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Duran

La construcción de la primera bomba atómica

En la guerra de Ucrania, el que el estado agresor –la federación rusa– sea una potencia nuclear y el que la OTAN –alianza en la que tres de sus miembros son potencias nucleares– se haya volcado –en defensa de la legalidad internacional– en la ayuda al estado agredido ha vuelto a poner al mundo en una situación similar a la de los peores momentos de la guerra fría. Como ha reconocido el propio presidente de los Estados Unidos, el pasado 6 de octubre, “desde la crisis de los misiles de Cuba es la primera vez que hay una amenaza directa del uso de armas nucleares”. Tampoco debemos caer en un alarmismo desaforado. Personalmente, pienso que el presidente ruso solo recurriría a ellas, si finalmente decidiese hacerlo, como ultimísimo recurso y solo si viese la guerra totalmente perdida. Algo que es poco probable, ya que posiblemente entremos en un conflicto de larga duración. Pero, ¿cómo ha llegado nuevamente la humanidad a esta situación que, por remota que sea, no deja de ser muy preocupante? ¿Cómo nació el armamento nuclear? ¿Qué fue el proyecto Manhattan? ¿Quiénes fueron sus principales artífices? ¿Y, por qué, en cierta medida, se arrepintieron de su obra?

En 1939, algunos prominentes físicos europeos que huyendo del nazismo habían recalado en Estados Unidos como Einstein, el húngaro Leo Szilard y otros alertaron al Gobierno de Franklin D. Roosevelt sobre la dramática posibilidad de que la Alemania de Hitler fuese el primer país en desarrollar bombas atómicas. Afortunadamente para el planeta, el fanatismo del führer y el infame holocausto provocó una de las mayores fugas de cerebros de la historia dificultando esta posibilidad. En cualquier caso, el riesgo era evidente y así nació el proyecto Manhattan.

El proyecto, iniciado en 1942, bajo la dirección militar del general Leslie Groves, pretendía la investigación y producción de armas nucleares. Se trataba de un proyecto estadounidense, pero con apoyo de Reino Unido y Canadá. La dirección de la investigación recayó en Oppenheimer y la parte más importante de la misma se realizó en el que hoy en día es conocido como laboratorio nacional de Los Álamos en Nuevo México. El proyecto reunió a algunos de los científicos más brillantes en este campo, como Leo Szilar, Richard Feniman, Robert Wilson y otros, pero el más valioso fue Enrico Fermí, premio Nobel de física de origen italiano que, casado con judía y huyendo de las leyes raciales de Mussolini, en 1939 había recalado en Nueva York con su familia y había aceptado un puesto en la Universidad de Columbia. Antes de que echase andar el proyecto, Fermi ya era considerado el físico más cualificado en el campo de la fisión nuclear, ya que junto a Szilar había sido el primero en diseñar y desarrollar, en las afueras de Chicago, el primer reactor nuclear capaz de conseguir una reacción nuclear en cadena autosostenida, sentando las bases para la construcción de un arma nuclear.

En junio de 1944 el proyecto contaba con casi 130.000 trabajadores, con numerosos centros de investigación, (aunque el de Los Álamos seguiría siendo el principal) y sufrió múltiples peripecias, incluyendo intentos de sabotaje por parte del eje y espionaje por parte soviética. No obstante, todo lo cual, el 16 de julio, bajo el nombre clave Trinity tuvo lugar, en secreto y con éxito, la primera prueba de una explosión nuclear. El resto, ya es historia conocida. El 6 de agosto de 1945, el B-29 Enola Gay lanzó la bomba, Little Boy, sobre Hiroshima, destruyendo un área de 12 kilómetros cuadrados y matando instantáneamente a unas 80.000 personas (aproximadamente el 30% de la población) y dejando heridas a otras tantas. El 9 de agosto le siguió Nagasaki, donde fallecieron 40.000 personas. Groves tenía planeado lanzar una tercera bomba el 19 de agosto y otras tres en septiembre. Sin embargo, al día siguiente de Nagasaki, el presidente Truman llamó al general para ordenarle que no se lanzasen más bombas sin su consentimiento expreso.

“Las bombas de Hiroshima y Nagasaki mataron, por este orden, a 80.000 y 40.000 personas; conviene no olvidarlo”

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Oppenheimer, Fermi, Szilar y la mayoría de los científicos del proyecto quedaron horrorizados con el bombardeo a la población, ya que siempre pensaron que las bombas se utilizarían en un lugar sin gente como paso para una rendición o una negociación de paz ventajosa o, en el peor de los escenarios, en infraestructuras de carácter estratégico o militar con bajas muy limitadas. De hecho, Szilar y otros habían escrito una carta a Truman advirtiéndole del enorme poder de destrucción del armamento nuclear. Oppenheimer, tras la guerra, se convertirá en uno de los principales adalides de la no proliferación nuclear. Sus opiniones le supusieron una auditoría y la cancelación de su credencial de seguridad. Eran los tiempos del macartismo y la caza de Brujas.

Fermi murió joven, en 1954, a causa de un cáncer de estómago, después de pasarse más de media vida expuesto a radiaciones y sustancias tóxicas. Pero en sus últimos años se obsesionó sobre la posibilidad de la autodestrucción de la especie humana. Probablemente el origen de la célebre “paradoja de Fermi” fuese una plasmación de esos miedos. La idea la planteó Enrico en 1950 en una tertulia con otros colegas científicos y en el fondo es una pregunta bastante simple para la que no existe una sola respuesta. Fermi planteaba que, si el universo tiene unas proporciones tan gigantescas, es lógico pensar que la vida haya proliferado en muchos sitios y que, al igual que aquí se hayan desarrollado civilizaciones tecnológicas e incluso más avanzadas. ¿Cómo es que nunca han dado muestra de su existencia?

La respuesta que tenía en su cabeza (y que sería contemplada años después por el astrónomo Frank Drake en su famosa ecuación sobre el número de civilizaciones avanzadas que contiene nuestra galaxia), es que las civilizaciones tecnológicas, al alcanzar capacidad de destrucción masiva, se autodestruyen. Afortunadamente hoy sabemos que hay otras muchas posibles respuestas a esa pregunta y no tan pesimistas. Teorías como la de la “tierra rara” de Ward y Brownlee, las enormes distancias entre estrellas y otras hipótesis serían también plausibles. Pero, en cualquier caso, conviene no olvidarse de Hiroshima y Nagasaki y sus terribles consecuencias.

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