Una de las sorpresas más destacadas del último debate acerca del estado de la autonomía es que hubo un par de acuerdos de cierta entidad, ambos entre el PPdeG y el PSde G/PSOE. El primero acerca de la creación de plazas en residencias públicas –tres mil, nada menos: ad calendas graecas…– y otro, sorprendente por cuanto que se supone como el valor en los militares. Porque a estas alturas, y expuesto con toda franqueza, que socialdemócratas y populares se proclamen contra los separatismos y a favor del autogobierno resulta una redundancia: ambos están en el texto constitucional que juraron o prometieron acatar. Punto.

(Ya puestos, quizá cupiese una observación con respecto a la grada del segundo partido de la oposición. Porque mientras, en definitiva, ratifican principios asumidos, una parte nada desdeñable de sus correligionarios no parece aceptarlos de buen grado. Empezando por el PSC, que se alía con los que niegan su fe, y siguiendo por las federaciones valenciana y balear, que ni rechazan la idea de los Países Catalanes, que no aparecen en otra parte que los mitos y leyendas que abundan en las bibliotecas del soberanismo y eso sin mencionar la actitud de los propios socios del gobierno central –los podemitas– que reniegan de fondos y formas del sistema sin apenas reproches de la parte contratante de la primera parte)

Dicho lo anterior –que como siempre, es opinión personal– este segundo acuerdo semeja, siquiera para los mal pensados, un intento del PPdeG, que maneja su mayoría absoluta de vez cuando en forma imprevisible, de dejar en evidencia de nuevo, pero esta es la solemnidad del Parlamento, la soledad del BNG en asuntos como esos, que sabe compartidos por la gran mayoría de gallegas y gallegos. Logrado eso mediante el acuerdo de un partido de “izquierdas, feminista y social” como no se cansa de repetir su actual secretario xeral, rompe cualquier “cordón sanitario” que algunos pretendían crear. Una jugada muy medida.

Guste o no a sus dirigentes, y en especial a su portavoz nacional, el bloque habrá, ahora o en un futuro próximo, dejar clara su posición con respecto a lo que entiende por soberanismo –o separatismo– y por autogobierno, pero no solo desde sus principios ideológicos sino desde la práctica de los programas electorales. Porque entre los tantos que lo llevaron a donde está ahora en las últimas elecciones gallegas, buena parte seguramente no comulgará con las que acaso crea ruedas de molino y aritméticamente, aquí –y conviene insistir porque es medible– no hay autodeterministas bastantes, por ahora, como para pasar de una romería exitosa. Dicho con todo respeto.

En fin, que el señor presidente Feijóo. que fue el primero en aplicar el término “catecismo” al breviario ideológico del BNG, habrá reconfirmado a estas alturas lo que ya se sabe: que los nacionalistas de aquí no comparten ni uno de los contenidos del que atribuyen al padre Astete. Lo malo es que aquellos con los que acordó lo que acordó, los socialistas, no parecen, en eso, catecúmenos muy de fiar. Entre los acuerdos adoptados por el PSOE en Valencia aparecen algunos que serían más que discutibles en la línea del acuerdo suscrito con el Parlamento gallego, como los cambios en la reforma laboral, que contradicen de lleno la orientación de la UE.