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Joaquín Rábago.

360 grados

Joaquín Rábago

Terrorismo islamófobo en las antípodas

El terrorismo -lo sabemos por propia experiencia- puede dar sus zarpazos en cualquier parte, pero pocos podían imaginarse lo ocurrido esta semana en nuestras exactas antípodas: la habitualmente tranquila Nueva Zelanda.

Las dos masacres cometidas allí, una tras otra, entre los asistentes a la oración en sendas mezquitas por un fanático australiano de extrema derecha que ametralló a sangre fría a 49 personas y dejo heridas a otras tantas nos recordó a muchos otro horrible suceso ocurrido en suelo europeo.

La matanza que llevó a cabo en 2011 un noruego admirador del nazismo no tenía como blanco a musulmanes que acudían a sus mezquitas como la sucedida el viernes en la localidad australiana de Christchurch sino a los numerosos jóvenes asistentes a un campamento de verano socialista.

En ambos casos se trataba de dar un escarmiento, y no en vano los textos que dejaron escritos, antes de actuar, ambos fanáticos reflejaban el más profundo odio hacia el islam y hacia quienes en Europa amparan el multiculturalismo.

Resulta significativo que el terrorista australiano hubiese recorrido antes la vieja y decadente Europa y hubiese alimentado su islamofobia a la vista de la fuerte inmigración turca y musulmana en general con la que se topó en los países visitados.

Algún columnista ha tratado de asociar lo ocurrido en Nueva Zelanda al nuevo florecer del antisemitismo en muchos países europeos, pero, sin querer minimizar este último fenómeno, lo cierto es que en el fondo de la islamofobia está la defensa de la civilización judeocristiana frente al islam.

Hay en cualquier caso muchos políticos jugando con fuego últimamente: y no nos referimos sólo al holandés Geert Wilders, a la francesa Marine Le Pen, al húngaro Viktor Orbán, al italiano Mario Salvini y otros líderes de la derecha o extrema derecha europea, sino en primer lugar al presidente de EE UU, Donald Trump.

¡Qué hueras suenan las palabras de condolencia por lo ocurrido en Nueva Zelanda, y de simpatía con las víctimas, de un presidente que ha contribuido como ninguno antes que él a normalizar la ideología supremacista blanca no sólo en su país sino en todo el mundo!

Que Trump hablase en su medio favorito de Twitter de "horrible masacre" y "despiadado acto de odio" -¿qué otra cosa podía decir en tales circunstancias?- no le exime en absoluto de responsabilidad en la propagación del odio al inmigrante, y no sólo al musulmán.

¿No llegó a escribir en una ocasión el líder del "mundo libre" que "el Islam nos odia"? ¿No prohibió también indiscriminada y caprichosamente el mismo Donald Trump la entrada en Estados Unidos a los ciudadanos de varios países árabes?

Sin olvidar, por supuesto, el papel que desempeñan en la difusión de ese y otros fenómenos similares las redes sociales como Facebook, en las que fanáticos de toda laya vomitan, muchas veces anónimamente, su odio.

Hicieron muy bien la mayoría de las televisiones del mundo en no difundir las imágenes que el terrorista australiano filmó de la matanza que estaba cometiendo como si de un videojuego se tratase. Los fanáticos como él sólo buscan con ello imitadores.

Pero hay algo sobre lo que también habría que reflexionar tras lo sucedido en Nueva Zelanda, y es en el hecho de que la policía y los servicios de información no sólo de ese país, sino de tantos otros, se ocupan mucho más de cualquier extremismo de izquierdas que de vigilar de cerca al supremacismo blanco.

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