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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

Los límites

Una de las evidencias que, quizá por serlo, menos atención suscitan aquí es la de que si la sociedad civil gallega estuviese articulada -e incluso organizada, más allá o junto a los partidos políticos- probablemente las cosas serían de otra manera. Y estarían marcados los límites de la paciencia para soportar el maltrato que recibe y el cinismo que exhiben unos cuantos de los que se dicen sus representantes pero que en la práctica solo lo son de los intereses de sus siglas. Y a veces ni eso: si hubiese que argumentar la opinión que se expone, sobrarían casos acompañados de ejemplos prácticos incontestables.

Por utilizar el último -aunque se prolonga ya por tanto tiempo que diríase permanente- y aunque aburra, es preciso hablar del AVE Madrid-Galicia, o viceversa, que ha vuelto al centro de la polémica. Y que si algo prueba per se es la enorme capacidad para mentir de cuantos forman parte de la inmemorial polémica, aderezada con la insufrible prepotencia que muestran ministros y altos cargos cuando al asunto se refieren. Y, aunque los hubo más escandalosos, debe citarse el del ministro Ábalos que, de visita en Galicia, acaba de ratificar la fecha de 2022 cuando aún no se secó la tinta sobre 2019, 20 y 21 y el desmentido de Adif.

Por todo eso, más el contenido del informe del Tribunal de Cuentas acerca de algunos de los motivos del retraso de cincuenta meses pero no de quince años -que Ábalos tampoco cuantifica: por lo visto, solo le interesa Rajoy y deja fuera a Zapatero y Aznar-, se reclama aquella movilización social. Porque lo que aquí sucede demuestra que éste es un país casi indefenso, en el que cada cual va por su lado y el interés general se supedita a los particulares. Los sindicatos solo se movilizan -y de un tiempo a esta parte, poco- cuando le tocan "lo suyo", los empresarios están difuntos como organización, y las sectoriales y/o provinciales se disputan una supremacía apenas parroquial que solo las minimiza.

Otros agentes no se diferencian en ese paisaje. Las universidades se ocupan de sí mismas, alejándose de una realidad que las necesita como mens sana para que aporten salud a un corpore insano, agitado por la ferocidad egoísta de unos políticos contra otros en una batalla que pretenden ideológica pero que recuerda -curiosamente- a la medieval de las investiduras, con Federico Barbarroja y el Papado atendiendo a sus faltriqueras. Y nadie se ocupa de pensar, la "funesta manía" que al parecer no pocos quieren erradicar porque molesta a sus fines.

La evidencia -y la memoria histórica, pero no la actual, unidireccional en sentido contrario a la del franquismo y alentada por parecidas bajas pasiones- demuestran que es urgente marcar límites a todo esto. Que Galicia, como España, necesita recuperar el valor de la palabra, de los compromisos, superar la visión sectaria y componendas aberrantes. Por que no deben olvidarse las palabras de Ortega -"¡no es esto, no es esto?!"- cuando contemplaba un país aquejado de males que hoy parecen revivir.

¿Verdad?

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