Llueve en la COP28

Xoel Ben Ramos

Xoel Ben Ramos

Ni dos semanas con la borrasca encima y en los corrillos ya empieza a calar esa sensación de nuestra infancia del chaparrón infinito. Porque no fue un sueño, aquello lo vivimos. En los ochenta, despuntaban los chubascos en septiembre y hasta el cuarenta de mayo nadie guardaba el paraguas, ¡ni las katiuskas! Claro, después cuando en julio –solo– caían un par de tormentitas aquello nos parecía un lujo. Ni mojaba el agua. El verano como actitud, sin importar el índice pluviométrico ni las horas de sol. Ahora no. Nos hemos malacostumbrado a la omnipresencia del astro rey y a rozar temperaturas más propias del desierto que cuando –tarde, mal y arrastro– el suelo se encharca, parece que vuelven los grises días ochenteros y temblamos.

Es cierto que tiempo atrás eso de la lluvia nos dejaba quedar fatal. Como ciudadanos de segunda, en un país de sol, escuchábamos en los informativos aquello de “y en Galicia, otra vez la nube”. Pues nada, hasta de ese cliché nos hemos librado porque los cuatro goterones de estos días –en confianza– no es llover, incluso se agradecen. Queda mal decirlo en público pero los necesitábamos. En resumen, que estamos a las puertas de Difuntos, ni pizca de humedad en las paredes, con el cambio de armario pendiente y seguro que alguien aún duda sobre si el planeta se está sobrecalentando. Pues nada, tendrá razón.

"Nos hemos malacostumbrado a la omnipresencia del astro rey y a rozar temperaturas propias del desierto"

Por cierto, el próximo mes toca revisión del tema, la COP28. La conferencia de Naciones Unidas sobre cambio climático que, en su vigésimo octava edición, se celebra en Emiratos Árabes Unidos, en Dubái. Uno de esos sitios cómodos para vivir; no tanto por su escasa legislación en materia de derechos humanos, prohibición de partidos políticos y sindicatos, falta de libertad de prensa o situación de las mujeres, entre otras singularidades, sino porque allí siempre tienen seguro de sol. Obviando esos detalles menores lo que sí sorprende, es elegir como organizador de una cumbre climática a uno de los principales productores de petróleo, ese combustible fósil causante del incremento de CO2 en la atmósfera y de la temperatura global. Insólito, hasta en cierto modo contradictorio. De todas formas, hay que superar viejos clichés: mente abierta. Por eso, ni debe impresionar que sea miembro de la OPEP ni tampoco que el presidente de la COP28 (habitualmente una figura destacada del país anfitrión) resulte ser también el consejero delegado de la mayor petrolera del país –la cuarta más grande del mundo–, la ADNOC (Abu Dhabi Nation Oil Company, en inglés). Al contrario, solo con estos dos datos basta para imaginar que algo bueno saldrá de Dubái. Nada de perder la fe. Aquí, por el momento, hoy llueve y mañana también.

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