Este vigués que de joven fue punki y un apasionado de la movida no tenía vocación de abogado: creía que no reunía las cualidades para estar a la altura en la profesión. Tampoco tuvo “padrino” ni ningún familiar vinculado al derecho que le ayudase en sus comienzos. Pero a base de esfuerzo y de un estilo inconfundible en las salas de vistas, ha logrado convertirse en uno de los letrados penalistas de mayor prestigio de Vigo. Y en uno de los más demandados, hasta el punto de que tiene que rechazar asuntos por verse desbordado. Guillermo Presa, de 48 años, ha participado en gran parte de los casos que mayor repercusión mediática han tenido en los últimos años. Casi siempre como abogado defensor. No le gusta hablar de sus clientes, pero entre los más “famosos” están Makelele [Jorge Luis Sosa Mejuto, uno de los jóvenes acusados por el accidente mortal de Jenaro de la Fuente] o algunos de los agresores del ex Míster Borja Alonso. Crítico con la mediatización de este tipo de asuntos, algo que ve perjudicial, a este jurista casado con la que es su pareja desde hace 25 años y con dos hijos no se le ha subido el éxito a la cabeza. Continúa en el turno de oficio y se confiesa comprometido con las causas sociales: de hecho es vicepresidente de Esculca (Observatorio para a Defensa dos Direitos e Liberdades). Y sus minutas, afirma, no se han vuelto prohibitivas. “No soy un abogado caro”, afirma sonriendo.

-Es uno de los abogados penalistas más activos de Vigo, ¿qué le atrae de este campo del derecho?

- Me gusta porque está relacionada directamente con la realidad social y tiene un componente humano muy importante.

-A base de trabajo logró labrarse un prestigio que ha provocado que esté presente en los casos más importantes y de mayor interés mediático...

- La importancia de los casos no la determinan los periódicos. Para mí todos son importantes, porque manejo un drama, y por tanto todo drama es vital para el que lo sufre, sean víctimas o verdugo. Detrás de cada delincuente hay un fracaso y una familia. Una de mis mayores satisfacciones es conseguir que una persona se rehabilite: que abandone la delincuencia, que deje las drogas...

- ¿Defender o acusar?

-Prefiero defender, porque normalmente supone enfrentarse a la potestad punitiva del Estado. Pero no siempre se defiende para absolver; en la mayor parte de las ocasiones se hace para buscar una pena adaptada a la gravedad del hecho o a la personalidad del delincuente.

- Aparte del exceso de trabajo, ¿qué le lleva a rechazar un caso o un cliente?

- La falta de conexión, de complicidad... Nuestra profesión se basa casi en exclusiva en la confianza y necesito que el cliente confíe en mi.

- ¿Le crea algún conflicto defender al culpable de un hecho grave como un asesinato?

- Yo llevo peor defender inocentes. Ahí es donde me encuentro con algún conflicto. Porque se me ha dado algún caso en que sé que mi cliente es inocente y al final es condenado. Defender culpables no me supone ningún problema, porque no siempre se busca la absolución: se busca la condena justa.

-Su estilo es peculiar. No duda en protestarle mucho a los jueces en las salas de vistas.

- Es verdad que tengo un estilo beligerante, por no decir agresivo. Es algo que me caracteriza y quizás mi situación actual se explique un poco por esto. A la gente le gusta que pelees por ellos, y yo lo hago.

- ¿Algún magistrado se lo ha tomado a la tremenda?

- Yo creo que los jueces saben que estamos representando y que no hay nada personal. Soy consciente de que en algunas ocasiones tengo que moderarme, pero tengo buenas relaciones personales con los magistrados con los que trabajo. En una ocasión, con un juez sustituto, sí es verdad que él perdió los papeles. Y yo lo aproveché, porque se consiguió la nulidad del juicio.

-También rompe con la imagen habitual de abogado con traje y corbata. Va vestido así en muy contadas ocasiones...

- Yo soy como soy (ríe). Es mi personalidad. Estoy en esto por casualidad. No tenía vocación de abogado. Empecé a ejercer tarde, con 30 años, porque no estaba muy seguro de que tuviera las cualidades necesarias para poder ser un buen letrado. Pero tenía unos cursos de derecho aprobados, estaba trabajando como camarero, mensajero y disc jockey y me di cuenta de que tenía que mejorar un poco mis expectativas... De hecho, cuando empecé era abogado de día y dj de noche en un local de Churruca. Y comencé desde abajo, con juicios de faltas. Yo no tuve “padrino”.

- ¿Qué opina del Código Penal? ¿Existe una excesiva criminalización?

-Sin duda. Está produciéndose un fenómeno de penalización de la sociedad que es totalmente pernicioso y es un error pretender resolver los problemas sociales con el Código Penal. Hay otras formas de hacerlo. Ahora hay una constante modificación del Código Penal a golpe de suceso periodístico o de una supuesta alarma social que es interesada. Sobre todo cuando no se corresponde con la realidad social: somos uno de los países más seguros del mundo y resulta que España es el país con más presos por habitante de Europa.

- ¿Pero entiende que en casos graves, como asesinatos, los familiares salgan a la calle para solicitar justicia y el cumplimiento íntegro de las penas?

-Es muy respetable. Las víctimas de delitos y sus familiares tienen todo el derecho del mundo a quejarse, a gritar, a llorar y a solicitar lo que crean conveniente. Otra cosa es que el Estado tenga que responder a estas demandas de manera acrítica.

-¿No es injusto que una persona condenada a veinte años de cárcel, por ejemplo, sólo cumpla la mitad?

-Eso es absolutamente falso. Pero es precisamente lo que se vende, que uno entra por una puerta y sale por la otra. Y no es así. Lo que plantea la Constitución es que una de las finalidades de la pena es la recuperación social del delincuente, no que se pudra en la cárcel. La prisión no es un pudridero: si una persona se rehabilita y modifica su escala de valores, ¿por qué no va a salir?. Ese es el objetivo. Y no la venganza.