Se nos fue Enrique Mora Morandeira, a quien yo conocí aunque de paso como comisario jefe de Pontevedra y que me sorprendió por su dedicación literaria. Conozco más a su hermano en Vigo, Miguel, al que hace poco reseñamos varios de sus libros. Claro, a Miguel, afectado por la noticia, se le venían a la cabeza sus juegos de la infancia con él y primos en su pueblo de Friol, el fútbol después, en la adolescencia y primera juventud en el viejo campo de los Miñones de Lugo... Más tarde les distanciaron las carreras elegidas, Enrique policía y Miguel médico, lo que no les evitó seguir en contacto a pesar de sus diferentes ideologías. Enrique fue jefe provincial en Almería, Sevilla –con la Expo, nada menos– y Pontevedra. Vivió épocas duras en el País Vasco hace más de un cuarto de siglo y, desde su llegada a Pontevedra, nadie duda de su honradez y profesionalidad policial, tanta como su amor a la literatura: un ensayo sobre la prostitución, cuatro poemarios, varios libros más de relatos, novela histórica u otros ensayos... Recuerdo su colaboración en “Un futuro para a Lingoa” editado en 2002 por la Xunta, y en “Contos da Policía”. Ya retirado sufría una enfermedad que lo acabó llevando.

De los penegofres al lacón

Pasear es un verbo poco conjugado por quienes están en medio de la vorágine laboral y familiar pero que le aparece al jubilado como privilegio. Ayer se me ocurrió poner manos en bolsillos y caminar por Vigo, mirando escaparates como un flaneur, saludando a conocidos del camino... Me asombré primero al pasar por Joaquín Yáñez y ver una interminable cola de adolescentes, en busca de un gofre con forma de pene. Por algo el diminuto comercio se llama La Puntita. Ese local, que parecía estar gafado por cierres anteriores, acaba de hallar su vellocino de oro en forma de pito dulce. Cola también había en el lotero de la Puerta del Sol, que es como la Doña Manolita de Vigo y donde hallé a mi admirado amigo Lorenzo Gómez Almoyna, hombre afable de larga experiencia en la Administración y gran biblioteca sobre cocina. Ya entrando en Príncipe tropecé, charlé y felicité a Adoración Palacián, presidenta de Ayuvi, asociación que ayuda a madres gestantes o con hijos. En esas galerías de Príncipe presididas por un sex shop paré después para ver bailar en el patio interior a los del Little Savoy, una escuela de swing viguesa y allí, al fondo, vi bailar y me eché una pieza con my dear María Xosé Queizán, que va a clases de baile en otra escuela de esas galerías. Luego eché una ojeada en la Casa del Libro y me compré Odorama, la historia cultural del olor. Allí me encontré con Sesi Pino y su Amparo y nos fuimos tomar unas lascas de lacón a la Alameda.

Panda 67. Pues estos que hoy os traigo son amigos de larga travesía, de viejo, del siglo pasado, año 1967. Primero fueron pandilla adolescente, de cuando se hacían guateques y se jugaba a las cerillas, y eso les tocó en esa hermosa década de los 60 en que algunos incluso ennoviaron entre ellos sin por ello dejar de jugar al brilé en la playa en que les dejaba el tranvía. Luego con la edad cada mochuelo se fue a su nido, algunos a más de uno, pero nunca perdieron el contacto y menos los afectos. Ya llevan años, más de medio siglo desde que se conocieron y yo los conozco bien... porque era mi pandilla.