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Alberto Barciela

El arte natural de Galicia

Galicia es un espacio de naturaleza, arte y cultura, un lugar para el encuentro permanente con la belleza paisajística y con la creada. Destino de innúmeros caminos de Santiago, dibujada por miles de ríos y valles, corredoiras, Finisterre, destino de rutas marítimas legendarias, dibujada por mares sorprendentes, adentrada por rías, desbocada en acantilados como los de San Andrés de Teixido, la vieja tierra fronteriza de Portugal ha sido visitada por mil pueblos, huellada por fuentes referenciales riquísimas.

Aquí, na Terra Nai e Señora, las aguas se atreven a soslayar los océanos con hermosas cataratas como Ézaro, y la vida se explaya bajo acantilados que semejan catedrales, mientras decenas de faros, en competencia con rojivivas puestas de sol, iluminan la ruta marítima más transitada del mundo, en una mar oceana a la que han regresado las ballenas y los hermosos delfines. El valor natural alcanza su exuberancia con las Islas Atlánticas, presididas por las Cíes con playas de finas arenas, calificadas como las mejores del mundo en Rodas, y bancos marisqueros de riqueza sin igual. Aquí Ons, allá Sálvora y en la serenidad de la ensenada de Redondela, San Simón y San Antonio, poesía pura, aireada de vientos que invitan a practicar el windsurf o la vela, tal como en Doniños o en Patos.

La geografía se inunda de bosques únicos, muchos amenazados ahora por los incendios, pero con inmensas áreas naturales excelsas, a veces domeñadas en parques botánicos o colecciones arbóreas centenarias como las del Castillo de Sotomaior o la alameda de Santiago o la Canuda de Salvaterra de Miño o Montealegre o en la Casa de Cela en Outeiro de Rei.

La agricultura ha modelado los espacios abancalados o los de la Tierra Llana, que de todo hay. La viticultura heroica de la Ribeira Sacra ha apeldañado las escaleras más sorprendentes del mundo. Las riberas del Miño o del Sil riegan con generosidad fértiles huertas, que se celebran a sí mismas con el regalo de caldos insuperables. Brindemos con ellos, por ellos y por nosotros.

Montañas graníticas han ofrecido desde hace siglos el material con el que los canteros han construido ciudades, o catedrales que, cual pasos peregrinos, desde el suelo buscan el cielo, pero también hórreos, cruceiros, puentes, molinos, monasterios, capillas, casas, al tiempo que creaban su propio idioma. Los carpinteros han sometido con dulzura y oficio a las maderas para apuntalar edificaciones como los alpendres, que nos refugian de las inclemencias, o construir Armadas Invencibles en los astilleros de ribera. Los joyeros y plateros y monederos han hallado en estas tierras, en sus minas, los componentes para el aderezo de sus joyas y azabaches.

Nada es ajeno al hecho de “vivir como gallegos”, tal como dice Gadis. Incluso la lluvia se ha hecho arte, como excusa ante tanta belleza. No es extraño que en este lugar de privilegio hayan surgido el diseño y la moda como elementos característicos de una voluntad de vanguardia. No es extraño tampoco que en su valía, el artesano gallego haya sabido hacerse también artista. En el paraíso nadie renuncia a nada porque todo es fruto del esfuerzo, de la imaginación y del entendimiento de los materiales en un mundo colorista, verdiazul, goloso, una invitación al pecado y a la salvación.

En un multiescenario tan rico, lo creado por el ser humano ha de equipararse al arte, para integrarse como un soplo de vanguardia en la evolución natural. Conservemos el patrimonio.

*Periodista

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