Opinión | Crónica Política
La tasa ¿turística?
A primera vista, parece evidente que ni el señor alcalde de Santiago, ni el presidente de la Xunta han escogido el momento más oportuno para plantear la creación de una tasa, que dicen “turística”, no se sabe del todo bien todavía si es a quienes visiten Galicia o Compostela o si será voluntaria u obligatoria. Y se califica, en opinión personal como siempre, de inoportuna porque, como dice el refrán, mentar la soga en casa del ahorcado es poco recomendable: en tiempos en los que la palabra “impuestos” –y una tasa lo es– suena como voz de alarma, si es una imposición de pago voluntario tiene garantizado el fracaso salvo en la hipótesis de que se aplique sólo en Año Santo.
(Es más: un escéptico diría que no conviene mezclar lo que es del César con lo que es de Dios, no vaya a ser que la confusión se produzca y lleve a mal resultado. Dicho lo cual, no estorbará recordar que el “invento” ni es tal, porque en España ya lo aplica Baleares, por ejemplo, y la cosa no fue precisamente como se esperaba, y aquí en Galicia alguna vez se insinuó en tiempos de la crisis financiera, y se quedó en un amago que casi todos se ocuparon de eliminar hasta de la memoria colectiva. De hecho, entonces y ahora ya se han producido críticas con diferentes argumentos, aunque con una coincidencia: Galicia aún no es una potencia turística que “justifique” la tasa).
Es cierto, desde luego, que el alcalde de Santiago, hombre sabio y prudente, podría considerarse excluido, junto a Compostela, de la lista de inconvenientes, por la especial condición de la ciudad capital gallega. Patrimonio de la Humanidad, centro religioso mundial –junto con Roma– del catolicismo y, por ello, objetivo de decenas de miles de personas tanto en Año Santo como en otro cualquiera, aunque es evidente que el Jacobeo atrae más. Este año se notó, como también la ausencia del Pontífice: está visto que España y en ella Galicia a pesar de su importancia espiritual, no tiene suerte en la agenda vaticana, como prueba la ausencia del Papa en los dos años santos.
Sea como fuere, la tasa cuya implantación “se estudiará”, según dijo el presidente Rueda, seguramente resultará muy poco atractiva para quienes visiten Galicia y su capital, y en ese sentido es perfectamente opinable incluso el adjetivo de “turística”: habrá incluso quien la considere antiturística. Y, aunque fuese voluntaria, como quedó dicho, eso no evitaría una reacción negativa que la haga “antipática” también. Y desde el punto de vista estrictamente municipal, podría, si no se miden bien las consecuencias, generar una especie de disputa para ver quién la establece, puesto que, si es optativa en el pago, habrá de serlo también en su establecimiento. O eso diría el sentido común.
Resulta posible que eso generase defectos indeseados: esta tierra no es precisamente escasa en rivalidades locales por casi cualquier cosa, sean orquestas sinfónicas, aeropuertos o universidades, además de otros asuntos “menores” como este de las posibles tasas. Incluso problemas con los propios ayuntamientos, ya que quien aceptase la tasa podría argüir en un momento dado beneficios que otros no tendrían, y estos a su vez subrayando que el ejercer su derecho a no adoptarlas le implicaría lucro cesante, por pequeño que fuese. Y sin necesidad de ser profeta, podrían incluso acabar pidiéndole a la Xunta, o al Gobierno central, una “compensación. Y sería muy de aplicar eso de que “no está el horno para bollos”. Y menos todavía, económicos.
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