Opinión | el correo americano

El nuevo ‘establishment’

En los medios de la derecha estadounidense se habla mucho del establishment y de sus corruptelas, del deep state. Con esto se construye un discurso según el cual Donald Trump vendría a ser el hombre que “abrió la cortina” para exponer las vergüenzas de las clases dirigentes. En el podcast de Patrick Bet-David, el cómico Vincent Oshana, visiblemente alterado, decía que el expresidente “se sacrificó” por todos para que el pueblo conociera la verdad. El sacrificio consistiría en asumir el riesgo de ir a la cárcel, no por quebrantar la ley, sino por enfrentarse a unos poderes ocultos que dominan la prensa y la política nacional.

Es verdad que el discurso anti-establishment se halla en los orígenes del movimiento conservador (la introducción en el 50 aniversario del primer libro de William F. Buckley, que fue escrita por Austin W. Bramwell, llevaba el título de “La revuelta contra el establishment”), pero el vocablo, en los primeros años de la National Review, era todavía un significante medio vacío; la connotación negativa no había permeado en la opinión pública. De ahí que la retórica de la derecha por aquel entonces fuera necesaria y paradójicamente revolucionaria. Unos “partisanos” (Nicole Hemmer) derrocaron al antiguo “régimen liberal” (Stephen H. Hayward) para promover “un movimiento que transformó América” (Lee Edwards).

Aquellos conservadores no solo pretendían buscarse un hueco en la industria periodística, sino legitimar sus causas ante los ciudadanos. En términos de clase social, poder económico e influencia política, no había nada más establishment que William F. Buckley. Pero el atractivo de aquel movimiento residía en su carácter rebelde y transgresor. Muchos se sumaron a él precisamente por eso. Era una actitud contestataria frente al “conformismo de los moderados”. Con los años, este movimiento fue ganando adeptos; emergieron los líderes de opinión, primero en la radio y luego en la televisión. La minoría, en suma, se transformó en una mayoría. Sin embargo, desde programas radiofónicos con millones de oyentes como el de Rush Limbaugh y desde los espacios de opinión de Fox News se continuó recurriendo a la vieja retórica del anti-establishment, cuando todos estos opinadores ya eran, por definición, parte del establishment.

Ahora sucede algo parecido con los nuevos medios de comunicación. En los podcast de Ben Shapiro, Candace Owens, Patrick Bet-David o Tucker Carlson se difunde la idea de que existen grupos de poder que lo controlan todo y señalan al sistema corporativo como el origen de todos los males. Pero estos programas gozan de unos niveles de audiencia muy elevados. Por eso todos ellos se han convertido en celebridades; su influencia supera a la de la televisión y han acumulado grandes sumas de dinero: son el nuevo establishment.

Según el Washington Post, varios multimillonarios, tras el asalto al Capitolio, pidieron perdón por apoyar a Trump en 2020, calificando el suceso como una “vergüenza” (Nelson Peltz), pero ahora han decidido corregirse de nuevo, sugiriendo que se van a decantar por el candidato republicano. No les agrada la subida de impuestos a los ricos que propone Biden. ¿No son acaso estos multimillonarios el establishment? ¿No estaría entonces el establishment apoyando a Donald Trump? Lo relevante del poder, que es una forma de influencia, es cómo se utiliza. El establishment, como las fake news, son los otros. Decían en The Wire que, si sigues el rastro del dinero, no sabes lo que te podrás encontrar. Incluso gente que antepone su fortuna personal a la democracia.