Crónica política

El empate

Javier Sánchez de Dios

Javier Sánchez de Dios

Resulta interesante, por no decir insólita, la actitud del Gobierno central –en concreto de su portavoz, la señora Alegría– en cuanto a los escándalos que estos días descargan tormenta sobre el Consejo de Ministros. En lugar de hacer lo lógico, que sería condenar sin paliativos lo que parece una estafa de dinero público a través de una red de corrupción cuyo liderazgo afecta al señor Ábalos, la ministra afirmó “si el PP quiere un recuento de casos con corruptos, ya veremos quien ríe el último”. Un respuesta que parece como mínimo infantil, y como máximo algún otro concepto bastante mas duro.

Ocurre que en este tipo de asuntos, malolientes todos ellos, lo de “a ver quien lo tiene peor “ es inaceptable. Como inaceptable es un teórico empate a corruptelas, porque para deshacerlo habría que valorar el montante de las presuntas estafas, apropiaciones indebidas, o simplemente meteduras de mano en la caja pública. Es decir, que fuera quien fuere el vencedor sería simplemente un sinvergüenza de los que hacen época. Puestos a hacer la cuenta además, parece extremadamente difícil designar al presunto ganador de ese feo concurso.

Basta echar mano de la memoria para recordar los escándalos de uno y otro. Ya desde los albores de la Transición se recuerda el llamado "caso Flick”, tenebrosa cuestión de financiación alemana para la socialdemocracia española. Y en ese lado del escenario, no esta de más recordar los ERE de Andalucía, un récord nacional de sinvergüenzas todavía sin aclarar las últimas responsabilidades. Por no mencionar, de pasada, los casos de la última etapa del gobierno González, con “mordidas” en el BOE, altos cargos en la cárcel y casi un muestrario completo de affaires cada cual más impresentable.

En el terreno del PP ya desde los albores de la Transición surgió el "caso Naseiro”, seguido por una serie de sacudidas a la moral pública como, sin agotar, lo de “Gürtel”, “Púnica”, “Lezo”, “Kitchen”, aparte el escandalazo de Bárcenas, al tocarlo en el organigrama del partido que sentó precedentes de descaro sin explicación alguna. Por todo ello, y mucho más que podría añadirse en los dos frentes de los más importantes partidos –además de en otros menores también “pecadores” con los fondos del Estado– es evidente que un posible empate a corruptos, o el juego de quién lo es más resulta incómodo e incluso imposible.

Afortunadamente, y a pesar de que alguna jueza intentó poner patas a arriba la tranquilidad política de esta tierra, Galicia está al margen de cuanto queda relatado. Resulta obvio que este reino no está poblado únicamente por santos, pero al menos por ahora no ha saltado la chispa de una corrupción que alcanza los más altos niveles de un partido e incluso llega, presuntamente, al mismo gabinete gubernativo. Es por eso por lo que algunos deberían meditar el alcance de los casos que denuncian, la fortaleza probatoria de sus argumentos y, en definitiva, tener en cuenta el respeto al sistema democrático.