Ocurrencias

Alberto Barciela

Alberto Barciela

La vida pública tiene sus precios, sobre todo para quienes cada día han de enfrentarse desde responsabilidades públicas a una realidad cambiante y por lo mismo exigente, en la que lo imprevisible ocurre, la planificación no alcanza y la improvisación se exige.

Los políticos –los famosos y notorios en general–, son los que más sufren en ese aspecto, y además lo hacen ante decenas de micrófonos y cámaras. Es parte de sus obligaciones, han de estar preparados para responder a la convulsa actualidad. Deben hacerlo con oportunidad, cuidando el fondo y las formas, y buscando el agrado de los suyos y la inquietud de los oponentes. Para ello se entrenan, pero nunca lo suficiente.

La inmediatez de las redes lo ha complicado todo de manera exponencial. No resulta fácil improvisar, menos si uno no es un polímata, un superdotado o no goza de una memoria prodigiosa y de una amplísima base cultural. Hay que saber al menos un poco de todo y/o tener reflejos y capacidad de derivar la respuesta a un momento posterior o a un colaborador experto, además de ser humilde. Los políticos, aunque a veces cueste creerlo, son humanos y se ven influidos por factores como la salud, el cansancio, los problemas personales –muchos no transmisibles–, y otro cúmulo de circunstancias fortuitas y necesidades perentorias.

Sobre la cuestión, ya advertía Baltasar Gracián hace cuatrocientos años han de tenerse “buenos repentes”, para añadir que “nacen de una prontitud feliz”. Según el jesuita, “no hay aprietos ni acasos para ella, en fe de su vivacidad y despejo. Piensan mucho algunos para errarlo todo después, y otros lo aciertan todo sin pensarlo antes. Hay caudales de antiparistasi, que, empeñados, obran mejor: suelen ser monstruos que de pronto todo lo aciertan, y todo lo yerran de pensado; lo que no se les ofrece luego, nunca, ni hay que apelar a después. Son plausibles los prestos, porque arguyen prodigiosa capacidad: en los conceptos, sutileza; en las obras, cordura”.

Claro que en política, casi más que en ningún otro ámbito, uno ha de asumir las responsabilidades que acepta, los equipos que construye, las solicitudes de sus aspiraciones, el conocimiento de las materias de las que habla o el dominio de las citas que utiliza. Han de ser disculpables los lapsus linguae y algunas circunstancias casuales, pero resultan tan poco tolerables las incapacidades como las incompetencias, y aún más reprobables las mentiras de patanes elevados a la gloria del poder, por democrático o circunstancial que sea.

Se habla y mucho de la incompetencia de la clase política en nuestros días, de la falta de educación y estilo, de egos extremos. Hay excepciones, claras y evidentes, pero el problema esencial puede que sea más profundo y radique en democracias con reglas obsoletas que admiten falta de responsabilidad ante el incumplimiento de los compromisos ideológicos y programáticos, que no aseguran el respeto institucional, no imponen políticas de Estado estables y transparencia absolutas en las gestiones, y toleran a partidos o a gobernantes que obvian la separación de poderes.

El mundo transita por momentos delicados, pero también de oportunidad. Hay modelos a seguir, consensos que lograr, valores que respetar, experiencia y capacidad que revitalizar, y muchísimo que corregir entre todos. La verdad de los días no se puede gobernar a base de ocurrencias y caprichos personales, pues como bien decía William Shakespeare, incluso “las improvisaciones son mejores cuando se las prepara.”

*Periodista

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