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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Gozar de simpatía social

Homenaje a Enrique Castro y Antonio Fraguas

La semana pasada fallecieron dos personajes que despertaban una amplia simpatía social. Uno de ellos, Antonio Fraguas, más conocido como Forges, era dibujante de viñetas humorísticas para la prensa. Y el otro, Enrique Castro, más conocido como Quini, era futbolista y jugaba en la avanzada posición teórica de delantero centro, que diría antaño el maestro Matías Prats. Al primero de ellos le echarán más en falta sus admiradores porque desde hace muchos años tenía presencia diaria en los medios para comentar -dibujándola- la actualidad política y social. Al segundo, que ya llevaba tiempo retirado de los campos de fútbol, se le organizó en Gijón un funeral propio de un rey guerrero de la antigüedad con el ataúd a hombros de veteranos compañeros de lucha y miles de personas rindiéndole homenaje en la calle.

Forges murió sin que la enfermedad que iba minando su salud pudiera impedirle firmar todos los días una viñeta, e incluso en el del anuncio de su fallecimiento apareció una última en su página de siempre. Una constancia que tiene un mérito extraordinario, sobre todo en un artista que se expresa mediante el dibujo ya que el vigor del pulso es un arma imprescindible de su trabajo.

A Quini en cambio se le paró el reloj de la vida al fallarle de pronto el mecanismo de un corazón que había sobrellevado abundantes penas y enfermedades. Superado todo eso, parecía que ya solo le quedaba disfrutar tranquilamente del otoño de la vida, pero la muerte, que es guadaña sin piedad, cazó al delantero y antes de que pudiera regatearla una vez más, lo derribó para siempre.

Alguien podrá preguntarse por qué me tomo la licencia de unir en un mismo comentario a dos personajes tan distintos. Y la respuesta va de suyo. La primera razón es porque en este pequeño territorio de (más o menos) 556 palabras tengo plena libertad para hacerlo. Y la segunda porque ambos, Forges y Quini, disfrutaban de un amplio caudal de simpatía por la bondadosa forma de ejercer un oficio que los puso en el escaparate de la curiosidad ciudadana. Un rasgo de carácter que, en el caso de Forges, destaca Julio Llamazares.

"En un país de malhumorados -dice el escritor leonés- su buen humor ha supuesto durante 50 años la demostración de que se puede criticar la realidad sin hacer daño a sus protagonistas". Una cualidad que al genial dibujante le ayudó a transitar desde la suspicaz intolerancia de la dictadura (que no toleraba bromas y menos aún en forma de viñeta) hasta una democracia con muchas fugas de agua.

Y en ese sentido, tuvo más suerte Quini que Forges, porque para su oficio de marcar goles no había censura política, e incluso ganarle al Real Madrid, que pasaba por ser el equipo del régimen franquista, no tenía castigo ni amenaza de cárcel. De su trayectoria como futbolista profesional nos deja el recuerdo de su facilidad para hacer goles. Con los pies era un maestro a la hora de ejecutar una volea y de cabeza era tan eficaz como Santillana. No tenía un estilo bonito de correr ni de golpear la pelota pero en todos sus movimientos transmitía una poderosa sensación de fuerza. De no haber muerto antes, Forges le hubiera dedicado un dibujo.

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