La riqueza de las familias diversas

Un 20% de los hogares vigueses no tienen hijos y casi el 9% son monomarentales | FARO da visibilidad a cinco modelos diferentes más allá del de la pareja heterosexual con descendencia

Elisabet Pérez y Robe Mattia con su hija Indi.

Elisabet Pérez y Robe Mattia con su hija Indi. / José Lores

Carolina Sertal

Carolina Sertal

La diversidad familiar siempre ha estado presente en las distintas sociedades, pese a que los diferentes momentos históricos han eclipsado su visibilización en numerosas ocasiones. En el caso del territorio español, el final de la dictadura hace casi 50 años supuso un importante avance tanto en la evolución del propio concepto de la familia como en los tipos de hogares integrados en la sociedad, puesto que en estas últimas décadas, paralelamente a la transformación sociocultural, ha salido a la luz una diversidad enriquecedora.

La pluralidad familiar es un hecho que queda reflejado en las estadísticas, y es que basta con echar un vistazo a las últimas cifras compiladas por el Instituto Nacional de Estadística (INE) respecto a los hogares vigueses. Con los datos en la mano, en la actualidad, llama especialmente la atención el elevado volumen de unidades familiares integradas por parejas sin hijos, en concreto, un 20% del total, si bien el principal perfil es el de matrimonios con descendencia. En este último caso, predominan aquellos hogares formados por parejas con hijos menores de 25 años, constituyendo un 10,7% los que tan solo tienen uno y un 11,3% los que tienen dos. Respecto a las familias numerosas, estas superan las 2.500 en la urbe olívica.

Otro dato reseñable es el referente a las unidades monoparentales y monomarentales. En este caso, las estadísticas revelan que los núcleos con una mujer sola al frente acaparan un 9% del total de los hogares vigueses, mientras que en el caso en el que los hombres solteros son los cabeza de familia apenas alcanzan el 2%.

Con el objetivo de reflejar que aquel modelo único de familia convencional representado por una pareja heterosexual y con hijos se ha quedado obsoleto, teniendo en cuenta las realidades actuales y la evolución sociocultural, FARO ha reunido a cinco familias viguesas y del área metropolitana que, pese a que deberían estar perfectamente normalizadas, todavía deben enfrentarse a ciertas barreras e inconvenientes para desarrollarse como dificultades en los procesos adoptivos, problemas de conciliación familiar, presiones sociales para tener descendencia a pesar de tener claro que no quieren o, en el caso de las parejas LGTBI, el cansancio de tener que romper tabúes y clichés de forma continuada a la hora de casarse o tener hijos.

  • Elisabet Pérez y Robe Mattia

    Dos Madres, Asociación Nós Mesmas

Desde hace seis meses son tres en la familia y para ellas es “maravilloso”. La pequeña Indi llegó a las vidas de Elisabet Pérez y Robe Mattia para alegrar sus días después un proceso largo de cuatro años y ocho intentos. La viguesa Elisabet Pérez cuenta que siempre quiso ser madre y cuando empezó su relación hace nueve años con la que ahora es su mujer, Robe, para ella “era como algo ficticio”. Y es que tal y como explica Elisabet, “os dereitos do colectivo LGTBI no seu país de orixe, Italia, son bastante escasos. Para ela chegar aquí e ver que era factible casar e que fose un matrimonio de verdade e mesmo ser nai, supuxo un gran cambio, porque antes era un imposible”.

Afincada en Vigo, la posibilidad de tener un bebé empezó a ser una realidad para Robe Mattia. Ella y Elisabet empezaron a barajarlo en alguna ocasión, pero por circunstancias económicas lo fueron posponiendo hasta que hace cuatro años decidieron dar el salto. Elisabet indica que tardó dos años en quedarse embarazada y destaca que “o proceso faise longo. Hai que traballar moito psicoloxicamente porque pode ir adiante ou non, hai que ser consciente de que pode haber intentos que non vaian arriba. O verán pasado quedei embarazada e tiven un aborto, pero na seguinte foi arriba e agora temos a Indi”.

En cuanto a la normalización de una unidad familiar como la de esta pareja viguesa, Elisabet Pérez señala que “sempre quedan cousas por facer”. A este respecto, comenta que “no proceso de reprodución asistida polo Sergas, as traballadoras foron majísimas, pero atopamos situacións como que nos formularios Robe tiña que poñer que era o pai ou o marido, asinamos documentos sen sentido, non eran a realidade, e puxemos algunha queixa, porque estas situacións queiman e cansan. Son os nosos dereitos!”.

Asimismo, esta viguesa apunta que, en el día a día, “no barrio segue custando entender que Robe é a nai de Indi, non unha tía ou amiga. Supoño que co contacto diario ese tabú irá rachando, é a maneira de que entendan que as cousas cambian ou que sempre estiveron aí e é a xente quen ten que cambiar a mente”.

  • Flor Borrás e Íñigo Campos

    Familia numerosa

Se ríe recordando el momento en el que en una cena le preguntaron no hace mucho que qué serie estaba viendo ahora: “¿Pero qué serie voy a ver si no nos da la vida?”, comenta entre risas Flor Borrás. Acaba de salir de trabajar y permite que le roben unos minutos de su intensa jornada para contar cómo es vivir siendo cinco en casa: “Mi marido es el que se ocupa normalmente de estar con ellos para los deberes, termina de trabajar sobre las 19.30 y se pone con ellos hasta las 21.30, pero luego hay que ir a buscar al mayor porque entrena, nos dan las diez y pico de la noche y mis hijos menos de esa hora, o de las once, no se acuestan. Sé que no es lo normal, pero es que hay que preparar las cenas, los uniformes, cada uno tiene una edad diferente, unas necesidades distintas, es un chollo. Yo estoy feliz y me encantan los niños, habría tenido más incluso, pero la realidad es que dan mucho chollo”.

Flor Borrás e Íñigo Campos son padres de Diego, Iñaki y Bruno, de 15, 11 y 10 años de edad, respectivamente. Son una familia numerosa del área metropolitana de Vigo y explican que son “afortunados” porque ambos tienen trabajo y pueden permitirse “el lujo de estar en casa” gracias al teletrabajo y a la facilidad de la que disponen para adaptar sus horarios laborales y compaginar la crianza de sus tres hijos. Sin embargo, no romantizan la situación y sacan a la palestra toda la logística que hay detrás de su realidad, que además cuenta con la particularidad de que uno de los niños tiene una discapacidad reconocida del 33%: “Juntos nos los pasamos en grande, nos reímos mucho y tenemos muy buen rollo entre nosotros, pero no nos da la vida, no tenemos un respiro”, dice Flor, quien añade que “el mayor es un adolescente, todo un adulto, y nos ayuda muchísimo, pero los pequeños son como Zipi y Zape, hay que estar siempre detrás para que hagan los deberes y dan mucho más trabajo. Sobre todo con Iñaki tenemos que organizarnos mucho, porque tiene déficit de atención, a nivel escolar necesita mucho apoyo y hay que estar muy pendiente”.

La pandemia supuso para esta familia un punto de inflexión, puesto que el padre empezó a trabajar de forma telemática, algo que continúa haciendo en la actualidad, y Flor pudo ajustar también sus horarios de docente, de manera que el modus operandi en la casa de los Campos Borrás dio un giro de 180 grados. En este sentido, Flor relata que “Íñigo empezó a teletrabajar y ahora podemos repartir las tareas, además de que los hijos pasaron de ver a su padre una hora al día a poder verlo todo el día. El confinamiento nos cambió la vida a mejor, estamos muchas veces juntos los cinco en casa, hay familias que no ven a sus hijos y para mí esto es una suerte”.

Con respecto al hecho de ser una familia numerosa, tanto Flor como Íñigo echan en falta un mayor apoyo por parte de las administraciones en comparación con otros países.

  • Julio Gerdet y Cristian Duarte

    Matrimonio LGTBI

Todavía no tienen hijos, porque se han casado hace muy poco tiempo y consideran que aún es pronto, pero es una idea que no descartan. En el país de origen de Julio Gerdet, Venezuela, sería algo impensable porque tal y como afirma, para empezar, “el matrimonio igualitario no está reconocido y la sociedad, en línea con la idiosincrasia latinoamericana, es machista, por lo que hay mucho prejuicio con todo aquello que se sale de lo tradicional”.

Llegó a Galicia hace 14 años y desde hace ocho comparte vida con el que ahora es su marido, Cristian Duarte. Julio Gerdet tiene en la actualidad 39 años y establece una comparación entre la sociedad española y la venezolana en materia de derechos LGTBI, asegurando que “las diferencias entre ambas sociedades en cuanto a parejas es muy grande, porque estando aquí puedo decir que está mucho más aceptado y normalizado”.

Afortunadamente, ni él ni su marido han vivido situaciones de odio o rechazo y Julio comenta que “sí que hemos tenido algún caso cercano, pero por suerte, nosotros no las hemos vivido en primera persona, ni fuera ni dentro de nuestros núcleos familiares”.

En este sentido, este vigués de adopción señala que, aunque la sociedad española va ganando terreno a otras culturas en materia de derechos humanos, todavía queda camino que recorrer. Así, Julio Gerdet matiza que “se ha avanzado socialmente, pero todavía queda mucho por hacer, porque en algunas ocasiones te das cuenta de que todavía hay cierto rechazo o recelo a aquello que rompe con lo tradicional”.

Juntos forman en la actualidad uno de esos hogares vigueses sin hijos, pero con intención de ampliar su unidad familiar. A la hora de responder a si contemplan la adopción u otra fórmula, Julio Gerdet comenta que “valoramos diferentes opciones y creemos que la alternativa más llevadera sería la gestación subrogada. Conocemos parejas amigas que lo han hecho, tenemos su experiencia como referencia, pero es un proceso largo y se necesita un capital importante, porque supone un gasto grande y la economía familiar tendría que estar preparadísima para ello. No es una alternativa sencilla, pero hay varios países en los que se podría”.

  • Cristina Iglesias

    Unidad monomarental con hijo adoptado

Recuerda como si fuera hoy el día que fue a buscarlo y lo sostuvo en brazos por primera vez: era junio de 2017 y la ola de calor era “máxima” en la ciudad. Acudió a la Xunta acompañada de su madre y de su hermana y allí conoció a su hijo, Leo. Se fueron para casa de sus padres y el pequeño, que tenía poco más de un mes y medio, no paraba de llorar, por eso Cristina Iglesias pidió a su familia que la dejaran tranquila con él, para ver si conseguía calmarlo. Se tumbó en cama, lo posó sobre su pecho y se quedaron así, acurrucaditos, uno contra otro, hasta que Leo se durmió: “Fue precioso”, dice emocionada.

Cristina Iglesias relata que siempre quiso tener un hijo biológico y otro adoptado. Con poco más de 30 años, como no tenía pareja estable, decidió apuntarse en las listas para adoptar y pasó todos los trámites hasta que dictaron que su perfil era apto. Sin embargo, los años pasaban y seguía a la espera, por lo que con 38 años decidió intentar quedarse embarazada mediante reproducción asistida, pero no salió bien. En el 2017, cumplía 40 años y recibió una llamada que la cogió por sorpresa porque, a esa edad, para adoptar, lo único que cabía esperar era que la cambiaran de lista “porque estaba en el límite”.

“En el mes de julio tenía una nueva cita para hacer la inseminación artificial, pero justo un mes antes me dieron la noticia de que había un niño vigués y que yo era la siguiente en la lista para poder adoptar. A la semana siguiente me lo entregaron y previamente había estado en una familia de acogida. En mi trabajo la sorpresa fue total cuando les dije que cogía baja maternal”, comenta entre risas.

Esta viguesa forma parte de esos más de 10.000 hogares monomarentales cuantificados en la ciudad y con un pequeño adoptado, en un proceso que define como “una experiencia espectacular”, porque ella confiesa estar muy feliz. La única pega que pone al proceso es la falta de apoyo posterior por parte de las administraciones, “sobre todo psicológico, por la carga emocional que implica”, y afirma que “eché en falta un seguimiento del niño por parte de la Administración”.

  • Silvia Hernández y Manuel Barbeito

    Pareja sin hijos

Silvia Hernández y Manuel Barbeito son una de esas unidades familiares que engrosan la lista de los 22.876 hogares vigueses compuestos por una pareja sin hijos. Si bien Manuel siempre tuvo claro que no quería tener descendencia, Silvia comenta que cuando se conocieron ella tenía 39 años y que “si nos hubiéramos conocido antes, igual me lo habría planteado, pero la verdad es que no me da envidia ninguna ver a la gente con niños”, afirma con contundencia.

Más allá de sus preferencias personales, a la hora de tomar esta decisión, esta pareja ha puesto en una balanza diversos motivos, tales como la inestabilidad laboral, el hecho de no disponer de una vivienda propia, horarios laborables no compatibles con la conciliación... Y en ese medidor ha pesado más el no porque, en opinión de esta viguesa, “para tener un niño tendríamos que reducir jornada, lo que supone más gastos y menos dinero y la vida está muy cara en general y los salarios no suben”.

“No nos arrepentimos de no tener hijos; no hay por qué seguir el prototipo habitual ”

En este sentido, Silvia Hernández explica que no tener la responsabilidad de la crianza también tiene diversas ventajas. Así, destaca que “no hay horarios a los que te tengas que ajustar, al final, tener un hijo supone dejar de vivir tu vida o disfrutar de tu tiempo para dedicárselo a tu hijo, ceñirte a unos horarios y un cambio de vida social y del ocio. También menos tiempo en pareja y a nosotros por edad nos coge tarde”.

En este punto de la conversación, esta viguesa señala que tanto ella como su pareja no se arrepienten de haber tomado esta decisión y afirma que “no hay por qué seguir el prototipo habitual, vida solo hay una y cada uno es libre de disfrutarla como quiera. Pienso que ser madre está sobrevalorado, aunque los niños den mucha alegría, y en nuestro caso tenemos sobrinos”.

A la hora de analizar su situación, Silvia Hernández también asegura que “nosotros no nos arrepentimos porque lo tenemos claro. Si nos hubiéramos conocido antes, a lo mejor sería diferente, a mí quizás me habría gustado, pero ahora mismo, con 44 años, no porque no tienes la misma energía que con 30 y con todo lo que eso supone, dejando de lado tus aficiones y tu ocio para dedicárselo a tu hijo”, concluye.

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