De modo que, mientras los de la cobernanza se dedican a sembrar la confusión y hasta el miedo –se supone que de forma no voluntaria, pero tal como actúan, cuesta trabajo creerlo– entre la ciudadanía pendiente de la segunda dosis de AstraZeneca, el jefe del Gobierno de España seguía, impertérrito, el guión que le escriben acerca de la pandemia. Este fin de semana, por segunda vez en menos de un año y de forma algo más sutil que la anterior, proclamó la victoria sobre el virus anunciando la “buena nueva” de que “estamos felicísimos de recibir a todos los que quieran viajar hasta aquí”, a los que se les darán el máximo de facilidades.

No es la nueva realidad que predicaba la primavera pasada –quizá lo sea la que fija ahora para 2050– pero algo es algo, y está demostrado que a la coalición PSOE/UP le importan un bledo las contradicciones, y las críticas, incluso las argumentadas, le aplica la tesis podemita de llamarle “fachas” a quienes osan realizarlas. Parece todo ello un resumen de sus asesores, que le aconsejan, si no –como “norma de buen gobierno”– sosegar a la población, al menos como alivio del “efecto M” de Madrid, animar a sus votantes potenciales para que dejen de pasarse al otro lado. En eso insisten las encuestas serias, y más vale prevenir.

Para lograrlo vale lo que haga falta, aunque se predique ahora lo contrario a lo que se llamaba “nueva realidad” –una modernización de la estructura económica– para retornar al antiguo discurso de bienvenida a la llegada masiva de turistas. Que hace mucha falta, por supuesto, pero que poco tiene que ver con la anhelada, predicada y patriótica metamortosis del país. Aunque, y es preciso insistir, este es uno de los gobiernos a los que menos importa la opinión pública de los pocos democráticos que ha habido en España. Un pasotismo causado, quizá, por el dato de que la otra –opinión–, la publicada, la tiene bajo control. Por ahora.

(Conste que este nuevo episodio de la barahúnda gubernamental y sus constantes virajes, no le viene mal a Galicia aunque haya quien sostenga que puede ser pan para hoy y hambre para mañana. La apuesta aparente del equipo del señor Sánchez por la anterior realidad, aunque insegura, del turismo podría venir bien aquí tanto este año como el que viene, por consideración de “santos” y, por tanto, también de xacobeos. Y hasta es posible –pero poco probable– que en Moncloa tomasen nota del acierto del presidente Feijóo en la cita de Fitur para proclamar que también España es segura. Pero eso hay que demostrarlo, porque los touroperadores se fían más de las cifras que de los discursos.

En todo caso, y mietras la Xunta espera que Moncloa no le haga otra de las suyas a la hora de apoyar el evento gallego, cumple destacar la más reciente desfachatez en materia sanitaria: reincidir en el depósito de la responsabilidad sobre las espaldas de la ciudadanía. El consentimiento informado que se va a exigir por la segunda dosis pendiente del fármaco citado, un documento en el que se especifica que en caso de riesgo de trombosis no cabe alegar después, es una vergüenza. La respalde quien la respalde desde la ética o la perifrástica. Va contra el criterio de la EMA –al menos el penúltimo de los que difundió– y suena a compadreo entre quienes deben velar por la gente y los que han proporcionado las polémicas vacunas. Por lo dicho: para evitar pleitos futuros en el caso de que algo falle.

¿No?