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Una colección de memoria

Monumento a Julio Verne en Vigo. / FDV

Por el motivo que fuera –y que desde luego agradezco enormemente–, los responsables de la Federación de Libreros se pusieron en contacto conmigo para proponerme que este año fuese yo el encargado de inaugurar la Feria del Libro de Vigo. Y lo hice dándole lectura a un pregón en el que, además de recordar la ausencia inabarcable de mi compañero y amigo Domingo Villar, intentaba llamar la atención sobre la enorme deuda que a día de hoy seguimos manteniendo con los hombres y mujeres que se dejaron la piel y los ojos por recuperar la memoria de la ciudad. Ahora, y siendo sincero, lo que no imaginé entonces fue que semejante propuesta llegaría a suscitar tanto interés por parte de los asistentes primero, y de los lectores después. Y me alegra, claro.

Me alegra recibir tantos mensajes preguntando quiénes eran aquellos autores de los que hablaba, y dónde se pueden conseguir sus obras. Y sí, confieso que me entusiasmo respondiendo cada mensaje, ofreciendo los nombres de los que mantuvieron viva nuestra memoria, incluso en algunos casos llegando a desenterrar episodios ya tan olvidados que a más de uno le resultan increíbles. Lo que ya no me alegra tanto es la respuesta que una y otra vez tengo que dar a la segunda pregunta. Porque no, no es que no sepa dónde comprar sus obras: es que, más allá de alguna página de coleccionismo, y fuera de nuestras bibliotecas públicas, el acceso a estas obras es poco menos que imposible.

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Feria del Libro 2022: Vigo inmortaliza a Domingo Villar

Es cierto que, más o menos, casi todos hemos tenido alguna vez un ejemplar en nuestras manos del monumental “Vigo en su historia”, aquel libro coordinado por Cunqueiro y Álvarez Blázquez, que la antigua Caja de Ahorros de Vigo se encargó de meter en las casas de media ciudad (si no más), a tal punto que para muchos aquella obra se convirtió en el canon de nuestra historia. Pero, honestamente, no se imaginan la cantidad de lagunas, imprecisiones o incluso directamente errores que contenía. Y es una lástima, porque, por el contrario, otras obras, otros trabajos tanto o más interesantes se perdieron por el camino, naufragando para siempre en el océano de nuestra memoria. Pienso en los trabajos no solo de nuestros cronistas oficiales, sino en los de aquellos particulares que, entre los años ochenta y noventa, cuando la hemeroteca de FARO era una habitación apenas transitada, el Archivo Municipal poco más que una celda llena de ratas y humedad en el antiguo Palacio de Justicia, y el suelo de la Fundación Penzol crujía como si se fuera a hundir en cualquier momento, estos hombres y mujeres decidieron encerrarse en aquellos espacios para traer de regreso nuestra memoria a la luz.

Pienso en Amador Montenegro y su “Historia íntima de Vigo”, un libro que quizás apele en exceso al recuerdo personal (con los gazapos que ello puede conllevar), pero imprescindible para ponernos en la pista de ciertos episodios. Pienso en la devoción y fe que el profesor Pedro Díaz tenía, junto con su compañera Antía Cal, en sus pequeños alumnos, por quienes sabía que pasaba el futuro de nuestra memoria, tal como dejó recogido en “La caracola de piedra”, un libro que, sinceramente, debería estar en todos los hogares vigueses, especialmente en aquellos en los que haya niños. Pienso en el colosal trabajo del maestro Xaime Garrido, recogido en decenas de títulos, artículos y libros, y sintetizado de manera virtuosísima en “La ciudad que se perdió”, un libro tan magnífico como difícil de conseguir. Pienso en el paisaje vigués recogido en las novelas de María Xosé Queizán, una memoria por cuya puesta en valor siempre ha peleado mi querida y admirada Celia Torres. Pienso en las obras y artículos de Martín Curty, de Gerardo Sacau, de Lalo Vázquez Gil... Y de Manuel de la Fuente, claro.

Como decía al principio, lo bueno es que hoy, a diferencia de lo que ocurría años atrás, es un hecho innegable que hemos virado sobre nosotros mismos, y la actual es una generación de vigueses y viguesas que sí tiene interés tanto por conocer la historia de su ciudad como, por extensión, de todo lo que ello conlleva. Ojalá hubieran podido vivir este entusiasmo todos aquellos hombres y mujeres que se dejaron la vista en legajos, pliegos y periódicos antiguos para que hoy nosotros vengamos a llevarnos todo el mérito por contar historias protagonizadas por Mata Hari, Verne y hasta Buffalo Bill en Vigo...

Por supuesto, la deuda sigue estando ahí. Les debemos, como poco, recuperar sus obras, crear una colección con todos esos títulos, imprescindibles para comprender la historia de nuestra ciudad. Pero, la verdad, yo respiro un poco más tranquilo. Porque no eran pocas las autoridades presentes el otro día, en el acto de lectura del pregón, y no fueron menos los oídos en los que cayó mi ruego. Estoy seguro de que alguna de esas autoridades sabrá dar el paso al frente que todos esos hombres y mujeres merecen, y asumir el compromiso que esta ciudad tiene con quienes hicieron posible que, hoy, Vigo siga teniendo memoria.

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