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Julio Picatoste

Poncio Pilatos, Jesús de Nazaret y la verdad (I)

Hubiera pasado inadvertido como personaje históricamente irrelevante, un prefecto romano como tantos otros desconocidos y olvidados. Su carrera político-militar le llevó al gobierno de la provincia romana de Judea, cargo que ejerció durante diez años y para el que había sido nombrado por Tiberio en el año 26 d.C. Pero un breve episodio vivido en Jerusalén ante un hombre singular, Jesús de Nazaret, lo inmortalizó para la historia y hoy su nombre es recordado en una de las oraciones emblemáticas de la Iglesia católica, el Credo. Hablamos de Poncio Pilatos.

Es muy poco lo que conocemos de él. De su tiempo en Judea, dan noticia Flavio Josefo y Filón de Alejandría (siglo I). Nada se sabe de su época anterior a la prefectura de Judea; todo son conjeturas de los historiadores. Ni siquiera se sabe su nombre; al parecer, es probable que fuese Lucio o Tito, a juzgar por alguna inscripción en piedra que menciona a Poncio Pilatos, descubierta en excavaciones llevadas a cabo en la década de los años sesenta en las ruinas de Cesárea. Según algún autor, el apellido Pilatos pudiera ser debido al dardo de honor (pilatum), condecoración con la que él o alguno de sus antecesores habrían sido distinguidos.

Judea era una provincia romana de escasa extensión territorial. El centro neurálgico se encontraba en Cesárea, sede de la prefectura, salvo las épocas en que se trasladaba a Jerusalén, en cuyo caso ocupaba el palacio de Herodes, que es donde se encontraba Pilatos cuando Jesús es llevado ante él. De siempre fue tierra de profetas y predicadores, y lo seguía siendo en tiempos de Poncio Pilatos. En la comunidad judía cohabitaban tres corrientes representadas por los saduceos, los fariseos y los esenios. Los segundos gozaban de mayor predicamento que los otros dos; no obstante, en los Evangelios aparecen duramente fustigados; se les reprochaba su mayor apego a los formalismos y rituales que a la esencia de los preceptos religiosos. Aparte estaban los zelotes, grupo nacionalista y extremista, con métodos de lucha muy violentos, ferozmente contrario a Roma, de la pretendía su independencia.

"La condena de Jesús a morir en la cruz es un hito en la civilización cristiana"

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Según Filón, Pilatos fue un hombre violento y sanguinario, porfiadamente duro, rencoroso e iracundo. Harto dispares son las versiones que de Jesús y los primeros cristianos nos ofrecen los historiadores. Josefo, en sus “Antigüedades judías”, describe a Jesús como un hombre sabio, maestro al que seguían muchos judíos (se trata, no obstante, de un texto de discutida autenticidad). Para Tácito, sin embargo, aquel cristianismo incipiente, aquello que Jesús predicaba era una superstición execrable. Ambos refieren también la muerte de Jesús crucificado bajo el mandato de Poncio Pilatos.

Siempre despertó mi interés el encuentro entre Pilatos y Jesús, especialmente en la forma en que lo narra el evangelio de Juan donde se da cuenta de un instante del diálogo entre ambos inesperado y sorprendente que no aparece en los sinópticos (Mateos, Marcos y Lucas). Sin duda alguna, la condena de Jesús a morir en la cruz es un hito en la civilización cristiana determinante de un rumbo histórico en aquel momento insospechado. Se discute la verosimilitud del enjuiciamiento de Jesús tal como viene contado en los evangelios. Los historiadores encuentran aspectos difícilmente creíbles. Es muy dudoso, por ejemplo, el episodio del canje liberador de Barrabás (Bar-Abba, Bar-Rabban), cuyo nombre, curiosamente, era también Jesús, dato que los evangelistas eluden. Difícilmente creíble es el famoso lavatorio de manos de Pilatos, pues no era escenificación simbólica propia de los romanos sino de los hebreos, y además no precedía al sacrificio de la víctima, sino que era posterior. Y, ciertamente, es difícil tener por bueno y fiel el texto de los interrogatorios a que fue sometido Jesús. Aún más, hay una diferencia notable entre el Poncio Pilatos al que los historiadores retratan como hombre de talante recio y vigoroso, de “terca arrogancia”, a veces violento e inflexible, y el personaje débil, indeciso y vacilante que describen los evangelios.

Ocurre, por otra parte, que en los evangelios se advierte un sesgo antisemita, al tiempo que muestran una acusada inclinación prorromana; late en ellos la decidida idea de cargar sobre los hombros del pueblo judío la condena a muerte de Jesús, en tanto que se exime de culpa a Poncio Pilatos del que resalta la voluntad de salvar al nazareno. Es esta una idea que se mantendrá durante el medievo y que trasciende incluso a la iconografía del juicio de Jesús, donde es frecuente la imagen de un judío asesorando al prefecto romano para predisponerle contra el reo. Algunos biblistas sostienen que desde un principio, el enfrentamiento entre los dos credos, cristianismo y judaísmo, inclinó a los cristianos a desprestigiar a los judíos acusándoles de ser los causantes de la crucifixión de Jesús.

Jesús fue para los judíos un blasfemo y, en el fondo, un hereje, y como tal murió, al igual que tantos otros a lo largo de la historia. Decía Renan que durante siglos, y en su nombre, se infligirán torturas y muerte a pensadores tan nobles como él. Y como ha venido ocurriendo hasta nuestros días, a Jesús de Nazaret le enredaron en un proceso político para acabar con él. Hoy lo llamamos lawfare.

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