Entrevista | Juan Manuel de Prada Escritor

“Siento vergüenza de los fastos del Desembarco de Normandía”

“El comportamiento de Francia, en general, durante la Segunda Guerra Mundial, fue indecoroso por su cobardía y sumisión: se entregó a la esclavitud alemana sin rechistar”

Juan Manuel de Prada.

Juan Manuel de Prada. / Asís G. Ayerbe

Salvador Rodríguez

Salvador Rodríguez

“El comisario Urraca, agregado policial en la embajada de España en París, encomienda a Fernando Navales, un veterano falangista, una peculiar misión que consiste en conseguir que los artistas españoles en el París ocupado se alineen con los postulados de Falange. Por las páginas de esta novela desfilan personalidades tan conocidas como Picasso, César González Ruano o Gregorio Marañón, junto a otros secundarios como Serrano Suñer, Ana de Pombo o María Casares...”. Este es el punto de arranque de “Mil ojos esconde la noche” (Espasa) monumental novela (alrededor 1.800 páginas) cuya primera parte, “La ciudad sin luz” (796 páginas) Juan Manuel de Prada, su autor, presentará en próximo miércoles 12 de junio en el Club FARO.

–En “Mil ojos esconde la noche” recupera a Fernando Navales, protagonista y “narrador” de una anterior novela suya, “Las máscaras del héroe”. Estamos ante un personaje bastante deleznable. Es como si en un relato policíaco el asesino contase el crimen…

–De alguna manera, sí. Aunque lo cierto es que se han escrito muchas historias narradas por un villano, un malvado o un truhán, empezando por la novela picaresca. Se trata, así pues, de una tradición literaria universal pero, además, muy específicamente española. En mi caso, esta elección se corresponde con un reto tanto para el escritor y como para el lector. Para mí porque, evidentemente, no resulta cómodo dar tu voz a un personaje de esta calaña, y para el lector, bueno, digamos que lo pone a prueba, porque el lector, inevitablemente, siempre asume el punto de vista del narrador, y eso, tratándose de un narrador malvado, supone ubicarse en una situación incómoda. Pero es que a mí me gustaba plantear ese reto y que el lector, aún sin quererlo, se riese con las bromas de Navales o que asumiera su punto de vista, aunque ese punto de vista fuese indefendible. Y es que en eso consiste la literatura, la buena literatura, que lo es precisamente, y entre otras razones, porque nos obliga a salirnos de nuestra “zona de confort”, de nuestras casillas ¡vaya! Por el contrario, la mala literatura lo que hace es halagarte de forma rastrera.

–Y si el lector, como usted dice, corre el riesgo de asumir el punto de vista del narrador, ¿acaso el creador del personaje, el verdadero narrador, en este caso usted, no corre también el riesgo de caer en la tentación de que este tal Navales, al final, le resulte al menos… simpático?

–El narrador tiene que ser coherente, de manera que si has “pintado” a un tipo resentido, no puede ser que luego lo presentes como un hombre generoso, o en todo caso puede serlo, pero se tiene que producir en él una metamorfosis o una conversión, para que esto fuese posible. Y aunque esto ocurra, si ocurre debe hacerse manteniendo la coherencia.

–Pero a veces ocurre que el “malo” termina por caer bien, tanto al autor como al lector. Supongo que esto no le habrá pasado a usted.

–El reto que le planteo al lector es el de que Navales le caiga bien pero, como autor, tengo que ser consciente de lo que escribo. A mí eso de que el personaje se rebela, se le escapa al autor y que llegado un momento hace lo que quiere, es una tontería. Si es mínimamente consciente de su oficio, el autor en todo momento sabe lo que está haciendo, tiene un control sobre sus criaturas, y ni siquiera se puede dejar arrastrar por el narrador que ha elegido. En todo momento, en “Mil ojos esconde la noche” el narrador está a merced del autor, a tal punto que, de igual manera que podría haberle blanqueado, también podría haber caído en la tentación de convertirle en un asesino, un violador o un pederasta. Pero no lo hago, porque Navales no lo es, Navales se concentra en su resentimiento y, en ese sentido, hay que decir que es un individuo muy profesional: se centra en su misión y en su pasión fundamental, que es el resentimiento, pero el autor, repito, siempre tiene el control de lo que está haciendo.

Juan Manuel de Prada.

Juan Manuel de Prada. / ©Jeosm

–¿Es históricamente cierto que Falange practicó (fuera o no en París) esta estrategia de “fichar” artistas e intelectuales de la denominada “cáscara amarga” para sumarlos a su causa?

–A mí no me consta que existiese esa estrategia, al menos al estilo en el que la hace Navales. Lo que sí existió fue la extorsión mediante el amedrentamiento. Pero algo de eso debió haber porque lo que resulta evidente es que algunos de los artistas exiliados colaboraron con Falange en París. Esto es un hecho. Pero también es cierto que esa colaboración se produce en una coyuntura concreta, que es la de que Alemania está ganando la guerra, y en la que en el horizonte que se atisba da la impresión de que el III Reich se va a enseñorear con Europa y que España va a ser uno de sus países satélite. Eso sí, a partir de 1943 estos intelectuales y artistas dejan de colaborar, porque se dan cuenta de que lo que se va a enseñorear en Europa es la democracia yanqui y sus prolongaciones.

–Sin embargo, dentro de España, hubo “conversiones” verdaderamente asombrosas al franquismo.

–Eso es indudable. Hubo muchos que digamos que “asimilaron” los paradigmas de la España franquista. En la novela cito el ejemplo de Gregorio Marañón, que estaba en París. Y, sí, bastantes de los que se quedaron en España fueron “captados”, lo cual es normal porque todo régimen político necesita una legitimación intelectual, y si puedes echar mano de intelectuales prestigiosos, miel sobre hojuelas. Y ahí tenemos a los Manuel Machado, Menéndez Pidal…que nunca fueron fascistas, es verdad, sino que fueron “asimilados” por el régimen.

–Recientemente, un colaborador de FARO DE VIGO, Francisco R. Pastoriza, publicó una recopilación de los textos falangistas de Gonzalo Torrente Ballester. Y eso más que una asimilación semeja una “entrega a la causa”.

–Es que Torrente ya era falangista antes de la guerra.

–No tanto. Simpatizaba con los galleguistas. Aunque, eso sí, su padre era militar de la Armada y, curiosamente, tras su regreso de una estancia en París, debió ser él quien le “ordenó” que se afiliase a Falange si es que quería vivir/sobrevivir en España.

–Sí, sí. Pero, claro, en aquella época Torrente no era un intelectual relevante, era muy joven, y no tenía una trayectoria previa como las que tenían Marañón, Machado…Y, luego, si te fijas, dentro de la Generación del 27, escritores como Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre o Gerardo Diego se “asimilaron” en la cultura franquista sin tener que hacer grandes profesiones de fe. Y el régimen, claro, como le venía bien, los toleró y hasta los mimó.

–Entre otras cosas, esta es una novela desmitificadora. En primer lugar se desmitifica el exilio republicano porque los franceses no trataron bien (sino todo lo contrario)_a los españoles y, por otra parte, se desmitifica a la propia Ciudad de la Luz como paraíso de los artistas, de los intelectuales, de los escritores…de hecho, el título de esta primera parte es “La ciudad sin luz”. ¿Sentía usted que ejecutar (con perdón) esta deconstrucción era su deber moral?

–Más que deber moral, yo te diría que es decoro intelectual. Estos días se ha estado celebrando el 80 aniversario del Desembarco de Normandía y tanto la prensa española como líderes mundiales han soltado una cantidad de mentiras estratosféricas. Por ejemplo, se ha dicho que el Desembarco cambió el signo de la Segunda Guerra Mundial, pero cualquier persona que no sea analfabeta funcional sabe perfectamente que el signo de la guerra cambió cuando Hitler fue incapaz de entrar en Moscú y en Leningrado. Ese es el gozne de la Segunda Guerra Mundial: el fracaso del cerco de Leningrado fue definitivo, porque ahí Alemania perdió cientos y cientos de miles de hombres. Entonces, claro, es una vergüenza que se diga que lo de Normandía fue la clave. Y, por si fuera poco, Macron se ha atrevido a decir que la juventud francesa fue un ejemplo para el mundo por su valentía…Pero ¿cómo? Si la juventud francesa fue tan cobarde como los de la madurez, al punto de que el comportamiento de Francia, en general, fue indecoroso por su cobardía y su sumisión: se entregó a la esclavitud alemana sin rechistar, y hasta que Hitler invadió Rusia y Stalin ordena a los comunistas franceses cometer atentados, en Francia no hubo ni siquiera una mínima algarada contra la ocupación. Estas cosas, obviamente, dan vergüenza ajena y, sobre todo, da mucha pena que haya personas que se las crean de forma grotesca, porque son relatos para mantener a la gente engañada.

"Los exiliados republicanos no fueron superhéroes, sino personas que, básicamente y en más del noventa por ciento de los casos, lo que hicieron fue sobrevivir”

–Y en este punto llegamos al marco en el que se desarrollan la historia y las historias de su novela.

– Y yo cuento la verdad. Cuento lo que los franceses hicieron con los exiliados españoles, cuento la rendición repugnante y cobarde de nuestros vecinos ante los alemanes…Y no se que trata de deconstruir ni de desmitificar el exilio, lo que trato es de romper con esos arquetipos grotescos de presentar a los exiliados como personas heroicas que se mantuvieron absolutamente fieles….¡No,no! Los exiliados fueron personas que, básicamente y en el noventa y tantos por ciento de los casos, lo que hicieron fue sobrevivir, y en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, un exiliado que estuviese en Francia, si quería sobrevivir tenía que procurar no despertar la desconfianza del invasor. ¡Y qué mejor manera de no despertar la desconfianza que participar en las actividades culturales de Falange! Pero no hay que escandalizarse ante esto, porque es humano, y los exiliados eran humanos, no superhéroes. ¿Cómo unas personas que han salido huyendo de su país por miedo a morir y encima están pasando hambre no van a tener debilidades? Y esto no es un intento de dinamitar o deconstruir, sino más bien un esfuerzo intelectual para que no se siga creyendo en las mamonadas propias de una película yanqui, porque yo creo que tenemos una visión de la Historia totalmente mitificada, esterotipada y sometida a unos paradigmas absolutamente contagiosos.

–La documentación que ha manejado para poder escribir esta novela ha sido tan enorme que no quiero ni imaginármela. Pero lo que de verdad me asombra es la cantidad de personajes desconocidos, y algunos de ellos importantes, que aquí aparecen. Supongo que a algunos ya los conocía pero ¿y los otros?¿cómo llegó hasta ellos?

–La investigación para esta novela surge de una anterior obra mía, una larguísima biografía sobre Ana María Martínez Sagi , titulada “El derecho a soñar”, en la que reconstruyo minuciosamente su vida y cuento que esta mujer estuvo durante los años de la Segunda Guerra Mundial en París. Fue esta investigación la que me llevó a los archivos de París y ahí descubro una documentación suculenta, la policial, que es espectacular. De hecho, es raro el exiliado, hasta el de la más mínima relevancia, que no tuviese informes policiales. Allí encontré información de casi todos, y esa es la base principal de este libro. Y luego está también toda la documentación de Falange en París, que está en el archivo de Alcalá, donde me asombro de ciertas cosas que descubro y de cómo fue posible que nunca se hubiesen hecho públicas. También fueron muy interesantes los archivos catalanes en los que hallé, sobre todo, un maravilloso material de correspondencia de aquellos años que me ha permitido contar cosas que forman parte casi de la intimidad de los personajes. Sí, han sido cientos, miles de documentos, que me han ayudado muchísimo a componer la novela, nutrida con algunos episodios fantasiosos pero, eso sí, todos con una base muy real.

–Por ser gallego me interesa especialmente un personaje al que usted (o Navales) libra de sus iras: María Casares, hija de Casares Quiroga, que triunfó como actriz en Francia. ¿Por qué la ha “librado” de sus críticas?

–Porque María Casares es fascinante, y esto hasta lo reconoce el propio Navales (ríe), que es mucho más benigno con las mujeres que con los hombres. María es un personaje mágico. En 1940, en París, y con sólo 18 años de edad, tenía la determinación de triunfar como actriz en el teatro francés. Y, efectivamente, enseguida va a conseguir triunfar. En sus memorias, “Residente privilegiada”, escribe con una gran voluntad literaria y en sus películas destila algo que te imanta.

–Tras la muerte de Franco, María Casares visitó España, pero no quiso quedarse. Ni siquiera vino a Galicia. ¿Tenía todavía la herida abierta?

–La herida estaba abierta, sí, pero no con España, sino con el franquismo. Lo digo porque, leyendo sus memorias, te das cuenta de que no es la típica mujer que está dándole vueltas al tema ideológico, sin embargo ella considera que Franco excluyó la España en la que ella había sido educada, la que ella quería. El embajador español en Francia, aún con Franco vivo, le ofreció el estrellato en España si regresaba, y ella se negó, textualmente porque “esa ya no era mi España”. Pero lo dice con una naturalidad pasmosa, porque ella era una mujer sin resentimiento, que se guiaba sobre todo por intuiciones, y que tenía muy claro que la España que había abandonado era una España muerta y que ella no iba volver a una España que había matado a la España que ella conocía.

–Esta primera parte de “Mil ojos esconde la noche” ha sido acogida espléndidamente por crítica y público. Creo que hasta está en marcha la cuarta edición. A estas alturas de su trayectoria: ¿Qué importancia le da a estos recibimientos? ¿Le han sorprendido?

–Pues, sinceramente, sí. Y estoy muy contento pero, bueno, yo soy un hombre tranquilo, y cuando un libro mío no funciona, no me amargo, y si funciona, como es el caso, tampoco echo las campanas al vuelo. Soy consciente de que este es un libro muy literario, un tipo de libro que ya no se estila, de una novela a la contra de los tiempos por su propuesta tan absolutamente literaria. Y,sí, resulta que hay muchos lectores que buscan una literatura como ésta, lo cual para mí es un motivo de satisfacción y de alegría. Por otra parte, el que haya tocado un tema que, al menos novelescamente, no se había tocado nunca, el de los españoles en París en aquellos años, también ha ayudado.

–Ha declarado que quiere aprovechar esta etapa de madurez como persona y como escritor para “darlo todo”, para escribir lo mejor de su obra. ¿Se arrepiente de algunos de los libros que ha publicado?

–No, no. Todos los libros que he publicado han nacido en mi interior, nunca he escrito libros por entregarme a las modas, ni libros de encargo. Me puedo preciar de que toda mi bibliografía ha estado dictada por mi necesidad de cada momento, por mi necesidad estética y por mi necesidad intelectual. Pero es verdad que he decidido que las obras que me queden por publicar sean obras de gran ambición, obras que supongan un reto fuerte para mí en todos los órdenes porque, efectivamente, considero que debo dar lo mejor de mí… Es ya me queda poco ¿no?

–Bueno, no sea cenizo.

–Vale, me queda menos, estoy en el ecuador de mi carrera literaria, y por eso tengo que esmerarme muy especialmente.

–Por cierto: esa costumbre suya de escribir a mano ¿es un ejercicio de autoflagelación?

–No, no. Yo es que empecé a escribir a mano en una época en la que todavía no había ordenadores, pero tampoco quise escribir a máquina, y ya nunca he sido capaz o no he querido cambiar. Solo hago una excepción: los artículos periodísticos sí los escribo en ordenador, pero por una cuestión de tiempo. Pero eso nunca puedo hacerlo con mis novelas, y ahora que escribo con ambos métodos, me doy cuenta de que son totalmente distintos, y que en la escritura a mano hay más posibilidades de introducir ideas, de refinar la elección de la palabra justa, y de encontrar chispas de belleza que no se encuentran cuando escribes en ordenador.

Juan Manuel de Prada.

Juan Manuel de Prada. / Pastrana

–Es que esto del ordenador, las nuevas tecnologías…No me extraña que haya cundido la frase de que hoy en día “hay más escritores que lectores”…

–Sí, hasta puede ser cierto.

–Igual hay que evaluar el daño que le han hecho las nuevas tecnologías a la literatura…

–-Y no solo a la literatura. Yo creo que las nuevas tecnologías han destruido muchas cosas buenas. ¿Acaso en los años 50 del siglo pasado no se vivía más o menos igual que ahora y sin Internet? A mí me parece que nos han empobrecido: los trabajos están menos remunerados y ya no digamos aquellos en los que la tecnología ha metido la cuchara, como en el periodismo. Y, desde luego, nos han acelerado la existencia, la han convertido en una vida nerviosa, y eso es bastante incompatible con ciertos disfrutes, entre ellos el de la lectura reposada y tranquila. Es decir, que nos han perjudicado en el orden espiritual e intelectual.

–La segunda parte de “Mil ojos esconde la noche” se publica ya el año que viene. ¿Con qué y con quiénes nos vamos a encontrar? Si es que puede adelantarse algo...

–Nos vamos a encontrar con más personajes, pero nuevos no muchos más. Más bien nos vamos a encontrar con menos porque a medida que avanza la guerra y que la vida en París se va poniendo más difícil, algunos de estos personajes se marchan a América, otros vuelven a España, y los que se quedan se sienten cada vez más atrapados. Alemania está ya perdiendo la guerra, en 1943 ya estaba casi hundida, lo cual desmiente estos fastos del Desembarco de Normandía. Entonces la novela se vuelve más oscura, las relaciones entre los personajes más difíciles, Fernando Navales cada vez lo tiene más complicado para seguir cumpliendo la encomienda que le han asignado y también se producen en él cambios morales. Y va a tener mucha importancia la cuestión judía…

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