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“No debemos mirar hacia otro lado”

Patricia Rocha es una de las voluntarias de Cruz Roja más veteranas de Galicia

Patricia Rocha Lorenzo, en un parque del barrio vigués de Navia. | // MARTA G. BREA

Mercedes (izq.) y Mónica, en una sesión individual celebrada en la sede olívica de Cruz Roja.

Empezó en Cruz Roja hace más de dos décadas y mantiene intacta la ilusión con la que debutó allá por 1998. A sus 41 años, Patricia Rocha Lorenzo es una de las voluntarias con más experiencia a sus espaldas. No solo de Vigo, también de Galicia. En tiempos de pandemia, el papel de estos ángeles ha ganado un protagonismo capital: contribuyen a reducir el devastador impacto social que ha dibujado heridas a miles y miles de personas. “Durante el confinamiento, realizaba llamadas a mayores que se sentían solos para saber si necesitaban algo, para ofrecerles, por ejemplo, material con el que mantenerse activos mentalmente. Durante todo ese tiempo, estaban distraídos y no pensando en el coronavirus”, comenta.

Y es que, como reconoce, es ahora cuando más se precisa el apoyo humanitario. “En este momento, es muy fácil mirar para otro lado si algo no te gusta o no te afecta, pero no debemos; poder intervenir de alguna manera y sensibilizar con otras realidades te humaniza, te enriquece a nivel personal y hace que seas más empático y aprendas a trabajar en equipo y compartir; además, te da amistades de por vida”, explica antes de destacar que su función como voluntaria le ha aportado “mucho”. “Ha puesto en mi camino a personas maravillosas, tanto compañeros como usuarios, y me ha dado formación en muchos aspectos. Al haberme acompañado durante tanto tiempo, se ha convertido en una parte de lo que soy”, asegura Patricia Rocha, que, además de dedicar su tiempo al voluntariado, cuida a su hija de 11 meses y regenta una herboristería y tienda ecológica junto con su marido en el barrio olívico de Navia.

Su vocación comenzó a germinar en la adolescencia: “Ves cosas que no te gustan en tu entorno cercano, situaciones que te parecen injustas y gente que lo está pasando mal. Quería aportar aunque fuera un solo grano de arena para cambiar algo o mejorarlo, y Cruz Roja me pareció un buen lugar donde intentarlo. Recuerdo que me apunté al listado para acceder a la formación básica para ser voluntaria y se me hizo eterna la espera hasta que me llamaron, ¡tenía muchísimas ganas!”, apunta, a la vez que subraya de su currículo el paso por una organización que trabajaba en temas sobre el medio ambiente.

Casi la totalidad de su actividad como voluntaria se ha desarrollado en la ciudad olívica, a excepción de alguna colaboración con los compañeros de Pontevedra y dos semanas en Algeciras para prestar apoyo en la Operación Paso del Estrecho, que se desarrolla desde 1987 entre el 15 de junio y el 15 de septiembre para facilitar el viaje de un gran número de trabajadores magrebíes residentes en Europa a sus países de origen en el norte de África. En sus más de 20 años de carrera, ha vivido “infinidad de actividades diferentes y muy enriquecedoras”: desde servicios preventivos en eventos deportivos o culturales a funciones de socorrismo y de ayuda a personas con movilidad reducida en las playas, pasando por charlas sobre primeros auxilios, sesiones de integración sociolingüística con niños inmigrantes o preparación de pedidos procedentes del Banco de Alimentos.

Preguntada por la vivencia que más recuerda, no duda en señalar varias. “Estar en el puesto de Samil cuando se cayó el helicóptero de la Guardia Civil durante la exhibición aérea que se hacía cada verano, ser rescatada por otro helicóptero durante un simulacro con Salvamento Marítimo, las primeras horas de los incendios de hace tres años o la llamada para ayudar en el incidente de O Marisquiño”, enumera. En el apartado de experiencias con más cariño, hace ejercicio de memoria para revivir el momento en el que, tras ayudar a un joven a bañarse en una silla adaptada en Samil, la madre le dijo que “hacía años” que no veía a su hijo sonreír de esa forma.

“También me pareció precioso que, al poco de empezar en el aula de integración sociolingüística, una de las niñas a la que estábamos apoyando con el idioma, de Senegal, y que no hablaba ni escribía nada en español, se levantó y escribió un gracias enorme en el encerado para nosotros. Y recuerdo con mucho cariño a una mujer que venía al servicio de playas accesibles, María. Tenía esclerosis múltiple, con mucha dificultad tanto para moverse como para hablar; era impresionante ver cómo se defendía ella sola, la vitalidad que tenía y lo que nos mimaba a los voluntarios que estábamos con ella. Menuda lección de vida nos dio”, rememora.

Las vivencias más duras, sostiene, son “las que implican un dolor emocional”. Se le vienen a la cabeza el miedo y la tristeza de la gente afectada por la ola de incendios de octubre de 2017 o el momento del traslado en ambulancia de un chico con sida en fase terminal. “Me conocía, pero yo fui incapaz de reconocerlo. Estaba muy asustado porque sabía que le quedaban muy pocas horas de vida”, lamenta.

Un programa de mayores adaptado al Covid-19

Cruz Roja se vuelca con los mayores en plena pandemia. La entidad atiende actualmente en Vigo a un total de 242 personas a través de tres programas: Atención a funciones cognitivas, Enrédate –sobre nuevas tecnologías– y Salud constante –para promover el envejecimiento saludable–. Voluntarios realizan llamadas de seguimiento a todos estos participantes. Les han enviado material cognitivo –110 cuadernos de fichas– y de manualidades para que avancen en las tareas desde sus hogares. A los usuarios que se encuentran mejor de salud, les ofrecen tutorías individuales. Además, Cruz Roja organiza actividades de seguimiento individualizadas de memoria –con participantes del programa de Atención a funciones cognitivas–, herramientas digitales –uso de tableta y móvil– y arteterapia –seguimiento de las personas de Enrédate: se recogen las actividades/manualidades hechas en el domicilio y se les entrega nuevo material–. “Las realizamos por las tardes, que es el momento donde hay menos movimiento de personas en la sede. Citamos individualmente a un máximo de cuatro personas con un espacio de media hora entre cada cita para desinfectar y ventilar el aula”, concretan fuentes de la entidad. Durante el verano pasado, los voluntarios realizaron paseos saludables por la ciudad con dos grupos formados por un máximo de 10 participantes: uno disfrutaba de la actividad los miércoles; el otro, los jueves. Las rutas, que se llevaron a cabo por diferentes ubicaciones, incluyeron explicaciones históricas y culturales.

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