Opinión

Pacewicz, en la calle Príncipe

Calle Urzáiz arriba, por la margen izquierda, se encuentra el grupo de viviendas de Benito Sanjurjo, una de las joyas arquitectónicas de la ciudad. Más arriba, haciendo esquina con Lepanto, está el número 49 donde murió Michel Pacewicz, que proyectó todos esos edificios, una casa más modesta, la última de las cuatro en las que vivió en Vigo el arquitecto francopolaco, porque la construcción del complejo de viviendas de Benito Sanjurjo había resultado problemático. La razón es que el movimiento de tierras, a causa de las corrientes de agua, había obligado a invertir muchos recursos en reforzarlo, lo que causó graves perjuicios al promotor y al arquitecto.

Esta información aparece en la exposición organizada para conmemorar el centenario de la muerte del arquitecto. Se trata de una muestra modesta pero muy bien organizada, que deberían ver todos los que sientan interés por la ciudad. Hasta la pasada semana estuvo instalada en la primera planta de Vialia, y ahora se encuentra en la calle Príncipe, junto al Marco. Puede verse muy rápido o emplear tiempo para captar los detalles. Compendia toda la obra del arquitecto, que incluye parte de los edificios más bellos que existen en Vigo de los que es autor.

Una de las últimas obras que proyectó, y que le ayudó a recuperar su quebrada economía para afrontar la última parte de su vida, se encuentra también en la calle Urzáiz, pero en la margen derecha. Aunque ya no existe, porque es uno de esos edificios que Jaime Garrido incluye en su libro “La ciudad que se perdió”, que con acierto se repasa en recorridos guiados. Es el Teatro Odeón, una de las muestras significativas de lo magníficos que iban a ser los años 20, los felices 20, que en Vigo no cabe interpretarlos como un tópico.

Fueron relevantes en el ámbito de la industria, y buena prueba son los edificios representativos del patrimonio industrial que aún disfrutamos, entonces en plena efervescencia. Son lo que definió a Vigo como ciudad industrial, una característica que nunca se debe perder.

Pero sobre todo fue una década de una intensa vida cultural, que la convirtió en la población donde más exposiciones pictóricas se celebraban pero también donde más actuaciones artísticas había y donde se ensayaban las vanguardias literarias.

Para inaugurar el Odeón, en el otoño 1917, el propietario contrató una compañía de renombre, la de Ernesto Vilches. Y siguió en línea ascendente, ya que quería competir con la experiencia y el prestigio del Tamberlick, para demostrar que el nuevo teatro no iba a quedar atrás.

En 1921, tres de los intérpretes serán pianistas de dimensión internacional. Son el español Pepe Cubiles, que fue niño prodigio y entusiasmaba al piano desde los cinco años, que tras formarse en París será profesor del Conservatorio de Madrid y concertista en los mejores escenarios. El segundo es el polaco Moritz Roshental, considerado el mejor pianista del mundo, que actuó el 2 de abril, contratado por la Filarmónica y el tercero el francés Alfred Cortot, profesor del Conservatorio de París y director de orquesta, que llegó a Vigo para tomar el barco hacia EE UU. Su actuación fue considerada uno de los acontecimientos musicales del año.

Ahora que estamos al comienzo de los nuevos veinte, un siglo más tarde, es bueno recordar lo que fue Vigo en aquel momento y fijarnos en el aspecto cultural que tanto brilló entonces. En la literatura, donde se cultivaron las vanguardias, colaboraron en la prensa local destacados escritores latinoamericanos ultraístas y escribió artículos Jorge Luis Borges. En las artes plásticas, en las que Vigo sobresalió tanto que se convirtió en el gran escaparate para que ansiasen exponer los mejores pintores gallegos y también extranjeros, como la polaca Victoria Malinowska. En el teatro, donde, por el Tamberlick pasaban las grandes estrellas como María Guerrero, una habitual, Margarita Xirgú, la preferida de Lorca o la italiana Mimi Aguglia, que estrenó la obra de Valle-Inclán “La cabeza del Bautista”, en la que hizo una creación “imponderable, inimitable, única”, en opinión de un crítico, y a la que Lustres Rivas dedica un artículo, y en la música, con contratos sonados por parte de los teatros y la Filarmónica. Basta el ejemplo expuesto.

Un ambiente cultural que debería recuperarse en esta década, ya que existen muchas posibilidades y aunque el arte de calidad es caro, muy caro, los vigueses y cuantos acudan, porque Vigo se ha puesto de moda, tienen que encontrar unos referentes culturales del mayor nivel, que demuestre que la ciudad no solo tiene capacidad para movilizar multitudes por las Cíes o las Navidades, sino también por el valor equiparable de su vida cultural.

Una pequeña muestra, pero imprescindible para apreciar lo que significó Vigo hace un siglo es la exposición de Michel Pacewicz de la calle Príncipe. Basta acercarse para comprobarlo.

Suscríbete para seguir leyendo