A estas alturas, visto y oído el panorama, no serán pocos los que entre quienes todavía se interesen por el antiguo “arte” de hacer posible lo necesario –que eso debería ser la Política– estén atentos a la reunión del presidente de la Xunta con los dirigentes de los grupos parlamentarios de la oposición. Por separado, parece que a petición de la portavoz nacional del BNG, que es la segunda fuerza del país electoralmente hablando y acaso quiera aprovechar esa condición: cierto que el señor Feijóo podría haber aplicado aquello de que contra el vicio de pedir está la virtud de no dar, pero en este caso no había “vicio” ni “virtud”: importan otras cosas.

En el orden de prelación de asuntos que debieran ocupar el tiempo de sus señorías –al menos en opinión personal de quien la expone–, habría de encabezar la agenda de trabajo cuanto se refiera a la pandemia, el arma principal contra ella que son las vacunaciones, su lentísimo avance –con los grupos de entre 65 y 80 años citados ad calendas graecas pese a su alto riesgo– y por supuesto el plan de reconstrucción para el día después del COVID-19. Sin dejar al margen, por descontado, asegurar un esfuerzo conjunto para evitar que como viene sucediendo con Galicia en otros asuntos, determinadas decisiones no se tomen desde criterios discutibles.

Conste que esos criterios son opinables casi siempre, pero lo otro es peor, por discriminatorio y en consecuencia injusto, afirmación que, con los precedentes en la mano, no es en absoluto descalificable. La agenda, por supuesto, es más extensa, bastante más seguramente que si la reunión de hoy se hubiese llevado a cabo hace meses. El retraso es difícil de argumentar e incluso casi imposible de entender por la ciudadanía, que exige ahora siquiera un acuerdo de mínimos. Porque el “diálogo”, al que tantos apelan y tan poco practican, exige para la ocasión no sólo el talante imprescindible para hacerlo fructificar en resultados concretos, sino el talento imprescindible para separar el grano de la paja.

Lo que está claro es que urge darle a los gallegos y las gallegas –o viceversa, para no olvidar el lenguaje inclusivo–, la esperanza de que sus principales representantes son capaces de entenderse pensando sobre todo en común para vencer las dificultades actuales y por supuesto las crisis que están por venir y con la fuerza suficiente para afrontar el mañana. Cualquiera que se ciña con un mínimo de objetividad a los hechos ocurridos en el último año convendrá en que el “mando único”, antes de fracasar del todo, lo había hecho por partes, previsiones incluídas.

A cuanto queda dicho –desde el punto de vista particular, como siempre–, acaso proceda añadir alguna observación. Por ejemplo que el pueblo llano –otros le llaman público–, no aparenta demasiado optimismo acerca de lo que cree una gran ocasión para cambiar cosas, sobre todo en materia de ententes, más o menos cordiales, pero firmadas. Y además que el balance de esta primera oportunidad –que no debiera ser la última– ha de ser muy concreto, de forma que lo entiendan tanto quienes deben aplicar los remedios como los que tengan que aportar los recursos. Dicho de otro modo, que la gente del común está ya harta de floripondios, discursos aparentes pero vacíos de los que, al final, apenas contienen otra cosa que aire.

¿Verdad?