Opinión | Con lo bien que iba todo

Santiago Romero

Mala suerte

Cuándo una cifra millonaria que nos libre del madrugón

Leo de vez en cuando en las noticias que alguna autoridad fiscal descubre en Suiza cuentas corrientes de una amplia lista de nombres que suelen difundir para escarnio público. Hago repaso alfabético con la esperanza de llegar a la R y que entre Rodríguez Villasante y Romón Antúnez, aparezca mi nombre seguido de una cifra millonaria en euros que me libre por fin de la zozobra del madrugón, pero no hay manera, oye.

Esto de encontrar cuentas a alguien se me hacía a mí una especie de lotería bancaria en la que no era necesario comprar décimos, sino solo pertenecer al universo cliente de banca para participar en el sorteo. Un día te llega un mail y, mira, te han encontrado una cuenta en Suiza –a ti, que no has salido de Honrubia en tu puñetera vida– con dieciséis millones de euros que esperaban en barbecho para darte un alegrón. Contaba hace años un periódico que quedaron en Suiza más de dos mil cuentas olvidadas en sucursales cualquiera de bancos con nombre francés que es el idioma que allí se habla. Adolfo Ruig-Garí de Lasana, nombre ficticio por protección de datos y porque todo esto me lo estoy inventando, fue un día a Ginebra con la faltriquera llena de billetes que dejó allí a un contable de visera y manguitos. Con el alivio del delito cometido y el resguardo de la cuenta, se fue a las tabernas suizas a empaparse de pastis en compañía de una marquesa que también había depositado un fajo. Envalentonados por el alcohol, se fugaron en un barco que partió de Niza a Montevideo donde murieron felices tras una larga vida de orgía y desenfreno. No hay reproches. Gladys, la chica que cuidó de ellos hasta el ultimo momento, se daba por satisfecha con lo que iba a recibir, y desconociendo el francés tiró aquellos papeles de Mirabaud Patrimoine que amarilleaban en un cajón. Para matarla.

“Encontrar cuentas a alguien se me hacía una especie de lotería bancaria en la que no era necesario comprar décimos. Un día te llega un ‘mail’ y, mira, te han encontrado una en Suiza”

No era tan mala idea que el Colegio de Banqueros Suizos, en un bello acto de generosidad, sortease entre todos los seres humanos del planeta aquellas cuentas que quedaron olvidadas como las de Don Adolfo y la marquesa.

–Mira, querida, nos ha tocado una cuenta en Suiza.

–No seas inocente Santi, eso es el timo del nigeriano.

Y como Gladys, rompí el mail.

Qué mala suerte tengo, nunca me toca nada.

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