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La pandemia y la soledad aceleran la aparición de Alzheimer en personas menores de 60 años

Una mujer sola, en su casa FdV

Está extendida la idea de que el Alzheimer y la demencia son patologías que aparecen en personas en la recta final de su ciclo vital, aproximadamente entre los setenta y ochenta años. Hasta hace no mucho esa era la tendencia general, pero la situación ha dado un importante giro especialmente en los últimos meses.

Decenas de vigueses en edad laboral tienen que dejar su trabajo o adelantar la jubilación ante la aparición de los primeros síntomas | Afaga alerta del enorme impacto emocional y sociofamiliar que provoca el diagnóstico

En la Asociación de Familiares de Enfermos de Alzheimer y otras demencias de Galicia (Afaga) confirman que cada vez están atendiendo a personas más jóvenes, concretamente en la franja de edad de entre 55 y setenta años. Es más, casi la mitad de los usuarios que acuden a los centros de día de Afaga para recibir terapia e intentar frenar el deterioro cognitivo pertenecen ya a este grupo etario. Muchos, por tanto, están en edad de trabajar o se acaban de jubilar cuando empiezan a notar los síntomas preocupantes. En muchas ocasiones son sus propios compañeros de trabajo los que se dan cuenta, y acaba en un diagnóstico de Alzheimer o demencia, teniendo que abandonar su empleo.

"En una fase inicial tienen en muchos casos todavía a los hijos estudiando"

Maxi Rodríguez - Psicólogas de Afaga

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“Esta situación supone un impacto sociofamiliar enorme, porque estas personas que están en una fase inicial tienen en muchos casos todavía a los hijos estudiando, a la pareja trabajando y por tanto la conciliación familiar se convierte en una odisea, ya que es difícil incluso encontrar a alguien que les acompañe al médico. Porque además varias de estas personas están solas”, explica Maxi Rodríguez, una de las psicólogas de Afaga.

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Y es que entre las principales causas que favorecen este adelanto de los primeros síntomas de Alzheimer y otras demencias están tanto la pandemia y el cambio en las rutinas que trajo consigo y también la soledad no deseada que viven muchas personas favorecen la aparición de estas patologías en edades más tempranas. “Cuando hay un choque como el que hemos vivido en estos últimos tiempos, si tenemos un cerebro sano podemos readaptarnos. Pero en caso contrario, la ruptura que pueden provocar situaciones como la vivida por la pandemia o la profunda soledad en la que viven muchas personas acelera las manifestaciones de los primeros síntomas. Y estas personas necesitan ser escuchadas, porque parece que hay una especie de conspiración del silencio a la hora de tratar temas como el Alzheimer, y es imprescindible afrontar la situación, porque estas personas de entre 55 y setenta años que son diagnosticados necesitan poder explicar lo que les pasa sin miedo, y para eso necesitan un entorno amigable y un enorme apoyo a su alrededor. Tiene que dejar de ser de una vez por todas un tema tabú”, explica Máxi Rodríguez, psicóloga de Afaga especialista en las terapias con estos pacientes.

"Tiene que dejar de ser de una vez por todas un tema tabú"

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Maxi Rodríguez, psicóloga de Afaga, en un espacio de escucha con personas con demencia. FdV

Precisamente Afaga están poniendo en marcha el proyecto Yo Soy, que busca dar respuesta a perfiles de pacientes jóvenes, conscientes en primera persona del proceso patológico que padecen y que, por tanto, necesitan de una respuesta individualizada, que incorpore el abordaje de sus sentimientos y emociones al proceso de tratamiento terapéutico. Para financiar este proyecto se ha presentado a la iniciativa impulsada por la farmacéutica Cinfa conocida como La Voz del Paciente: los cincuenta proyectos más votados recibirán financiación. Se puede votar online a través de la web de la iniciativa. En caso de ser seleccionado, el proyecto de Afaga recibirá una aportación de 2.500 euros. “Hay gente joven que no tiene soporte familiar y sabe que tiene la enfermedad. Eso es muy duro. El diagnóstico cada vez es más precoz, y por eso apostamos por un proyecto como este”, explica Juan Carlos Rodríguez, presidente de Afaga.

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Según diversos estudios impulsados por publicaciones especializadas en la materia, las personas de mediana edad que se sienten solas de forma persistente parecen tener casi el doble de riesgo de desarrollar demencia o enfermedad de Alzheimer (hay que recordar, no obstante, que las causas concretas que provocan esta enfermedad hay que buscarlas en la genética). El riesgo de demencia aumentó un 91% en aquellos que informaron sentimientos de soledad que persistieron en dos exámenes de salud separados tomados con algunos años de diferencia en la mediana edad (de 45 a 64 años), según los hallazgos publicados recientemente en la revista Alzheimer’s & Dementia. Todo depende, en gran medida, como apuntaba la psicóloga viguesa Maxi Rodríguez, de la salud física y mental del afectado.

Desde Afaga se apunta a que cada vez son más las personas jóvenes que son conscientes de que “algo les está pasando”, ya no piensan que “están locos”, sino que son capaces de detectar los signos preocupantes y saber que algo va mal. “Por eso es imprescindible que la sociedad les escuche, tener con ellos una visión más normalizadora y dejar de pensar que el Alzheimer solo lo padece gente de más de ochenta años. Es imprescindible darle un apoyo desde todos los ámbitos, ofrecerles las terapias adecuadas y que realicen actividades familiares y sociales. Si acuden a solicitar ayuda, es porque realmente la necesitan”, apunta la psicóloga de Afaga.

El confinamiento agravó el deterioro cognitivo de los pacientes

El confinamiento fue duro para prácticamente toda la sociedad, pero para algunos colectivos fue especialmente complicado. Por ejemplo, para todas aquellas personas con Alzheimer o algún tipo de demencia y que vieron cómo su vida diaria cambió radicalmente. Los meses de encierro les provocaron un importante deterioro cognitivo y sus familiares vieron cómo la enfermedad iba avanzando de forma prácticamente imparable durante un tiempo que se hizo eterno. Porque el cambio en las rutinas y el freno a las terapias en los centros de día supusieron un cambio demasiado duro para un colectivo tan vulnerable como este.

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