“Mátala otra vez”
La frasecita se las trae, soy consciente. Me permití una adaptación de “Tócala otra vez, Sam”, que tampoco es línea de guion en “Casablanca” pero por alguna extraña confusión perdura en nuestro imaginario como cierta. En todo caso, este título sí es real y se corresponde con el anuncio del Gobierno de Islandia –a finales de agosto– que autoriza de nuevo la caza del rorcual común –la segunda especie más grande de cetáceos, después de la ballena azul– tras una breve interrupción desde junio. “Mátenlas otra vez”, en resumidas cuentas han venido a decir, redactado en plan fino, obvio. Los de esta isla, junto a noruegos y japoneses son los únicos que mantienen una pesquería condenada a la extinción. En ambos sentidos: acabarán con la materia prima y las compañías quebrarán. ¿Qué será primero?
“O se detiene [la caza de las ballenas] o quedarán un puñado de ejemplares en alguna reserva”
En Islandia solo resiste una empresa y aunque sus buques salieron el viernes es posible que sea una de las últimas mareas. Aquí también fuimos balleneros siguiendo la estela de los vascos. Al principio una lucha de titanes, en dos palabras: Moby Dick. Después un paseo. Buques indestructibles, motores potentes, arpones mecánicos y comensales hambrientos de un producto asequible. Es la ecuación perfecta para cargarte una especie. Además, como del cerdo, de los cetáceos se aprovecha todo. Se comerciaba su carne, su grasa, piel, huesos… hasta su ámbar gris para hacer perfumes. Sin embargo esa facilidad, esa abrumadora supremacía tecnológica humana para esquilmar ballenas acabó con nuestro negocio. Los barcos cada vez debían alejarse más de la costa y costaba un mundo toparse con aquellos gigantes que antaño pasaban a cientos en su ruta migratoria frente a “Galifornia”. El sentido común también ayudó, todo sea dicho.
Uno de los atractivos turísticos de esa islita atlántica, la típica entrada de internet “Diez cosas que hacer en Islandia”, es el avistamiento de ballenas. Y sería un buen argumento para quienes lo dejan todo al criterio mercantilista del dinero. Sin embargo los habrá que se arroguen el derecho de seguir matando. De acuerdo, seguid, ya se acabarán. Es una realidad. El 70% de la biodiversidad (flora y fauna) ha desaparecido de un plumazo y cazarlas, a día de hoy, es un juego de niños. Por eso o se detiene o quedarán un puñado de ejemplares en alguna reserva… cuando hace menos de un siglo eran muchos miles.
A quienes las han visto de cerca, cuando lo cuentan, les cambia el gesto. No sé explicarlo, su cara muestra una admiración especial hacia esas frágiles criaturas. Será que en un lenguaje no escrito las ballenas también nos hablan, más bien nos ruegan continuar vivas en el planeta azul.
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