Seguramente sin saberlo, Leri entendió como pocos que la política reclamaba nuevas formas de acercarse a la ciudadanía. Durante cuarenta años aislada de la sociedad, aherrojada por el cinturón de hierro que significó la dictadura, y en manos de unas élites, el concejal, pese a su ideología conservadora, revolucionó los modos de la época. Con gestos, acciones y espectáculo.

Repasar el archivo fotográfico de FARO es una delicia para los ojos. En él, como se aprecia en la selección de imágenes que publicamos hoy, vemos a Leri en bañador en Samil bebiendo agua para demostrar que el arenal no estaba contaminado. O montando en un elefante de juguete para reprochar al conselleiro José Cuiña su promesa incumplida de llevar un paquidermo al zoo de A Madroa. O megáfono en mano arengando a los aficionados del Celta horas antes de jugar [y perder] la final de Copa contra el Zaragoza. O desatascando un río. O llorando con su Medalla de la Ciudad colgada en el pecho...

"Es verdad que utilizaba algunos gestos para conseguir los fines que perseguía. Él hacía política de calle, entre la gente, y sabía cómo llamar la atención. Pero no era un populista. No hacía política-teatro, ni para beneficiarse a sí mismo ni a su partido. Simplemente actuaba así porque era así cómo lo sentía, su amor enfermizo por Vigo, y además lo hacía muy en serio", resume Soto.

"Era vehemente y pasional. En cierta medida se había creado un personaje sostenido por excesos o barbaridades que a veces incluso le sobrepasaban o que le arrastraban, pero en el terreno privado era un hombre honesto, sencillo y entrañable", completa Pérez Castrillo.