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Llanto por un profesor muy querido

El salón de actos de la Escuela Nueva, en la plaza del Teucro, acogió una velada necrológica en honor del capitán Enríquez en la tarde del jueves 21 de enero de 1937. Profesores y alumnos rindieron su sentido homenaje al idolatrado maestro.

Esta ceremonia fúnebre constituyó el broche final del novenario de misas que ofició en su memoria durante los días anteriores el reverendo Marcelino Torres Villar, director espiritual del mencionado centro, asistido por alumnos y ex alumnos del finado.

Un retrato al óleo del llorado capitán Enríquez presidió aquella reunión de inevitables tintes patrióticos, tal y como obligaba el contexto bélico. No obstante, el acto estuvo caracterizado por un ambiente marcadamente íntimo "para no restar ni un átomo de emoción al recuerdo del ser querido", en palabras del director del centro, Hernán Poza Juncal.

Salvo los hijos del finado, Matilde y Leonardo, así como sus hermanos políticos, Javier Guitián Jarnés y Valentín García Prieto, no hubo ninguna representación ajena a la Escuela Nueva.

Hernán Poza, quien milagrosamente seguía al frente del colegio pese a su talante liberal y republicano (aunque enseguida huyó precipitadamente para salvar su vida), ponderó la laboriosidad y el heroísmo de Leonardo Enríquez Rozas. Pero enseguida concedió todo el protagonismo del acto a sus jóvenes discípulos.

Pío Cabanillas Gallas, Purita Gómez Pérez, Luis Buceta Facorro, Fina Antúnez Ibaseta y Jacobo Varela Feijóo escribieron unas ingenuas cuartillas rebosantes de patriotismo y admiración. Seguramente aquella fue la primera vez en sus cortas vidas que unos niños se enfrentaron al hecho de la muerte violenta de una persona querida, respetada y admirada.

Bueno, generoso, culto, sencillo, valiente, patriota, leal?.fueron algunos de los adjetivos que los alumnos dedicaron a su maestro. "A él debemos tanto en el alma como en el cuerpo", resumió Pío Cabanillas, probablemente su discípulo más aventajado, luego cuatro veces ministro.

No todos consiguieron terminar la lectura de sus escritos. La emoción pudo con una Fina Antúnez llorosa y con un sobrecogido Jacobo Varela. Quebradas sus vocecitas, el director Hernán Poza se encargó de completar sus vibrantes recordatorios.

Igualmente conmovedora resultó la intervención de Javier Guitián en nombre de la familia del homenajeado, que agradeció sus cálidos elogios a alumnos y profesores.

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