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Un documento de propaganda franquista

Rosario, la hermana del general Queipo de Llano, publicó hace más de 80 años el testimonio de su paso por las cárceles republicanas durante la Guerra Civil

Taller de costura de las presas en Alacuas. FdV/Archivo

Ahora que es actualidad la figura del general Queipo de Llano por la exhumación de sus restos de la Macarena en Sevilla, rescato un texto de su hermana Rosario que descubrí hace unos años en una librería de viejo. Son muy poco conocidos tanto el personaje como sus circunstancias, que Rosario Queipo expone con detalle en este libro.

De todas las llamadas checas, la más conocida en Madrid durante los primeros meses de la Guerra Civil fue la de Agapito García Atadell. A ella se le atribuyen una gran cantidad de robos y crímenes, muchos de los cuales fueron perpetrados por otras organizaciones que actuaban en la misma ciudad, como la llamada Brigada del Amanecer y los Linces de la República, sin que Atadell desmintiera en ningún momento las autorías que se le atribuían falsamente, a fin de labrarse una mayor fama de combatiente antifascista. Atadell fue detenido por los nacionales cuando intentaba huir de España con el botín de algunos de sus pillajes, y condenado a muerte a garrote vil en un consejo de guerra celebrado en Sevilla. Hasta el último momento tenía la esperanza de que su pena fuese conmutada por el general Gonzalo Queipo de Llano, Jefe del Ejército del Sur con sede en Sevilla, por haber salvado la vida de su hermana Rosario, a la que, según dijo, había rescatado de manos de una de las checas anarquistas que iban a fusilarla y a quien alojó en el palacio de los Condes del Rincón, sede de su brigada, dispensándole un trato exquisito.

Rosario Queipo de Llano publicó en la Librería Santarén de Valladolid, tras su liberación, “De la cheka de Atadell a la prisión de Alacuas”

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Gracias al libro del historiador Fernando Jiménez Herrera “El mito de las checas. Historia y memoria de los Comités revolucionarios”, publicado por Comares, tuve noticia de que Rosario Queipo de Llano publicó en la Librería Santarén de Valladolid, tras su liberación, “De la cheka de Atadell a la prisión de Alacuas”, una memoria de su encierro en las cárceles republicanas fechada en 1939. Es este un documento paradigmático de propaganda franquista, en el que Rosario Queipo de Llano descarga todo su desprecio por el régimen republicano y su odio por lo que en todo momento llama los rojos y marxistas a su servicio.

El general Queipo de Llano.

El general Queipo de Llano. FdV/Archivo

En realidad, según cuenta en estas memorias, Rosario Queipo de Llano decidió ponerse en manos de la Brigada García Atadell después de abandonar la residencia de Madrid en la que se alojaba cuando se produjo el golpe de Estado del general Franco y de haber pasado por una pensión y varios domicilios de familiares y amigos. Atadell la alojó en una de las mejores habitaciones del palacete y le proporcionó ropa, comida y todo lo que la mujer necesitaba después de semanas de hambre y precariedades. Pese a lo cual en estas memorias Atadell no queda bien parado, pues Rosario sospechaba que este trato se debía al temor del chequista a caer en manos de los nacionales al término de la guerra y tener un salvavidas al que agarrarse: “Daba por probable la entrada de nuestro ejército en Madrid, más tarde o más temprano, y quería colocarse en buena postura” (p.47). Al final fue así, pero Rosario lo escribe a toro pasado, pues en septiembre de 1936 no se sospechaba el resultado final de la guerra y la República tenía todos los elementos para pensar que el golpe sería sofocado.

Alojada en un sótano

Del palacio de los Condes del Rincón Atadell trasladó a Rosario Queipo de Llano a la Dirección de Seguridad, donde fue alojada en un sótano en el que, según su testimonio, se amontonaban joyas procedentes de los actos de pillaje, ornamentos, cálices, patenas y viriles de oro de iglesias saqueadas (incluso la Corona del Cristo de Medinaceli) junto a los ejemplares secuestrados del libro “Bajo el signo de la revolución”, de Salazar Alonso, fusilado días antes. De la Dirección de Seguridad en Madrid fue trasladada a Valencia, donde fue hospedada en el Hotel Ripalda antes de ingresarla en la cárcel de esa ciudad con el nombre de Francisca García y González. Rosario Queipo coincidió allí con otras mujeres relacionadas con militares y políticos del bando nacional como Pilar Jaraiz Franco, sobrina del dictador, que estaba con un bebé de pocos meses junto a otros familiares de Franco. También con Trinidad Morcillo, hermana y modelo del pintor granadino Gabriel Morcillo; con Adriana, hermana de Alejandro Lerroux, y con familiares del General Aranda y del exministro de la CEDA Luis Lucia.

De la prisión de Valencia fue trasladada al Campamento de Prisioneros de Alacuas, una antigua casa de ejercicios espirituales de la Compañía de Jesús en las afueras de Valencia convertida en prisión de mujeres. En Alacuas compartió celda con la dramaturga Pilar Millán Astray (autora de “La tonta del bote” y hermana del fundador de la Legión), y coincidió con Amparo Ladrón de Guevara, Carmen Primo de Rivera y Margot Larios, esposa de Miguel Primo de Rivera, que estaba allí con dos de sus hermanas.

La prosa de estas memorias de Rosario Queipo de Llano es un claro ejemplo de la literatura franquista escrita durante y tras la Guerra Civil

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El relato de Rosario Queipo de Llano en Alacuas se pierde en anécdotas y sucesos sin importancia, y en la descripción de algunas de las mujeres con las que coincidió allí: presas (Lola la Pelona, La Porterita, La Napioni, La Chulita, La Encarna), ordenanzas, celadoras (doña Puchero, La Tinoco)… hasta que el 24 de septiembre de 1937, a un año justo desde su detención, le anunciaron que en unos días iban a ponerla en libertad. Cuenta que un hermano de Irujo, ministro de Justicia vasco, la condujo al puerto de Valencia, donde fue embarcada en un torpedero inglés que la llevó a Gibraltar, desde donde fue trasladada a Sevilla.

La prosa de estas memorias de Rosario Queipo de Llano es un claro ejemplo de la literatura franquista que se escribió durante y después de la Guerra Civil, una narrativa dirigida a denigrar todo lo que tuviera relación con la República, los partidos políticos, los sindicatos y las instituciones ajenas al movimiento nacional. A través de sus expresiones se filtra la doctrina defendida por la ideología fascista y se ponen de manifiesto los valores para la nueva sociedad: una superioridad de las clases altas sobre los trabajadores, un distanciamiento entre sexos y sus costumbres (“¡fumaban ya todas aquellas mujerzuelas!... ¡Qué mal efecto produce esta hombruna costumbre en señoras cultas y educadas, las cuales están obligadas a dar buenos ejemplos; moralizar y ‘españolizar’ la vida haciendo desaparecer usos y vicios importados de otros países”), un racismo explícito (“la tal miliciana mulata, de labios gruesos y nariz achatada, y su aspecto de lo más repugnante”, p.63) y, sobre todo, una religiosidad beata acorde con el nacionalcatolicismo que se instaló durante el franquismo (“una protección sobrenatural me amparaba”), presente a lo largo de toda la obra.

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