Opinión

¿‘Quo vadis’, Malvinas? Pesca y ‘level playing field’

En un reciente artículo expresaba yo mi convicción de que la Unión Europea debía de revisar a fondo la Política Pesquera Común bajo el nuevo enfoque del principio Level Playing Field, tal y como ha sido formulado por MarInnLeg, a solicitud de la Xunta de Galicia. Expresaba también mi convicción de que, en materia de pesca, el Espacio Económico Europeo, que está compuesto por Noruega, Islandia y Liechtenstein, además de por la UE, solo sirve para que los dos primeros practiquen una agresiva política proteccionista y disfruten a cambio de todo el mercado único europeo. Ni España ni la Unión Europea pueden seguir tolerando esto, máxime cuando el Gobierno Noruego estima con desfachatez que, tras el Brexit, el acuerdo pesquero con la UE tiene que ser renegociado para conseguir la entrada sin aranceles de los productos pesqueros noruegos.

Siento una especial afección por las Islas Malvinas y por sus gentes, porque me tocó a mí hacer los arreglos pertinentes con sus autoridades para negociar las primeras licencias de pesca para la flota española en aquellas aguas en unas condiciones políticas internacionales nada fáciles. A pesar de estas dificultades en el entorno político internacional, esto permitió consolidar una relación entre las islas y España que ha sido beneficiosa para ambas partes. Los datos estadísticos de 2017 indican que las exportaciones totales de las islas Malvinas alcanzaron los 207 millones de dólares, y las importaciones un total de 113 millones, lo que arroja una balanza comercial positiva de alrededor de 94. De las exportaciones 118,8 millones corresponden a productos de la pesca mientras que, por ejemplo, la lana solo alcanza los 10,9 millones.

Pero lo más relevante es que 170 millones se exportan a España –o sea, el 82%– y las importaciones desde España constituyen casi el 30%. En definitiva, España es el socio principal de las islas muy por encima del Reino Unido. Hasta ahora, esta situación se había desarrollado de manera satisfactoria para ambas partes bajo una legislación aceptable que ahora pudiera intentar transformarse hacia postulados más proteccionistas que serían inaceptables para España. Hasta ahora existían unas compañías al 100% Malvinas que eran las titulares de las licencias de pesca. Además, existen lo que se denominan las qualifying companies, que pueden asociarse con los titulares de licencias malvinos para pescar las cantidades asignadas en esa licencia. En esas qualifying companies, que es donde están los armadores españoles que aportan sus buques, se exige una participación de ciudadanos malvinos de al menos el 25,1%. Estos arreglos fueron equilibrados y entrarían dentro de la filosofía del Level Playing Field. Sin embargo, se recomienda ahora aumentar esa participación al 51%, lo que equivale a una quasi-expropiación de los activos más caros, es decir, los buques. Eso sería a mi juicio un grave error.

Las Islas Malvinas y otros territorios no forman parte del acuerdo del Brexit por decisión del Reino Unido. Sus exportaciones a la UE están sujetas a aranceles que pueden, en su caso, ser aumentados o incluso cerrar los mercados bajo ciertas circunstancias. Sería verdaderamente lamentable que esa recomendación legislativa fuera finalmente adoptada. De suceder esto España y la UE tendrían que replantearse sus relaciones comerciales con las Islas Malvinas. A mi juicio, las islas deben de buscar acercarse a la Unión Europea y para ello debe de huir de toda orientación excesivamente proteccionista contraria a las normas de un mercado liberal y equilibrado. Malvinas necesita atraer inversiones y o espantarlas si aspira a convertirse en una economía moderna y próspera. España no podría aceptar ninguna rebaja arancelaria ni ningún trato preferencial a países que como Noruega e Islandia adoptan o mantienen políticas proteccionistas desfasadas. Será lamentable que Malvinas siguiera esa ruta que le llevaría a aislarse de su principal socio comercial que, sin duda alguna, es quien le abre las puertas a Europa. Decisiones así también les aislarían políticamente y no andan muy sobrados de socios. Con gran dolor de corazón, España y la UE tienen que responder negativamente a todo trato preferencial en el mercado a los países que adoptaran estas medidas. Las rebajas arancelarias, si ello procede, deben de esperar hasta que se clarifique esta situación. Lo más prudente sería aplicar la recomendación de San Ignacio de Loyola: “En tiempos de turbación, no hacer mudanza”.

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