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tribuna del lector

La cacería

Su fama de excelente cazador le acompañaba como el cauce escolta al río. Todo en él era innato y nada disociable de su personalidad. Fue José un tipo magnifico y un excelente funcionario, pero ninguna de estas cualidades, que le asistían sin límite, eclipsaban su elevada sabiduría y holgado manejo en el noble arte de la caza. Su profundo conocimiento tomaba razón de su inquieta personalidad, renuente siempre al acomodo y ávido de ahondar en una afición con la que convivía más allá de vedas y prohibiciones, pues sabido es que la pasión, cuando es verdadera, nunca repara en obstáculos o impedimentos. Como la lanza al Quijote, también la escopeta colmaba en José todo realce, lustre e hidalguía. Mercenarios ambos en el destino, pero inseparables del honor.

¡Qué diferencia con las cacerías de hoy en día! Tiempos en los que jamás encontraremos la pieza abatida en los manuales cinegéticos, donde el lauro y el respeto matizan y acotan las conductas. Otros son los campos en los que espingardas, dagas, micrófonos y cámaras acechan inclementes con posta de elefante a cuanta pieza sea menester cortar el resuello. Ya veremos en su día qué hacemos con ellas; siquiera colgar su cabeza en el salón virtual de las siniestras vanidades. Veda abierta y tiro a discreción. Sin nobleza ni honor. Nadie está a salvo en este constante e inclemente fuego cruzado. No hay profesión ni persona que escape al rececho cuando entra en el campo de tiro de la banal noticia, la inmisericorde persecución o la ejecución sumaria en el noticiario de las tres. Pocas indignidades superan el escrache a una persona delante de su familia, de sus hijos. Porque, de ahí a la antorcha nazi en la puerta de un judío media tan solo un corto paso. ¡Que no lo hubiera hecho! claman vengativos, ignorando arteramente que sólo a los tribunales corresponde valorar responsabilidades civiles o criminales. Porque las políticas, aunque alguno no lo entienda, han de tener también su campo acotado.

Cierto es que la política nunca fue bien entendida sin un adarme de maldad. Se le presupone al agente, como al soldado el valor. Capaz de lo mejor, pero también ducho y experto en siniestras maquinaciones. Gran contradicción cuando, como decía Platón, sólo ha de gobernar quien conoce el bien y practica la justicia. Los años sin embargo me han demostrado que existen excelentes políticos, al igual que existen magníficos enseñantes, médicos, artesanos, periodistas, curas o abogados. Pero también quienes tienen como preferente misión vital abatir personas con la misma indignidad con la que aquel asesino etarra afirmaba que su profesión era matar y lo hacía lo mejor que podía. Sobrepasar los límites del cabal debate político o social solo arrienda la miseria, cuando no la destrucción. De todo y de todos.

Por ello, que nadie se llame a engaño cuando ocupe el poder, pensando que va a estar a buen recaudo. Sobre todo cuando tanto ha participado en actualizar las peligrosas reglas de juego. No juzguéis y no seréis juzgados, porque tal como hacéis os lo harán a vosotros. Cita que por obvias razones no me atribuyo, pese a estar sin entrecomillar, y cuya consistencia avala su longevidad.

Y es que vivimos un tiempo que hasta la cetrería tiene ya nombre y apellidos, y ninguno es águila, gavilán o halcón. Ardua tarea la de sobrevivir cuando ya no se distingue al montero de la reala o la perdiz del cazador. Todos son blancos y objetivos, sin reparar en medios o formas.

Por ello, como diría mi admirado José, no le llaméis cacería; aquí no hay otra honra que la del particular interés.

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