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El apuro de los comedores universitarios: pierden clientes aunque no pueden subir precios

La UVigo fija las tarifas máximas –el menú se encareció un euro en diez años– y no pueden repercutir la subida de los alimentos y la energía | ”El balance es negativo todos los meses”, lamentan

El comedor de Filología acoge a usuarios de menú y a otros que se llevan su táper de comida. Alba Villar

Los comedores universitarios se enfrentan a “la tormenta perfecta”. Ahogados por el “brutal” incremento del coste de los alimentos y la factura energética afrontan una caída de clientes sin posibilidad de aumentar los precios, que están fijados por la UVigo. Mientras las facturas crecen, estudiantes y trabajadores optan cada vez más por el táper y ya se registran pérdidas de actividad de hasta el 50 y el 80%.

“Si te llega para cubrir gastos ya puedes dar las gracias. El balance es negativo todos los meses. En las cafeterías vas tirando, pero los comedores son una ruina”, lamenta Chus Diéguez, responsable desde hace tres años del servicio en la Facultad de Filología y Traducción, donde ya empezó a trabajar como camarera en 2005.

La UVigo fija las tarifas máximas en febrero de cada año para ajustarlas al IPC, pero el precio del menú, que incluye dos platos y postre, apenas ha subido un euro en una década y a día de hoy es de 5,75 euros.

“El kilo de pechuga ha subido de 3,85 euros a más de 6, también son más caros el pescado, el aceite y los huevos y el precio del gas está casi imposible. También es más cara la leche, pero el café sigue costando 91 céntimos. Me muevo mucho por supermercados para aprovechar ofertas, pero aún así es muy complicado. Y muchos estudiantes se traen la comida, cada vez tiran más del táper”, explica.

El comedor de Filología sirve una media de 80 comidas diarias, cuando hace unos años superaban las 200. La subida de los precios ha frustrado la recuperación tras las pérdidas que ya causó la pandemia: “Antes del COVID teníamos tres personas en cocina y ahora son dos, pero con menos personal sería imposible”.

Docentes de la facultad de Filología y Traducción. Alba Villar

“Seguimos apostando por la calidad y por los productos de proximidad. Nuestros proveedores son fruteros, carniceros y pescaderos de la zona y las subidas no las repercutimos en los precios, las absorbe la empresa. Pero el problema ya es muy serio y es difícil sostener esta situación en el tiempo. Hemos pasado mil y una, incluida la última crisis de 2008, pero como ésta jamás”, asegura Alberto Davila, responsable de la empresa de catering Mediterránea.

Desde el año 2000 gestionan el comedor de la Facultad de Ciencias de la Comunicación en Pontevedra y también tienen las concesiones en Vigo de Ciencias Jurídicas, Industriales, Telecomunicación y Minas, cuyo comedor es el más grande del campus de As Lagoas-Marcosende.

“La bajada de la actividad es importante, en algunos centros de hasta el 50% y el 80%. La pandemia ya cambió mucho los hábitos y muchos trabajadores hicieron acopio de máquinas de café y empezaron a juntarse en sus zonas de descanso, lo que se ha notado mucho en las cafeterías. Y la situación actual de subida de precios se nota más entre los estudiantes porque la capacidad económica de los padres se ve mermada. Todo está muy caro y tienen menos dinero para sus gastos. Desayunan en casa y se llevan el táper a la facultad”, añade.

Las cuentas también son críticas para los negocios del centro comercial del campus, aunque no están sujetos a las tarifas reguladas por la Universidad. Las colas para comer a mediodía han pasado a la historia y los estudiantes recurren en mayor medida a la panadería para un almuerzo más económico.

La zona de restauración del centro comercial, ayer, a mediodía. Alba Villar

“Llevo trabajando aquí 15 años y nunca había estado tan mal como ahora. Los trabajadores, tanto profesores como personal de administración y servicios, todavía siguen viniendo, pero los estudiantes han caído muchísimo por el empobrecimiento de las familias. Y tampoco podemos seguir subiendo los precios, yo ya lo hice en enero y en septiembre”, relata una de las restauradoras.

“Ya dejamos de dar comidas después del COVID y ahora cierro dos horas antes. Pago el doble o un poco más por la luz, el pan ha subido un 25%, me van a aumentar el precio del café y desde enero también tendré que pagar más como autónoma. No quiero sonar pesimista, pero el panorama alentador no es. Le pregunto a los profesores de Económicas que vienen por aquí y dicen que la subida tendrá que parar en algún momento, pero no hay perspectivas a corto plazo”, opina.

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