Opinión | el correo americano

Dios, patria y Trump

En God & Country, un documental de Rob Reiner, se explora la estrecha relación que, en Estados Unidos, mantiene la política con la religión organizada. La mayoría de los entrevistados son cristianos de diversas denominaciones. Dicen que unos extremistas están desvirtuando el mensaje de Jesucristo, que una gran parte de la derecha religiosa no cree en la separación entre la Iglesia y el Estado. Aparece un término, el “nacionalismo cristiano”, que ha adquirido notoriedad en los últimos años tras el auge de Donald Trump. Estos grupos recaudan grandes sumas de dinero a través de donaciones, ejercen presión sobre los políticos y gozan de mucha influencia entre los ciudadanos. El expresidente, nos dicen, representa para ellos la oportunidad de tomar el poder. Ambos se necesitan.

Ya se ha convertido en algo habitual ver a Trump vendiendo Biblias en la televisión. “Que Dios bendiga a la Biblia americana”, dice el ahora candidato republicano inspirándose en una canción de música country. No es secreto que su intención es juntar un buen número de dólares para financiar sus batallas legales. Algunos pastores protestantes consideran esto un sacrilegio y una violación de los Diez Mandamientos; otros, sin embargo, aplauden el uso del nombre de Dios en vano. El documental de Reiner resulta inquietante, pues no se descarta la posibilidad de que el país se convierta en una teocracia. El ejemplo es el asalto al Capitolio, donde muchos portaban banderas y símbolos cristianos, realizaban oraciones y recurrían a las sagradas escrituras cuando explicaban los motivos de su presencia.

Para darle sentido a la causa, manifiestamente inconstitucional, estos líderes religiosos mezclan los documentos fundacionales con los pasajes bíblicos. Trump, en algunos casos, se interpreta como una figura puramente instrumental; en otros se le atribuye un papel profético. En el documental uno puede contemplar a algunos de estos pastores evangélicos en acción, difundiendo propaganda política desde la tribuna de su megaiglesia a un público histriónicamente entregado. El nacionalismo cristiano tiene, además, un componente violento. Pintan a Jesucristo como un guerrero de lucha libre, tan musculoso como despiadado, y desprecian a quien recuerda que hay que poner la otra mejilla. También les preocupa el aborto y la inmigración. De lo que no suelen hablar mucho es de pobreza. Se trata de una caridad hacia los ricos. Una ideología excluyente. Una visión militarista de los evangelios.

Con este tipo de documentales es conveniente hacerse una pregunta. ¿Quién lo ve? Probablemente aquellos que ya intuían algo sobre la existencia del fenómeno. No está mal escuchar a David French, columnista conservador del Times, relatar cómo ha visto emerger al monstruo en su propio entorno. Pero French también reconoce lo difícil que resulta conversar con quien no quiere conversar. Es decir, que hablan para los convencidos. Lo que sí es interesante es el análisis político, en el cual podemos incorporar una de las últimas noticias. El Tribunal Supremo de Arizona, a la luz de la derogación de Rose contra Wade, reactivó una ley restrictiva de 1864 que prohíbe el aborto en todos los casos salvo si es necesario salvar la vida de la madre.

Trump, quien presume de ser el responsable de que las decisiones sobre el aborto correspondan ahora a los estados, dijo que los jueces de Arizona fueron “demasiado lejos”. Puede que lo diga por oportunismo electoral (se dice que el asunto del aborto podría favorecer a los demócratas). Puede que lo diga porque en realidad piensa que fueron demasiado lejos. En cualquier caso, esto es un buen ejemplo de trumpismo sin Trump. Lo que ni siquiera Trump puede parar. Lo que viene luego, tras la normalización del fundamentalismo en las instituciones. Cuando la retórica se convierte en realidad. El documental de Reiner quizá sirva como documento histórico. Hubo gente que lo vio venir. De todo eso va también las próximas elecciones.