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Dicen los diarios que las comunidades autónomas buscan gente a la que vacunar. Tras los años que llevamos suspirando por una vacuna, y los meses transcurridos calculando cuándo le llegaría el turno al tramo de edad al que pertenece uno, ahora Andalucía, Baleares y Cataluña abren la mano por completo inoculando a todo el que se presente en el centro sanitario, sin necesidad siquiera de cita previa.

El hecho es que la situación ha cambiado por completo y las dificultades para alcanzar la anhelada inmunidad de grupo –cifrada, a causa de la variante delta del virus, en el 90% de la población inmunizada– toman otra cara. No se trata ya de que falten vacunas sino que ahora lo que sobran son los indecisos, por no llamarles negacionistas sin más. Puede que se trate de una leyenda urbana pero cuentan que en los Estados Unidos te ofrecen vacunarte hasta en las colas de los supermercados y encima te premian con una hamburguesa o con lo que quede a mano y, aun así, quienes han recibido al menos una dosis apenas superan el 50% de la población con lugares como Alabama en los que el 94% de los que se encuentran hospitalizados por el COVID-19 no están vacunados. Allí, en Alabama, desde hace cuatro meses roza la totalidad la cifra de los fallecidos por el coronavirus que no habían querido vacunarse.

Cada vez queda más claro que lo que nos hace falta es una vacuna contra la estupidez humana

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Pero el negacionismo sigue adelante, nutriendo sus filas también en España. Me comentaba hace poco un psiquiatra amigo mío que raro era el día en que no acudiese a su consulta un seguidor del cantante –o lo que sea– Miguel Bosé viéndose víctima de una conspiración para obligarle a vacunarse. Habría que preguntarse de quién es la culpa porque cuesta creer que a personajes así se les conceda una plataforma en la televisión. En particular porque las razones de los negacionistas para rechazar la vacuna son de lo más pintorescas: desde que te introducen un chip para controlarte hasta que te cambian el ADN o te vuelven homosexual –no queda claro si a los homosexuales les vuelven heteros– mientras a las mujeres el simple contacto con un vacunado las vuelve estériles. Pero el problema está lejos de suponer una broma. Con más de 4.000 millones de dosis suministradas en todo el mundo, las oleadas de contagios se suceden y seguirán sucediéndose mientras no se cumplan al menos tres condiciones: que se suministren las dosis de vacuna necesarias –dos, tres o las que sean–, que se vacune también en los países pobres, no sólo en los ricos, y que se combata el negacionismo de raíz porque, con las cifras que alcanzan los militantes antivacuna en los Estados Unidos, es imposible llegar a la inmunidad de grupo allí y, a su vez, ese deseo de protección no será una garantía hasta que alcance a todo el planeta. Cada vez queda más claro que lo que nos hace falta es una vacuna contra la estupidez humana.

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