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Gran Vigo

Cuando Naranjito modernizó Vigo: cuarenta años del Mundial 82

La ciudad fue distinguida como mejor sede de la cita por las actividades vividas durante aquellos días

Polonia e Italia saltan a Balaídos en el partido inaugural del Mundial 82 en Vigo. | // MAGAR

Galicia aún debatía cuál debía ser su capital y sede de las nuevas instituciones autonómicas, el Teatro-Cine Fraga mostraba películas como “Las chicas del Bingo” e Inglaterra lanzaba su ofensiva final en la guerra de las Malvinas contra Argentina. Pero en Vigo, el fútbol mandaba y hace ahora cuarenta años la ciudad vivía unos días de modernidad y color que había aguardado durante años. Un 14 de junio, Italia y Polonia disputaban el primero de los tres partidos en el Estadio Municipal de Balaídos correspondientes al Mundial de fútbol de 1982.

Una cita, la de Naranjito, en la que la ciudad olívica recibió el Prisma de Cristal de las Relaciones Públicas. El galardón otorgado por unanimidad por la Universidad de Barcelona reconocía las “actividades turísticas, culturales y deportivas” programadas por el Concello, convirtiéndola en "la mejor sede" del Mundial.

La ciudad contó con exposiciones de trofeos y sellos, competiciones de ciclismo, atletismo y traineras o la I Mostra Industrial e Artesanal celebrada en la Estación Marítima.

Acróbatas italianos actúan en la Mostra Industrial y Artesanal en el Puerto. Abajo, Vargas Llosa (i.) en las gradas de Balaídos. | /CAMESELLE

Allí actuaron los mismos acróbatas italianos que protagonizarían la apertura del Mundial en Balaídos, menos de 24 horas después del partido inaugural en el Camp Nou con la presencia del Rey Juan Carlos.

Aquellos días tuvieron aires de cumbre internacional, de puesta de largo de un Vigo renovado tras la llegada de la democracia ante todo el mundo. Después de la visita del histórico presidente de la FIFA, Joao Havelange, por el Concello pasaron los embajadores de Polonia e Italia.

Cuarenta años desde que Naranjito modernizó Vigo Víctor P. Currás

Cuatro días después llegaría Perú para batirse contra los transalpinos, pero en ese 14 de junio tendrían a uno de sus mayores embajadores en la renovada grada de Río. Mario Vargas Llosa acudía como “cronista deportivo amateur” para transmitir sus observaciones sobre el ambiente, “como un simple aficionado que además escribe”.

El redactor Luis Piñeiro se sorprendía del escaso impacto que tuvo su llegada, asegurando que “quizás algún día sea Premio Nobel de Literatura”. Vargas Llosa se mostró “maravillado” por el paisaje gallego en su primera visita a la ciudad y quiso agradecer todas las facilidades recibidas.

El (escaso) legado material

El mayor recuerdo de aquella cita es la grada más característica del coliseo celeste. 800 toneladas de hierro y 14.000 metros cúbicos de hormigón fueron empleados para levantar la nueva grada de Río y sus 14.000 localidades distribuidas en dos bancadas.

Miguel Font, Paulino Pampillón y Enrique Acuña llegaron a adelantar dinero de su bolsillo para un proyecto que abordó la “inaplazable” canalización del Lagares a su paso por el estadio, poniendo fin a sus inundaciones.

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El Vigo que no conociste: la construcción de Balaídos Hilda Gómez

En las inmediaciones se llegó a proyectar la creación de una estructura independiente que sirviera de centro de prensa, que rápidamente recibió el sobrenombre del “ovni”. Sin embargo, el Centro de Prensa se habilitó en los bajos que hoy sobreviven como instalaciones polideportivas.

Y aunque las infraestructuras no eran uno de los ejes de actuación prioritarios a la hora de organizar estos eventos, el aeropuerto vigués también vivió el Mundial a su manera. Durante todo el año y bajo la etiqueta de “Peinador 82 fueron numerosas las novedades vividas en una terminal que solamente tenía conexiones hacia Madrid (directo) o Barcelona con escalas en Bilbao o Santander y Pamplona.

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Balaídos, sede del Mundial 82 Hilda Gómez

La ampliación de la pista y la remodelación del edificio no llegarían a tiempo para el desembarco de los cinco vuelos chárter procedentes de Milán con tifosi, pero los 300 millones de pesetas invertidos propiciaron la llegada de aeronaves más grandes en el futuro.

Un recuerdo, a veces en color y a veces en blanco y negro, de una ciudad que crecía con una ilusión que difícilmente volverá.

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