Opinión | El correo americano

Un mentiroso con futuro

El excongresista George Santos se hizo famoso por difundir falsedades sobre asuntos variopintos, desde su relación de parentesco con supervivientes del Holocausto y su estrellato como jugador de voleibol, pasando por su trayectoria académica y su experiencia en Wall Street, hasta sus donaciones a organizaciones sin ánimo de lucro o la presencia de su madre en las Torres Gemelas el día en que se produjo el atentado. La mentira, con él, alcanzó una dimensión patológica, intolerable incluso para algunos de sus compañeros republicanos, quienes, junto a una mayoría de demócratas, votaron a favor de expulsarlo del Congreso (el sexto en la historia).

Santos parecía incapaz de realizar una afirmación veraz, aun cuando comentaba lo más insignificante de su cotidianidad. No es que tratara de exagerar el curriculum vitae, sino que se inventó una biografía completa, plagada de heroicidades, tragedias y anécdotas insólitas. Aunque Santos es un impostor perezoso; no se ocupó de cubrirse las espaldas. Algunos de sus poderes imaginarios se desvanecían con una búsqueda de Google y un par de llamadas. Y siguió mintiendo y mintiendo; los hechos parecían generar en él un rechazo insoportable.

Sin embargo, Santos le dijo a Pierce Morgan algo que se acerca bastante a la realidad. Pese a que dice ser incapaz de indagar en el origen de sus mentiras (“no lo puedo explicar”), él piensa que sus votantes en el estado de Nueva York no se sienten decepcionados por ello. Morgan le recordó que estos desconocían su catálogo de invenciones antes de acudir a las urnas. Pero el excongresista argumentó que lo más importante para sus seguidores es la ideología (con su victoria, los republicanos habían logrado representación en un distrito en el que no ganaban desde hacía una década). De él no esperaban que fuera un ciudadano responsable y riguroso, sino un fanático de la causa. Y cumplió. Es cierto que el de Santos es un caso un tanto extravagante. Pero la polarización ha llegado hasta tal punto que la lealtad a un movimiento político se antepone a cualquier cosa, también al comportamiento ético y a la conducta delictiva. No importa que Santos, que se enfrenta a 23 cargos presentados por la Fiscalía federal, mintiera compulsivamente. Él “es uno de los nuestros” o, más bien, “no es uno de los suyos”.

"Será el hazmerreír del oficio, pero sigue generando el tipo de atención mediática con la que, no lo olvidemos, se construyen los líderes de nuestro tiempo"

La propia entrevista de Pierce Morgan lo demuestra. El personaje es tan “fascinante” que merece, al parecer, un programa extenso (Morgan dice que es un tipo carismático y con cualidades). Por muy incisivo que sea el periodista y por mucho que este provoque al entrevistado (“las pruebas sugieren que eres el peor político que ha pasado por el Congreso”, etc.), Santos logra el único objetivo que le queda: seguir apareciendo delante de las cámaras. Con su presencia en los medios de comunicación, el hombre paga las facturas, como él mismo reconoció durante la conversación; será el hazmerreír del oficio, pero sigue generando el tipo de atención mediática con la que, no lo olvidemos, se construyen los líderes de nuestro tiempo.

La entrevista de Pierce Morgan ilustra muy bien el bucle de la política-espectáculo. El escándalo ocupó mucho espacio en la prensa y en las redes sociales, donde habitan ahora los servidores públicos, alimentando la popularidad del afectado. De la tele al Congreso y del Congreso a la tele. Y así sucesivamente. El mentiroso sonríe y presume de su legado legislativo. Habla de “caza de brujas”, de la “mafia progresista”, de que nunca rompió una promesa de campaña. Muchos se quedarán con esto; otros olvidarán el embuste. Mientras tanto, Santos sigue sacándole jugo a su personaje; piensa que todavía tiene futuro en la política. Hace poco anunció que volverá a presentarse. “Todavía no he acabado”, le dijo a Morgan. Y quizás, en esto, Santos no se equivoque.