Si las cuentas de la vacunación salen conforme a lo previsto, en tres meses esta película estará próxima al desenlace. Al menos, para nosotros. Sus consecuencias, no obstante, persistirán durante algunos años. El virus sigue campando a sus anchas por otras naciones con medios precarios y su incidencia a largo plazo en la salud de los afectados supone una incógnita que solo el paso del tiempo se encargará de despejar. A pesar del salto cualitativo nunca conviene olvidar que las vacunas, una heroica gesta científica, no pueden impedir al cien por ciento los contagios, ni que las personas infectadas propaguen la enfermedad. Ya lo estamos viendo. Aportan, eso sí, armas para minimizar la incidencia y eludir sus peores consecuencias.

Galicia, y toda España, soportan un aumento explosivo de contagios con picos ni siquiera vistos en la anterior ola de esta pesadilla. Sus consecuencias, por contra, distan mucho de resultar tan dramáticas como las de entonces por lo que, sin abandonar las precauciones, no hay razones para que cunda la misma alarma. Cada vez parece más claro que distender el uso de la mascarilla fue una decisión fundamentada en intereses políticos antes que médicos. Un guiño a los ciudadanos y una maniobra de distracción a costa de asumir riesgos.

Las actuales mutaciones han perdido virulencia, pero gozan de una capacidad de réplica asombrosa. Aumenta el periodo de exposición sin protección y cualquier descuido multiplica la posibilidad de contraer y expandir la enfermedad. Con un amplísimo porcentaje de la población inmunizado, aquellas magnitudes determinantes hace meses dejan de serlo. No por ello resultan irrelevantes: ni conocemos las consecuencias de un descontrol total de la pandemia, ni la actual infección masiva de jóvenes, que empieza a repercutir en otras franjas de edad, parece un asunto menor por más que la superen sin enterarse. Galicia, para frenar los contagios, ha decidido cerrar durante la noche aquellas playas, plazas y parques donde habitualmente se celebran los botellones y exigir PCR negativas o el carné de vacunación completo como requisito para acceder a los locales de ocio nocturno en algunos concellos.

La nueva fase de la epidemia sí empieza a hacer mella en los centros de salud y en la economía. La acumulación de casos leves figura entre las causas que provocan una mayor sobrecarga de la atención primaria. Médicos de las zonas gallegas donde más impactaron los brotes de esta nueva escalada, que ya venían asumiendo una elevada presión asistencial, se sienten sobrepasados, más en estas épocas del año con las plantillas más mermadas. Y el llamativo aumento en pocos días de las tasas de incidencia nacionales ya provoca cancelaciones veraniegas. Vuelven las listas negras de países a los que viajar y España, el enemigo a batir, figura en todas ellas. Y el Gobierno, sin mover ficha. La temporada abriga para Galicia buenas expectativas que sería intolerable que se vieran truncadas por un manejo inadecuado de la situación o comportamientos ciudadanos irresponsables.

“Embridado el alcance sanitario de este tormento, nada resulta tan urgente para Galicia y el conjunto del país como generar riqueza para conservar su estado del bienestar y su nivel de renta”

Para recobrar ese otro pulso, el de la actividad, faltan reformas estructurales, y un uso regenerador de los fondos de la UE que revolucione el modelo productivo. El propio reparto de ese maná sigue constituyendo un arcano. Nada se sabe sobre qué criterios seguirá el Gobierno para que el dinero llegue a los territorios sin partidismos de ningún tipo. En Galicia hay una larga lista de incertidumbres por despejar.

La electricidad y el CO2 alcanzan unos precios desorbitados que lastran el presente y el porvenir de la industria. Existen razones para temer una reforma de la financiación bajo la interferencia del problema catalán que prime a unos pocos en detrimento del resto. Galicia no puede perder bajo ningún concepto posiciones en la asignación de recursos. Acaba de aprobarse un cambio en las pensiones por las exigencias de Bruselas sin abordar su instrumento fundamental, el mecanismo para sostenerlas. Quienes vengan detrás, que lo resuelvan. Está en juego también la supervivencia de aquellas compañías rescatadas y de centenares que aún tienen una alta dependencia de las ayudas públicas transitorias.

El fin de la pandemia no puede fijarse por decreto. El virus se ha encargado de demostrar otra vez que las cosas no funcionan así. Cambia el patógeno, ahora menos letal. Cambian sus efectos, que ya no saturan ni los cementerios, ni los hospitales. Lo único que nunca cambia es el enredo de los políticos a los que, por unas cosas o por otras, el COVID pilla siempre con el pie cambiado, traspasándose mutuamente las responsabilidades e improvisando. Embridado el alcance sanitario de este tormento, nada resulta tan urgente para Galicia y el conjunto del país como generar riqueza para conservar su estado del bienestar y su nivel de renta. Sin una estrategia definida y pensada para una recuperación sólida y consistente ocurrirá lo mismo que con cada ola de casos: navegaremos sin rumbo ni capacidad de reacción a merced de los malos indicadores.