Opinión

El alarmismo domina últimamente el discurso europeo sobre la guerra de Ucrania

Los dirigentes europeos parecen despertarse poco a poco a la realidad de que Ucrania puede perder la guerra frente a Rusia, y la histeria y el alarmismo dominan cada vez más sus discursos.

El diario británico “The Telegraph”, conservador y tradicionalmente rusófobo, criticaba recientemente el miedo que parece haberse apoderado de los políticos de la UE. Miedo que tiene también mucho que ver con la posibilidad de que alguien tan poco fiable como el republicano Donald Trump regrese, tras las presidenciales de noviembre, a la Casa Blanca.

Para el conocido sociólogo alemán Wolfgang Streeck, director emérito del Instituto Max Planck de Colonia, nuestros gobernantes hace tiempo que han vivido de espaldas a la realidad y han sido víctimas de su propia propaganda. Y ahora hablan de que hay que parar al presidente ruso, Vladimir Putin, antes de que, envalentonado por lo sucedido en Ucrania, mande a sus tropas avanzar hacia el oeste y se presente mañana en Varsovia, Berlín o París.

Como decía el otro día un Macron especialmente alarmista, “querer la paz no puede ser aceptar la derrota” y si se permite a Putin ganar en Ucrania “no habrá ya seguridad en toda Europa” porque Rusia es, según el presidente francés, “una fuerza de desestabilización”. Hace dos años, Macron y muchos de sus colegas de la OTAN se mostraban, sin embargo, convencidos de que la Rusia de Putin saldría derrotada política, económica y militarmente de su aventura en Ucrania.

"Su economía está hoy mucho mejor que la europea. Y Putin, más seguro que nunca en el Kremlin"

Y, sin embargo, ha sucedido lo inesperado: esa “gasolinera con armas atómicas”, como despectivamente la calificaron algunos políticos, no solo va ganando la guerra, sino que su economía está hoy mucho mejor que la europea. Y Putin, más seguro que nunca en el Kremlin.

Las sanciones contra Rusia decididas por Washington y dócilmente seguidas por los europeos se han vuelto como un bumerán contra estos, algo de lo que y advirtió a tiempo, aunque sin demasiado éxito, el sociólogo y demógrafo francés Emmanuel Todd.

Mientras tanto, otros analistas como el búlgaro Ivan Krastev, presidente del Centro de Estrategias Liberales de Sofía, argumentan que si bien antes la mayoría de los europeos pensaba en Ucrania en términos de solidaridad, hoy lo hacen en términos de “seguridad”, es decir, tal y como lo presenta la propia OTAN.

Colocados ante la alternativa de tratar de convencer a Kiev de que negocie, por mucho que le repugne, con Moscú para no perder más hombres y territorio, o elevar, en cambio, la apuesta belicista, la mayoría de los gobiernos europeos parecen optar por lo último. Y hablan de potenciar la industria armamentista en el continente y elevar los presupuestos de Defensa aunque sea a costa del gasto social, algo que va a traducirse con seguridad en el resultado de las próximas elecciones europeas.

Y todo ello mientras caen una tras otra todas las “líneas rojas” que se había fijado la propia OTAN, y aumentan las presiones a favor del envío de armamento de largo alcance, capaz de atacar blancos en territorio ruso y llegar incluso hasta Moscú.

El presidente ruso, Vladimir Putin, ha advertido una y otra vez a Occidente de que si su país se enfrenta un día a una amenaza que considere “existencial”, no dudará en recurrir el arma atómica. Pero hay todavía quienes piensan que farolea.

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