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El edificio anhelado por el Archivo Histórico Provincial

Salvaguarda de miles de protocolos, manuscritos y legajos que esperan su custodia definitiva en la antigua Delegación de Hacienda, otrora su sede fundacional en precario

El Archivo Histórico Provincial (AHP) acaba de iniciar el camino de vuelta a su punto de partida en la Delegación de Hacienda de Pontevedra, tras la reciente adscripción al Ministerio de Cultura de la antigua sede frente a los Jardines de Casto Sampedro y a la sombra de la iglesia de San Francisco.

Aunque el patronato fundacional celebró su primera reunión en febrero de 1932, Enrique Fernández-Villamil y Alegre retrasó dos años la institución efectiva del AHP con conocimiento de causa. Él mismo fue su primer director y principal impulsor durante las dos décadas siguientes.

Exactamente el 4 de agosto de 1934, el AHP ingresó su primer protocolo proveniente del partido judicial de Tui, en una sala facilitada por la Delegación de Hacienda, merced a la generosidad de su titular, José Feijoó Bermúdez.

Al gestionarse esa cesión, el patronato celebró una reunión previa en el Palacio Provincial, y además de aprobar su instalación allí también autorizó el traslado de protocolos, legajos y demás documentos antiguos, paradójicamente custodiados hasta entonces en la cárcel de Pontevedra. Bajo la presidencia del gobernador civil, Víctor M. Becerra, asistieron a aquella histórica sesión el alcalde Bibiano F. Tafall; el catedrático del Instituto, Enrique Míguez; el catedrático de la Normal, José Gay, y el propio Fernández-Villamil.

El AHP concluyó después de la Guerra Civil su etapa prehistórica en la Delegación de Hacienda, cuando en 1940 dispuso de nuevo alojamiento junto con la Biblioteca Pública en el ala izquierda de la planta baja del Instituto Nacional de Enseñanza Media. Villamil compaginó la dirección de ambos organismos con su trabajo al frente del Archivo de Hacienda, que tenía cierta importancia, así como la impartición de clases en el mentado centro docente.

A mediados de 1943, Villamil se trajo dos cosas primordiales de una visita muy fructífera a Madrid: un lote de 1.000 libros para incorporar a la Biblioteca Pública, y un promesa de crédito para construir un edificio destinado al Archivo Histórico, caso de lograr la cesión del solar por parte del Concello.

La Casa del Barón (luego Parador de Turismo) estuvo cerca de convertirse en ese lugar de acomodo. Pero el ofrecimiento "naufragó" entre los obstáculos de unos y las incomprensiones de otros, circunstancia bastante habitual en el acontecer pontevedrés.

Don Enrique se convirtió en nuestro sabio particular, heredero de Casto Sampedro y admirado por Filgueira Valverde. Inasequible al desaliento, su incuestionable prestigió le abrió alguna puerta importante, y antes de su marcha a la capital para ocupar la dirección del Servicio Nacional de Lectura, consiguió lo que parecía imposible: una dotación propia para la Biblioteca Pública y el Archivo Histórico, siempre unidos por aquel entonces.

El propio Villamil firmó el 12 de marzo de 1954, en representación del Ministerio de Educación Nacional, la escritura de compra de la Casa de Fonseca, edificación bien conocida e inequívocamente masónica que levantó el potentado industrial Eulogio Fonseca García de Redondo a principios del siglo XX. Su hijo Luís Fonseca Quintairos percibió por la venta del inmueble la cantidad de 2.083.800 pesetas.

Bajo la denominación común de Casa de Cultura, el singular edificio de las dos esfinges con cuerpo de león y cabeza de faraón a la sombra de sendas palmeras a cada lado de su entrada principal, agrupó a ambos organismos desde 1960 tras una rehabilitación que tardó cinco años en concluirse.

Después de dos décadas de buena vecindad, Mercedes Alsina Gómez-Ulla y Pedro López Gómez, iniciaron el proceso de separación amistosa de la Biblioteca Pública y el Archivo Histórico, puesto que su convivencia de hecho constreñía cada vez más su crecimiento natural. Con el paso del tiempo sin encontrarse una solución adecuada, sus estrecheces terminaron por convertirse en angustiosas.

Primero el Ministerio de Información y Turismo, y después el Ministerio de Cultura, afrontaron el problema con más o menos interés. Las opciones barajadas no fueron pocas, hasta el punto de que no quedó sin visitar un solo inmueble a la venta en la Zona Monumental. Al menos el Palacio de Mugartegui, el Palacio de Altamira, el Palacio de los Pita, el Palacete de las Mendoza, la Casa de Aranda, el caserón del Teucro o el antiguo Hospicio, tuvieron sus opciones para albergar al AHP, pero ninguna cuajó.

En este caso, la resolución final no llegó con el usual padrinazgo de Pio Cabanillas, sino con la implicación personal de Emilio Fernández, a la sazón director general de Servicios del Ministerio de Cultura durante el mandato de Javier Solana en el primer gobierno socialista de Felipe González.

Milucho, el de Los Cuatro Gatos -célebre taberna de la Rúa Nueva-, vino a Pontevedra a finales de 1983 con la subdirectora general de Bibliotecas, Alicia Girón, para analizar in situ los edificios barajados. En aquellos días quedaron descartas varias opciones, entre ellas la compra de la Huerta del Cura, antigua rectoral de San Bartolomé, de cara a su posible restauración.

Emilio Fernández concluyó la visita con un compromiso: "A principios de 1984 -dijo- habrá una solución definitiva tras los correspondientes estudios de los servicios técnicos". Y lo cierto y verdad fue que cumplió su promesa.

Ante los problemas observados de orden estructural en los edificios nobles para su adaptación a los usos de ambos centros, los técnicos ministeriales se decantaron por una nueva construcción. Y entre los solares ofertados, que ocupaban dos antiguos garajes en las calles de la Marquesa y Alfonso XIII, optaron por esta última propuesta. Finalmente, la decisión política se inclinó por destinar la nueva construcción solo a Biblioteca Pública y mantener el Archivo Histórico en la Casa de Cultura para su uso exclusivo.

La inauguración de la Biblioteca Pública "Antonio Odriozola" a principios de 1988, con Daniel Buján Núñez como director, deshizo la pareja de hecho que mantuvo durante medio siglo con el Archivo Histórico. A partir de entonces, el AHP comenzó su trayectoria en solitario, con Mª Dolores Barahona al frente, sucesora de Pedro López, quien marcó su época anterior.

La obra de adaptación más importante de la Casa de Cultura se ejecutó por la constructora José Malvar entre 1993 y 1995 con un presupuesto de 90 millones de pesetas. Entonces, el histórico edificio ganó espacio y funcionalidad, además de dotarse de un forjado especial para soportar el peso de nuevos depósitos de legajos y documentos. Así llegó a trancas y barrancas hasta bordear la saturación actual, en espera del anunciado traslado a la antigua sede de la Delegación de Hacienda.

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