Un inciso

Eólicos, fuera del templo

¿Se imaginan ver o escuchar un aerogenerador cerca de la catedral de Santiago? Pues la Rapa das Bestas es patrimonio y el monte, su templo

Ana Cela

Ana Cela

Juguemos. Cierren los ojos e imaginen la Praza do Obradoiro de Santiago de Compostela. Véanse arropados por la grandeza arquitectónica del entorno; por lo pequeño que uno se siente a los pies de la catedral; por ese ambiente alegre que generan los peregrinos, tan cansados como embriagados por el embrujo del Camino y por la satisfacción del desafío cumplido; escuchen la música de gaita que llega desde las escaleras que conducen a la Acibachería… ¿Lo tienen? Ahora introduzcan en la escena el latigazo de las aspas de un molino de viento. ¿Acaban de abrir los ojos? Imaginen que el sonido procede de un parque eólico situado a 100 metros. ¿Indignados? Pues claro, porque instalar un aerogenerador en las inmediaciones de la catedral de Santiago, o de cualquier elemento patrimonial de esta talla, es un auténtico disparate. Pero, tranquilos, que por ahora esto solo es un juego.

Vuelvan a cerrar los ojos como –desde mi humilde punto de vista– han hecho quienes tenían la potestad de autorizar un parque eólico en los montes que habitan los caballos que perpetúan la Rapa das Bestas de Sabucedo. Imaginen los molinos arañando el cielo para extraer la energía del viento. ¿No les parece el mismo disparate? Pues si con este ejemplo no han abierto los ojos, si no se sienten extrañados o indignados, permítanme recordarles que la Rapa das Bestas tiene cinco siglos de historia, es una Fiesta de Interés Turístico Internacional, un patrimonio inmaterial apreciado y aplaudido cada año por miles de personas y un motivo de peregrinación cada primer fin de semana de julio, capaz de acaparar el foco de atención de medios de comunicación de todo el mundo año tras año. Señores, ¡es que esto también es un templo!

Un aerogenerador en el tejado de su casa

Por más vueltas que le doy, a mí no me entra en la cabeza. Jamás pensé que la administración sería capaz de hacer lo que ha hecho. Cualquiera que entienda o aprecie la Rapa das Bestas no puede comprenderlo. Pero lo hizo. Hace solo unos días la Xunta autorizó la instalación de 75 parques eólicos, algunos de ellos en los montes en los que viven libres –y, por fortuna, todavía ignorantes– los caballos que perpetúan esta tradición ancestral. Soy muy consciente de que los eólicos no suponen una sentencia de muerte para los animales que viven libres en los montes. Pero, disculpen, no puedo tragarme esas imágenes bucólicas que han circulando de caballos corriendo bajo los molinos de viento. ¿Hay alguien que pueda creer que ese es el modo de vida que ellos escogerían? Sí lo creen, por favor, instalen algunos de esos molinos tan agradables en el tejado de sus casas, en la gran ciudad o donde quiera que residan quienes defiendan las bondades de vivir bajo las aspas de los aerogenerador. No pidan a la gente que vea molinos donde hay gigantes. Porque son gigantes, sin que los demás seamos Quijotes o necios. Son gigantes de los que no sienten ni padecen, de los que no tienen piedad ni corazón.

No hay mayor sordo que el que no quiere escuchar. Y eso que desde Sabucedo se quedaron sin voz de tanto gritar. No soy una ilusa: sé que me va a caer un chorreo por ofrecer mi opinión, por mojarme en un tema tan controvertido. Sin embargo, aquel que esté dispuesto a tirarme la primera piedra, que emplee su gallardía en contestarme a una pregunta: si tan buenos, tan inocuos, son para la Rapa das Bestas y para Sabucedo –o para muchos otros lugares– estos parques eólicos que acaban de ser autorizados y, aprovechando que estamos a las puertas de una campaña electoral, ¿por qué no he visto todavía un desembarco de políticos anunciando a los vecinos sus ventajas y bondades?

Renovable sí, pero no así

Voy a adelantarme a la hipotética excusa de que no se puede negar una autorización a un proyecto que tiene una Declaración de Impacto Ambiental (DIA) favorable porque, a diferencia de algunos, yo sí me he leído algunos de esos informes. Evidentemente, no soy una experta, pero me voy a ahorrar la opinión por respeto al trabajo que cada quien hace para quien le paga, porque entiendo que trata de hacerlo lo mejor posible.

Nadie, absolutamente nadie, puede estar en contra de la energía renovable, de las energías limpias. Ni siquiera todos aquellos que este fin de semana se dieron cita en el Encontro Burla Verde celebrado en Sabucedo. ¿Quién podría? Sin embargo, en casos como este no puede atribuirse el término “limpia” a esta energía, sencillamente porque su impacto se presume brutal. Cualquiera que haya recorrido los montes que rodean Sabucedo puede verlo, cualquiera que vea en ellos algo más que una cota elevada ofrecida a los vientos. Ya no se trata solo de mirar al monte y ver su cima coronada con molinos de viento, se trata de todos los caminos y de toda la estructura que, para colocarlos y asegurar la evacuación de la energía que logren producir, va a generar una huella profunda en este hábitat.

Al juzgado

La Asociación Rapa das Bestas tiene claro que el juzgado es ahora su única esperanza. Se dice que la justicia es ciega, pero los de Sabucedo confían en que no sea sorda, en que se escuche lo que llevan repitiendo hace tiempo como un mantra: “eólica sí, pero no así”. Recalcan que para ellos es vital conseguir una suspensión cautelar de los trabajos porque, una vez que lleguen las máquinas para cumplir con el propósito de que las obras estén listas antes del 25 de julio de 2025, el daño estará hecho.

El gobierno de A Estrada y los demás grupos de la políticos de la corporación manifestaron su intención de defender los intereses de esta Fiesta de Interés Turístico Internacional. No se trata de oponerse al progreso ni al avance de la energía eólica. Nadie –absolutamente nadie– puede ser feliz con un aerogenerador sobre su casa, pero está claro que en algún sitio tienen que colocarse. Sin embargo, esto no es un juego. Si se hace ahora el daño será irreversible. La Rapa das Bestas es ancestral, un patrimonio de valor incalculable. Es un templo tan grande como una catedral.

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