Opinión | Crónica Política

El objetivo

Parece más que probable que cualquiera que afirmase que el señor Feijóo no ha comenzado ya una campaña electoral sería señalado de inmediato por la mayoría de los observadores como un extraterrestre o, en el caso más benévolo, un incauto. Porque no solo es evidente que en ello está su señoría, sino que es lógico teniendo en cuenta de dónde sale –un gobierno regional– y a dónde quiere llegar –el estatal– y, sobre todo, que no tiene acta en el Congreso, además de que el plazo de que dispone para lograr su objetivo en las generales es corto –un año y medio, o menos si el presidente Sánchez no decide anticiparlas como precaución–.

(No es imposible el adelanto, pese a –o quizá por...– la promesa de Moncloa de que no lo haría y especialmente a la vista del desgaste –añadido al que implica estar donde está tras cuatro años de pesadilla– que supone la aparición de un rival que expone desde el rigor de las cifras el peligro de la actual política económica. Y que propone, desde la experiencia, otro tipo de estrategia discutible pero convalidada en el espacio europeo. Alguien podrá afirmar que lo que plantea don Alberto es solo una alternativa, y que eso es más fácil que gobernar. Y es cierto, pero también necesario, porque la democracia requiere la posibilidad de alternancia, y eso no es algo banal: es clave).

El aún presidente de la Xunta no se puede, pues, permitir el lujo de perder un segundo en la procura de la atención del público electoral, ni tampoco exponer ideas que sean difíciles de entender. Por eso abrió su campaña hablando de rebajas de impuestos y explicando cómo lo haría y a quién beneficiaría más, que dice serán los más débiles. El banderazo de salida es opinable, como todo, pero inteligente: apunta a lo que agobia a la gente del común y lo que se sabe de sus propuestas de ventajas fiscales están documentadas y lejos de los extremismos como los de Vox, Podemos, Bildu, ERC o CUP, algo que no puede negar ni siquiera la otra gran farsante del PSOE –la una es Lastra–, pero más peligrosa porque detenta el Ministerio de Hacienda.

En este punto procede hacer constar, siquiera para evitar otros –y malévolos– pensamientos, que lo que se pretende no es una loa al señor Feijóo, sino una opinión favorable al tono y al fondo de los mensajes con los que ha comenzado su precampaña electoral. Y se hace porque, en opinión de este ciudadano que les escribe, ambos factores –sostenibilidad de sus intenciones y prudencia al exponerlas– es lo que necesita la España política de hoy y del futuro. Los otros modelos, los del “no es no” y la descalificación permanente, patentados respectivamente por el presidente Sánchez y el extodo Casado, ya tenían hartos a los pobladores de la España toda. Y, al menos en lo que concierne al clima público, a estos Reinos le conviene el clima político gallego. Por lo menos.

Cuanto queda dicho es, por supuesto, materia opinable, como tantas otras cosas de la vida pública. Pero se piense lo que se quiera, los hechos parecen irrefutables, sobre todo el económico, que se agravará aún más cuando en tres o cuatro meses el BCE aumente los tipos de interés, una especie de tiro en lugar mucho más doloroso que el pie para España. Y ese empeoramiento desembocará, más que posiblemente, en respuestas callejeras como las ya vividas o peores a pesar del árnica que los domesticados sindicatos Comisiones y UGT apliquen –a tanto la ración, por supuesto– a la sensibilizada piel de los trabajadores. Feijóo puede o no ser quien remedie el panorama, pero es una esperanza si logra su objetivo. Y aunque solo fuere por eso, merece más respeto que el que algunos le otorgan.

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