Mi fe solidaria

Algunos confunden el optimismo con la ingenuidad

Soy un hombre de fe, de una fe solidaria, y ello me exige ser optimista, aunque algunos confunden el optimismo con la ingenuidad.

Tampoco excluyo una mirada crítica en la realidad en que se vive.

Es cierto que en los últimos años se han sucedido horrores que nos han estremecido hasta poner en duda el ejercicio del optimismo. La cercanía, la inmediatez, de la agresión a Ucrania por parte de Putin no borra el recuerdo del estado de indefensión y pánico que se extendió por todo el mundo, ignorantes los largos meses y miles de fallecidos en que parecía que la epidemia del COVID-19 retaba a la humanidad. Sin embargo, la ciencia y la generosa entrega de los innumerables servidores de la sanidad pública pudieron dominarla y reducirla. Con todo, hubo algunos que conservamos la optimista, llámese esperanza en que esa misma humanidad terminaría por vencerla.

Y a la par que Ucrania está siendo devastada, de pronto la naturaleza se revuelve y siembra de desolación y muerte en Turquía y Siria. El escenario es catastrófico, cientos de edificios reducidos a ruinas, miles, todavía no sé cuántas personas enterradas entre cascotes, familias enteras. Con todo, todavía hay lugar para el milagro, la infatigable y optimista voluntad de los equipos de rescatadores nacionales e internacionales han extraído del siniestro a centenares de enterrados en vida.

Nuestras vidas transcurren en la incertidumbre. Sea la invasión de Ucrania, una guerra generada por la soberbia, cuyas terribles consecuencias mantienen en vilo a las naciones occidentales; sean los sorpresivos movimientos de tierra, volcanes o terremotos, o los azotes de poblaciones enteras. Sin olvidar las amenazas latentes del cambio climático. Con todo, la humanidad ha conocido épocas de incertidumbre similares –la peste, las guerras mundiales de pasados siglos…– y ha sabido responderlas y vencerlas. Es nuestra esperanza y nuestro aliento optimista.

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