque personal es en el relevo en Consellerías y de sus titulares. Por decirlo más claramente, el cambio en Medio Rural parece resultado –según se comenta en fuentes seguras– de diferencias sobre la política concreta en ese departamento, del que la nueva titular conoce sólo parcialmente, pero que se alinea claramente con la que el nuevo presidente maneja. En todo lo demás, al menos de momento, la mezcla entre los que continúan, los que se van y los que llegan casi se equilibra si se analizan despacio las competencias de cada una de las encomiendas que se le hacen desde la cúpula del poder político autonómico. En definitiva, aquí ya no hay “feijoístas” declarados –con la excepción del propio presidente que en todo caso subordina sus querencias personales al bien de Galicia– a la espera de que todos se proclamen “alfonsistas”.

Citada la oposición, quizá convenga una reflexión, que no un consejo: la izquierda gallega, tanto la nacionalista como las demás, incluyendo al PSOE, que ya no se sabe bien si es de izquierdas, de ultraizquierda o socialdemócrata: como diría un gallego o gallega, la definición “depende” de lo que convenga al Gobierno central. Por lo que respecta al BNG y especialmente al PSdeG, sería preciso por el bien del país que meditasen algo más las negativas a los pactos propuestos, del mismo modo que la mayoría –o sea, el PP– repase la sinrazón que supone creer en algún momento que la aritmética parlamentaria incluye el pleno acierto. En ese sentido conviene recordar que, dicho todo lo dicho, esa apertura que se reclama es extensible también a quien gobierna, que no debiera limitarse a meras entrevistas de salón y para fotografía si no de hacer a Galicia un proyecto común, no con uniforme semejante si no con decisiones que puedan satisfacer si quiera un mínimo a la mayoría de sus habitantes.

Si fuera procedente una moraleja, serviría algún que otro punto del discurso de investidura del nuevo presidente. Especialmente aquellos en los que llamó a la ciudadanía al respeto de la Constitución, el que implica una defensa concreta y estricta de la España de las autonomías, y, acaso sobre todo, la indudable llamada a la convergencia de las fuerzas políticas de la comunidad para, entre todas, impedir que Galicia se quede atrás, que Galicia no sea discriminada y que se respeten sus legítimos derechos. En definitiva, ese discurso supone también una síntesis de lo que muchos consideran un buen gobierno, y que se reduce a algo tan sencillo pero tan difícil de lograr como unificar, la ciencia, la prudencia y la conciencia. Es verdad que las virtudes hay que demostrarlas para llegar a santos, pero el presidente Rueda, que ya inició bien su provisionalidad, ahora abre lo que podría llamarse “período de regularidad” con el texto del mensaje en su investidura. Así pues, la nueva Xunta –¿mixta?– empieza bien, aunque como en lo otro tendrá que demostrarlo día por día. Muy pocos, incluyendo a los muchos que la votaron le perdonarían que hiciera otra cosa.