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Armando álvarez

Escambullado no abisal

Armando Álvarez

Polvo y estrellas

En la historia humana se alternan las épocas de soñarnos dioses o despreciarnos como a insectos, de ambicionar las estrellas o morder el polvo, de expandirnos o de recogernos. Se reemplazan con regularidad, ligadas por causas y consecuencias. Las civilizaciones suelen colapsar debido a sus excesos: consumistas, demográficos, medioambientales. En ocasiones, por factores que antaño parecían escapar a nuestro control, como una ligera variación en la temperatura media. Puede ser la corrupción de un sistema político o la ceniza de una erupción distante. Los hombres contemplarán después asombrados las ruinas de sus antepasados, como si correspondiesen a alguna raza extinta de gigantes. Y temerán incurrir en los mismos pecados hasta que, olvidada ya la memoria de quiénes fueron y lo que sucedió, renueven sus anhelos, afanes y avaricias.

En nuestros ciclos, o sea, también se van relevando la soberbia y la humildad con la que nos contemplamos dentro del universo. Podemos pensar que habitamos en la mejor de las realidades posibles y que el progreso es infinito. La siguiente generación probablemente se duela del sinsentido de la existencia. Al positivismo le seguirá el nihilismo. A que Dios nos entregase la creación para nuestro gozo le siguió la orfandad tras ser expulsados del paraíso.

Asistimos a uno de esos goznes. Empezábamos a acariciar la eternidad en los trasplantes y el volcado de datos cuando un bichito de cien nanómetros de tamaño nos ha recordado que somos apenas un puñado de carbono que florece un instante y se marchita. Alardeábamos de nuestros avances tecnológicos y un simple barco mal varado nos ha atascado todo el planeta.

La imagen de esa diminuta excavadora en su empeño de arañar surcos bajo el monstruoso Ever Given nos representa mucho más de lo que pensamos. Presumíamos de pulsar un botón en nuestro ordenador y que horas después apareciese un repartidor en nuestra puerta con el pedido. No nos interesaba la cadena prosaica de fabricantes y distribuidores que obraba semejante magia. El fluido de lo virtual, aunque se propague, sigue sosteniéndose sobre lo tangible. Cuando la realidad se desmorona, silenciamos a los “influencers” y le rezamos a los reponedores de los supermercados.

Resulta irónico que en 2021, envueltos en las guerras del 5G, sigamos dependiendo de ese canal que Lesseps diseñó hace 150 años como una herida sobre la tierra seca. Ya antes lo habían concebido faraones y césares. De él se apropiaron los ingleses y lo codiciaron los nazis. Nasser alzó su revolución sobre su control. Allí caducó el orgullo de las viejas potencias y se erigió el orden de las nuevas. Esos escasos metros, de ribera a ribera, siguen siendo capaces de estrangular la economía occidental. Suez todo lo condensa: la naturaleza y la ingeniería, el horizonte infinito y la angustia de lo cotidiano, nuestro poder y nuestra fragilidad. Ese canal, antes que mares, conecta el polvo y las estrellas.

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